* El unilateralismo, eje de la geopolítica
* Grandes discusiones, pocas decisiones
La primacía del unilateralismo en la geopolítica de esta tercera década del siglo XXI ha llevado a que las cumbres internacionales, ya se trate de encuentros regionales, continentales o mundiales, tengan cada vez más un rol menor a la hora de tomar grandes decisiones o alcanzar consensos de alto impacto alrededor de problemáticas de índole global.
Esto explica, precisamente, el escepticismo que rodea la reunión anual del G-20, que reúne a las veinte economías más grandes del planeta, a partir de hoy en India.
En teoría el encuentro de los líderes de esos 19 países y de la Unión Europea, que conforman un 85% de la riqueza global y albergan no menos de dos tercios de la población mundial, constituye un foro de alto nivel en donde los debates deberían ser decisivos y las medidas adoptadas de amplio espectro.
Sin embargo, en lo corrido de este siglo lo que se ha constatado es que el G-20, el G7 y otros foros políticos y económicos multinacionales, como las cumbres sobre cambio climático, la Asamblea general de las Naciones Unidas o incluso las sesiones del Consejo de Seguridad, que se supone es la instancia político-militar más poderosa del planeta, terminan siendo escenarios en donde lejos de alcanzar acuerdos, lo que se recalcan son los pulsos geopolíticos entre países o bloques de estos.
Como lo hemos reiterado en estas páginas, lamentablemente el multilateralismo es, de lejos, uno de las premisas más desgastadas a nivel mundial, pese a que está presente en casi todos los discursos en foros, organizaciones y alianzas trasnacionales. No en vano algunos tratadistas sostienen que la apelación a este vocablo es cada vez más recurrente pero no en aras de alcanzar tratados y acuerdos de alcance hemisférico, sino, paradójicamente, en busca de todo lo contrario: imponer de manera muy diplomática la visión o intereses estratégicos de unos gobiernos sobre los de los otros.
La mayor prueba de esta circunstancia la ha presenciado todo el globo en lo concerniente a la invasión de Rusia a Ucrania, en febrero del año pasado. Tras año y medio de confrontación bélica, con un alto saldo en vidas y funestas consecuencias políticas, económicas, sociales e institucionales, no ha sido posible superar ese conflicto armado. Por el contrario, el pulso de poder entre Moscú y la OTAN, con Estados Unidos a bordo, se profundiza cada día más, al punto que ya se autorizó la entrega de grandes arsenales y hasta aviones de combate a Kiev, en tanto que el Kremlin sigue teniendo en alerta su poderío nuclear.
En ese orden de ideas, la cumbre del G20 que arranca en India no promete ser un foro decisivo. De hecho, aunque asiste el presidente estadounidense Joe Biden, los grandes ausentes serán los mandatarios ruso Vladimir Putin y chino Xi Jinping. Resultan, entonces, fallidas las esperanzas que se tenían meses atrás en torno a que en este encuentro se podrían avanzar algunas medidas para distensionar los escenarios críticos entre esas tres máximas potencias. No hay que olvidar, por ejemplo, que Washington y Pekín mantienen una férrea disputa por temas comerciales y geopolíticos, en tanto que la Casa Blanca y Kremlin tiene su tono al máximo por el tema ucraniano.
Así las cosas, se frustran de entrada las ya de por sí poco optimistas expectativas en torno a que en esta cumbre del G20 se tomaran determinaciones de fondo sobre concretar la financiación global al combate al cambio climático (sigue sin aterrizarse el giro de 100 mil millones de dólares anuales a los países pobres y emergentes) o se adoptara un plan de choque para combatir la desaceleración económica global. Tampoco se espera avance sustancial en la discusión sobre la restructuración de la deuda externa (con la reforma de la banca multilateral como eje), especialmente para dar un alivio a las naciones que no han podido superar el duro golpe de la crisis pandémica, la escalada inflacionaria o la alteración de los flujos comerciales planetarios en los últimos dos años.
Lo que sí habrá es discursos al por mayor, exposiciones teóricas sobre el nuevo orden mundial y lo que debería ser el norte de la humanidad. También se insistirá en la urgencia de afrontar los desafíos migratorios, el riesgo de un rebrote del covid-19, la amenaza creciente por el aumento de regímenes autoritarios en algunos continentes… Mucho sobre la mesa y muy pocas, o ninguna, decisión. Al final, puede que, como ocurre con estas cumbres, lo que más prevalezca sea la foto oficial de los asistentes y nada más.