
A PROPÓSITO de Wilson, el pastor belga malinois que encontró a los cuatro niños indígenas en la selva del Caquetá, los perros que acompañan al Ejército, a la Policía, a la Defensa Civil, a la Cruz Roja y a los bomberos se convierten en más ojos en su labor y permiten que día a día las tropas y los rescatistas regresen sanos y salvos a sus unidades y hogares.
Pero en el cumplimiento del deber estos “soldados” y “rescatistas” de cuatro patas han resultado afectados con heridas graves, la mutilación de sus extremidades o la muerte y, en muchos casos, su guía también sufre las consecuencias del accionar criminal.
Sin embargo, los caninos al servicio de las Fuerzas Militares y de la Policía son blanco de jugosas “recompensas” de terroristas, subversivos y narcotraficantes para ser asesinados por francotiradores y con trampas, por sus capacidades e innumerables éxitos en la lucha contra el delito.
El fundador del Centro de Entrenamiento y Reentrenamiento Canino que funciona en la Escuela de Ingenieros Militares, Édgar Fontecha, en diálogo con el diario EL NUEVO SIGLO, reveló que la “clave” para entrenar a un canino es el juego y el amor del guía. “Para mí es maravilloso, pues me pagan para jugar y con este proceso salvamos vidas, no solo de militares, sino de civiles”.
Destaca el técnico para la Seguridad del Estado (TS-09) que en todo tiempo, a través del juego, se entrena a los caninos para diferentes especialidades, entre ellas la detección de sustancias tanto explosivas como de narcóticos; de desminado humanitario, rastro e intervención, rastro específico y búsqueda y rescate.
Precisa que todos los días es necesario reactivar el amor y el juego para llegar a un feliz término en la preparación. “El entrenamiento de más de un año para un ser humano podría ser pesado por la exigencia del trabajo o del servicio, pero para el canino no, porque solo se trata de un juego que siempre tiene un final feliz con una recompensa: el juguete u otro premio”.
Señala que, gracias a la experiencia adquirida a lo largo de 25 años en el Ejército Nacional en binomios caninos, se ha determinado que las razas que permiten un mejor desempeño por las condiciones topográficas y de clima son el pastor belga malinois y el labrador, por su inteligencia, excelente memoria, recuerdos, olfato, agilidad, docilidad, sentimientos, entre otras virtudes.
Acota que son más de 19 mil uniformados y 19 mil perros que han sido entrenados en 18 centros liderados por la Escuela de Ingenieros Militares para fortalecer la seguridad en el territorio nacional. Además, la institución cuenta con dos criaderos especializados y un centro de transición.
Fontecha destaca que el Ejército Nacional es una de las fuerzas militares en el mundo con más número de binomios caninos, convirtiendo a Colombia como referente mundial y por esta razón se apoya a otros países en el entrenamiento de los animales.
Destaca que en estas escuelas entrenaron a Wilson y a Ulises, ambos de raza pastor belga malinois, que fueron empleados para las tareas de búsqueda de los cuatro niños desaparecidos durante 40 días tras el accidente del avión Cessna HK-2803 que los transportaba cuando hacían el recorrido entre Araracuara y San José del Guaviare.
Los dos canes se graduaron en la especialidad de rastro e intervención.
El 6 de junio desapareció Wilson en desarrollo de la Operación Esperanza, que permitió a los rastreadores militares e indígenas encontrar a los niños Lesly Mukutuy, de 13 años, y sus hermanos Soleiny Mukutuy, de 9; Tien Noriel Ronoque Mukutuy, de 4 años, y una bebé de un año, Cristin Neruman Ranoque, quienes contaron que el can estuvo con ellos y que los acompañó por varios días.
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Los niños enviaron un mensaje de aliento al soldado Cristian David Lara Cuarán, cuidador de Wilson y quien continúa en la manigua detrás del rastro de su compañero de binomio, al que ayudó a criar y entrenar para apoyar tareas de búsqueda en la espesa selva. Lo acompañan otros 69 uniformados con el lema: “¡Nunca se abandona a un compañero! Entramos dos...salimos dos”.
Insiste en que “gracias a nuestros criaderos, los perros, que llegan sin ninguna clase de entrenamiento pero con unas características, los vamos analizando en el proceso de formación y lo que hacemos es jugar. Es el mejor trabajo del mundo, porque en los centros ningún ser humano y ningún can puede ser obligado a trabajar. No hay maltrato ni para el hombre ni para el animal”.
Precisa que “si yo estoy triste, el perro no trabaja; si estoy feliz, el perro inmediatamente lo sabe. Él siente en todo momento lo que nos pasa a nosotros y, de igual forma, reacciona”.
Fontecha narra que “desde el principio se debe fortalecer el vínculo entre el soldado y el perro. El uniformado debe saber interpretar las señales que le dé a su compañero de trabajo. Debe existir mucho amor entre el perro y su guía. El soldado, desde que se levanta, debe encargarse de todas las necesidades de su compañero, desde el aseo hasta su comida y bienestar. Y, por supuesto, jugar”.
Asegura que “este vínculo permite salvar vidas al detectar campos minados o una mina antipersonal; pero también les permite encontrar personas desaparecidas, como en el caso de los niños. El trabajo de un binomio permite salvar muchas vidas, especialmente de campesinos y por supuesto de las tropas, pues los enemigos de la paz instalan estos artefactos en pasos obligados no solo de los uniformados, sino de los labriegos”.
“La experiencia de la Operación Esperanza nos permitirá mejorar nuestros procedimientos de entrenamiento y de búsqueda. Es necesario destacar que los perros se mueven muy rápido, pues mientras su guía camina diez metros, el can avanza cien metros. Es más pequeño, mucho más rápido y en todo tiempo emplea su olfato y nosotros la visión. Pero hay historias en que los perros extraviados vuelven al seno de su hogar”, explica Fontecha.
Lamenta que Wilson esté desaparecido y solo espera que sea encontrado o que pueda regresar. Es difícil que uno de los dos desaparezca, pues hacen parte de una familia.
Mientras tanto Carlos Villegas, rescatista de la Defensa Civil y quien también participó en la Operación Esperanza, dice que si para los humanos la situación en la selva es difícil, cómo será para un perro que no fue entrenado para cazar sino para rescatar a personas.
“Estuve trabajando con mi compañero Tellius y conocí a Ulises, otro de los caninos en la operación. Me imagino el dolor que debe estar sintiendo el soldado Cristian David por la desaparición de Wilson, porque no se trata simplemente de un animal, sino que se convierte en otro miembro de la familia”, expresó.
Explica que “las condiciones del clima, la lluvia permanente, los ríos, quebradas y caños, además de los truenos y grandes felinos y otros animales de la selva, podrían desubicar a Wilson. La esperanza que se tiene es que se le despierte el instinto de cacería para poder sobrevivir, ser encontrado o que regrese a su guía”.
Agrega Villegas que “cuando desaparece uno del binomio, bien sea el soldado o el rescatista, el can sufre y su recuperación es lenta y podría volver a jugar (trabajar), pero con una persona que conozca de sus capacidades y temperamento. Y, si muere el animal, el guía entra en depresión y tristeza, pues no solo se fue su compañero de muchos años, sino un miembro más de la familia. Es difícil”.