En casi 100 días de gestión hay tres elementos característicos: consenso antes que imposición, tono conciliador y no confrontacional, y muy poco, poquísimo, retrovisor
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A punto de cumplirse los primeros 100 días de gestión del presidente Iván Duque es claro que al país poco a poco le ha ido quedando claro que hay un nuevo estilo de gobierno y de estrategia de mando.
Como es apenas lógico, en una nación que viene de dos mandatos dobles en los que la nota predominante diaria fue la polarización, no es fácil cambiar el ‘chip’, sobre todo de una opinión pública que no solo conserva a flor de piel el divisionismo que se reflejó en los comicios parlamentarios y presidenciales, sino que tiene muy altas expectativas sobre el ‘timonazo’ que el nuevo Jefe de Estado debe darle al país al ser elegido en abierta contraposición a su antecesor y las políticas que implementó durante ocho años en la Casa de Nariño.
En medio de ese escenario político es evidente que hay tres elementos en los que Duque ha tratado de ir demarcando su estilo de gobierno, un proceso que no es fácil ni automático pero que, sin duda alguna, está teniendo en estos primeros 100 días de gestión un debut auspicioso.
En primer lugar, es evidente que a diferencia del estilo presidencial confrontacional que distinguió a Uribe y a Santos, el primero para volver superlativa su Política de Seguridad Democrática y el segundo para plantearle un pulso al país con su Política de Paz, Duque considera que la vía del consenso debe primar como hoja de ruta del Ejecutivo.
No hay hoy en la Casa de Nariño un afán de imponer a rajatabla sus criterios políticos, económicos, sociales e institucionales, pese a que un Jefe de Estado que logró una votación record de más de 10 millones bien podría utilizar ese mandato popular sin precedentes para forzar el ‘timonazo’ que sus electores esperan frente a la ‘herencia’ de Santos.
Pero el Presidente no ha maniobrado afanosa e impulsivamente para ‘hacer trizas’ el acuerdo de paz, aunque una parte del uribismo y otros sectores radicales de derecha así lo esperaban desde el primer día de mandato. Si bien congeló la negociación con el Eln, supeditó su reanudación a que cese el secuestro y el terrorismo, una condición apenas normal que avalan las mayorías nacionales. Tampoco acudió a ‘guiños’ para direccionar las elecciones del Contralor General y los magistrados del CNE.
Incluso, bajo la tesis de “cero mermelada” -que la oposición no cree del todo-, Duque no se jugó desesperadamente por armar una coalición parlamentaria amplia y dominante, que estuviera sellada indefectiblemente por cuotas ministeriales, burocráticas y presupuestales para las principales bancadas del Congreso. Uribe y Santos, por el contrario, desde el comienzo de sus respectivos mandatos armaron una alianza parlamentaria mayoritaria bajo esas cláusulas y dominaron así la agenda legislativa.
Incluso, cuando la consulta popular anticorrupción -votada a finales de agosto- no alcanzó el umbral de participación, de inmediato el Presidente asumió el liderazgo de la misma y citó una Mesa de Concertación –hasta con invitación al partido Farc a la Casa de Nariño- para unificar la agenda de iniciativas y llevarlas al Congreso, bajo la tesis de que esa era la cuota inicial del “Pacto por Colombia”.
Es más, ahora que le planteó al país y al Congreso su pulso político más fuerte, referido a una drástica reforma tributaria, sobre todo por la ampliación del IVA en la canasta familiar, Duque ha optado por buscar consensos y alternativas para aplicar un apretón de impuestos que es necesario pero sabe que no puede imponer a rajatabla al Parlamento, sector privado, clase trabajadora y el país en general.
El tono
Un segundo elemento que sirve para ir delineando el nuevo estilo presidencial es el relacionado con el tono. Duque, si bien es tan activo en las redes sociales como sus dos antecesores, y ha tratado de activar una estrategia de comunicación directa y cercana con la ciudadanía, no utiliza el Twitter como tampoco los talleres ‘Construyendo País’ o sus comparecencias en foros y eventos gremiales como trinchera diaria para lanzar ataques y réplicas a sus críticos, o estar permanentemente a la ofensiva en materia política.
De igual manera se ha cuidado mucho de estar en rifirrafe diario con la oposición, las bancadas independientes o los mismos lances críticos que le hacen desde el Centro Democrático, hasta por parte del propio expresidente Uribe. Sus mayores pullas, por el contrario, han estado referidas a la “dictadura” de Maduro y los ex Farc que se habrían salido del acuerdo de paz.
Este elemento, visto desde la perspectiva de los 100 días de gestión que están a punto de cumplirse, ha permitido que el clima político en Colombia haya disminuido en niveles de tensión. Ya no se percibe esa fricción diaria entre críticos y Gobierno (tanto por Duque como por sus ministros, también poco dados a la controversia), que era el ambiente permanente en los mandatos de Uribe y Santos, y que mantenía a la opinión pública con la “guardia arriba” y en un clima de agitación y nerviosismo generalizado.
Sin retrovisor
Contrario a lo que muchos pensaban cuando se definió la elección presidencial, el Jefe de Estado no ha acudido a la táctica del retrovisor como fórmula para justificar sus nuevas políticas y medidas correctivas. Es más, bien se puede decir que sorprende lo poco que se refiere a su antecesor, al que incluso casi ni menciona. En temas muy puntuales como el Presupuesto General 2019 o la misma reforma tributaria, Duque se abstiene de señalar con nombre propio a los culpables de la complicada situación fiscal que heredó y ha puesto, en cambio, el foco en la necesidad de recursos hacia adelante.
Como se puede ver, el Presidente poco a poco empieza a fijar en el imaginario nacional su particular estilo de gobierno. Un estilo tranquilo, pausado, más dado a conciliar que a enfrentar. Sin que ello signifique, en modo alguno, que ceda o desista de sus tesis, las que defiende consistentemente pero considera que es más útil allanar consensos en torno a ellas por la vía del convencimiento, que imponerlas per se.
¿Cómo le ha funcionado ese nuevo estilo? Esa es otra discusión, más aún en medio de un país que sigue polarizado. Un balance de gestión ahora no solo sería prematuro, sino marcadamente subjetivo e incompleto. Es mejor esperar a que termine este año.