
En las última cuatro elecciones Álvaro Uribe ha puesto el presidente o el candidato que apoya ha llegado a segunda vuelta, demostrando que su potencial electoral en las presidenciales es innegable, aunque no se ve reflejado en las locales y regionales
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ALGUNA VECES se ha creído, como en las legislativas de marzo, que Álvaro Uribe no es una figura tan determinante para elegir Presidente. En cada elección, sin embargo, se confirma que el uribismo, movimiento político que lidera, sigue vigente y es capaz de disputar la segunda vuelta cada cuatro años.
Sea como candidato o referente político, desde que Uribe ha participado en elecciones presidenciales (2002-2018), su movimiento ha ganado en tres ocasiones, ha perdido en una y ahora, tras los resultados logrados por Iván Duque, es favorito a llegar a la Casa de Nariño en agosto.
Tanto para sus seguidores como contradictores, Uribe se ha convertido en el elector de los últimos tiempos. Opositores a su gobierno y a su manera de ver el país, unos han votado en contra suya, como quedó demostrado en 2014, cuando, defendiendo el proceso de paz Juan Manuel Santos venció al elegido del uribismo Oscar Iván Zuluaga.
Esa vez, hasta ahora, ha sido la única en que, desde 2002, ha perdido. El uribismo, cuando se trata de presidenciales, ha construido un discurso capaz de atraer a partidos y ciudadanos afines, como sectores del Partido Conservador, del Partido Liberal y votantes de opinión.
Seguridad democrática
Disidente liberal, Uribe empezó a construir su movimiento político a partir de la década de los ochenta. Tras una década en la política, llegó a la Gobernación de Antioquia en 1994, liderando un movimiento conocido como “Sector Democrático”, que, veinte años después, coincide en parte de su nombre con su actual partido, el “Centro Democrático”.
Luego de estudiar en el exterior, en 2002, Uribe sentó las bases de una doctrina que ha reconfigurado la derecha colombiana, dejando en una situación compleja los partidos tradicionales, Conservador y Liberal. A partir de ese momento, la derecha ha dependido casi exclusivamente de sus determinaciones, salvo en algunas excepciones.
Con un 70% de favorabilidad, el expresidente dejó la Casa de Nariño en 2010, lo que lo catapultó a seguir siendo un actor determinante en las decisiones de los siguientes mandatarios, sea por su oposición a ellas, como en el caso de Santos, o como principal figura para elegir al candidato de su partido, que en 2014 se inclinó por Zuluaga y ahora intenta retomar el poder con Iván Duque.
Ese número, que batió el récord de un presidente en Colombia, fue reflejo de la política de “Seguridad Democrática”, la misma que con un 53,1 % de los votos llevó a Uribe en 2002 a ganar en primera vuelta, venciendo a Horacio Serpa y a Noemí Sanín.
Buscando la reelección, cuatro años después permaneció en la Casa de Nariño tras obtener el 70% de los votos y derrotar a Carlos Gaviria, el candidato del Polo Democrático. Ante el impedimento constitucional de un tercer mandato, Uribe eligió a Juan Manuel Santos como su sucesor, quien, en 2010, ganó con más de nueve millones de votos, dejando en segundo lugar a la denominada “ola verde” del exalcalde de Bogotá y hoy senador Antanas Mockus.
En 2014, distanciado de Santos, su candidato, Zuluaga, perdió por 900.000 votos frente al actual presidente, lo que lo llevó a consolidar a su partido político, que meses antes se había convertido en la segunda bancada del Congreso, detrás del partido gobiernista.
¿Sólo de presidenciales?
El fenómeno electoral de Uribe en las presidenciales no es traducible a otros escenarios electorales. Marcado por la volatilidad electoral en Colombia, su partido o los candidatos a los que ha apoyado, han perdido en varias oportunidades, tanto en comicios regionales como en municipales.
Esta tendencia ha quedado clara en Bogotá, Medellín y en las últimas legislativas. Los candidatos uribistas en la Capital de la República han perdido con fuerzas de izquierda, como Gustavo Petro, o de centro, en el caso de Enrique Peñalosa.
En 2011, enfrentando al que de nuevo es su rival, el uribismo apoyó a Peñalosa, quien cuatro años después fue elegido alcalde mayor por segunda vez, ganándole a candidatos como Rafael Pardo, del Partido Liberal, y Francisco Santos, el aspirante por el Centro Democrático, quien quedó en el cuarto lugar.
Históricamente, Bogotá ha sido difícil de conquistar para el uribismo al igual que Medellín, ciudad en que las elecciones locales también han sido esquivas, como demuestran las últimas dos a la alcaldía.
Hace siete años, Uribe apoyó la candidatura de Darío Montoya, pero su partido de ese entonces, el Partido de la U, se inclinó por el hoy alcalde Federico Gutiérrez, quien perdió con el liberal Aníbal Gaviria.
En 2015, confiado en que el favorito en las encuestas, su primo Juan Carlos Vélez, ganaría la alcaldía, hizo todos los movimientos para recuperar Medellín, pero perdió con Gutiérrez, un golpe a los sondeos.
Su departamento, Antioquia, tampoco ha sido ajeno a este fenómeno. En dos oportunidades, 2011 y 2015, Uribe ha salido derrotado tras el triunfo, respectivamente, del hoy líder del centro político, Sergio Fajardo, y de Luis Pérez, el actual gobernador.
A nivel legislativo también se puede argumentar lo mismo. Pese a los buenos números que acompañan al expresidente en las presidenciales, el uribismo no ha podido convertirse en una fuerza opositora mayoritaria en el Congreso, capaz de legislar sin alianzas.
En marzo, cuando muchos le apuntaban a 30 escaños en el Senado, el Centro Democrático obtuvo 20 curules, convirtiéndose en el primer partido en la cámara alta, pero sin lograr su objetivo.
Al contrario que algunas colectividades, poderosas en este tipo de comicios pero débiles a la hora de competir por la Casa de Nariño, el uribismo demuestra que a la hora de hablar de las presidenciales es el movimiento más fuerte y, como la ha venido haciendo por 16 años, nuevamente vuelve a estar en una segunda vuelta.