Fue Hernando Yepes Arcila uno de esos personajes irrepetibles en el devenir nacional. Poseía eso que se llama sindéresis, tan poco común en Colombia, y sobre todo gozaba del don del buen consejo, también una condición nada corriente. Ante su muerte es natural, pues, que amigos, catedráticos, jurisconsultos, estudiantes, desde su entrañable Manizales a Bogotá, se descubran ante una persona que, si bien tenía bonhomía, es decir, una tendencia hacia el lado bueno de las cosas, también sobresalía por su agudeza mental y un humor a toda prueba que reducía los complejos problemas de la historia, el derecho, la cátedra y la política al tamaño de su ingenio repentino.
Podría decirse, asimismo, que Yepes era un conservador clásico. No en los términos que pudieran pensarse para Colombia, con sus diversas vertientes o el mero partidismo, sino, en especial, producto de una densa asimilación cultural, histórica y literaria que, aparte de su estimada profesión de abogado, le permitió adquirir un enfoque particularísimo del mundo circundante, tanto el nacional como el internacional. Bastaba con escucharlo para encontrar, de inmediato, un comentario por fuera de los lugares comunes, sin intención ninguna de aparecer de erudito ni la fastidiosa manía de poner de presente la cantidad de cultura a la mano.
En efecto, en él aquello de la cultura era un acto natural y no un dispendioso artilugio del cual envanecerse. Incluso, en no pocos casos era notorio el desgaste de sus miles de libros, además de su biblioteca de estudio, esparcidos en múltiples anaqueles a lo largo de su apartamento, entre óleos y grabados significativos y esculturas de valía artística, lo cual permitía deducir, ipso facto, que los volúmenes eran sus contertulios de todas las horas.
Hernando Yepes fue, asimismo, uno de los grandes constituyentes de la Asamblea de 1991. En esa época venía de ser magistrado de la sala constitucional de la Corte Suprema de Justicia y, por supuesto, esa característica fue vital en muchas de las discusiones que se adelantaron en el Centro de Convenciones. Haber pertenecido a ese evento esencial del país le daba satisfacción, a la misma altura de otros cargos como los de ministro o magistrado, pero también dejaba entrever una crítica mordaz por haberse asumido en la Constituyente algunas figuras que después terminarían, a su juicio, en corto circuito. En ese sentido, era ante todo enemigo acérrimo del fetichismo jurídico, es decir, ese fenómeno tan colombiano de que con solo hacer una ley quedan todos los problemas resueltos.
Muy ligado a la Universidad Javeriana, de la cual fue profesor y exponente sin par, siempre se destacó, frente a las personas de cualquier condición, por su humildad, pensamientos certeros y don de gentes a toda prueba. A decir verdad, Hernando Yepes fue, si se quiere, uno de esos personajes de la Ilustración en tiempo presente, familiar, muy amigo de sus amigos, tan sibarita como místico, tan vital como alegremente escéptico, y quien a la larga podía también creer que en una conversación inteligente podía encerrarse la vida. Paz en su tumba. Nuestras más sinceras condolencias a familiares y amigos.