*Cambiar los alcances de la política
*La invitación al Consejo Gremial
Como están las cosas en el país, las posibilidades de sentar las bases de un Acuerdo Nacional tendrían que comenzar por cambiar al menos el alcance de la política. El fermento de la polarización suscitada desde la Casa de Nariño, mientras la economía entra en franco declive y la inseguridad hace de las suyas en todos los rincones de la nación, puede resultar la ponzoña que termine de profundizar una situación ya de antemano calamitosa, con visos de recesión y agudo descontrol del orden público. Nada ha tenido que ver en ello la oposición, los medios, la academia, los empresarios ni aún los sindicatos o los campesinos ni cualquier excusa que se quiera dar para justificar las realidades circundantes. Por el contrario, la sensación de parálisis existente se debe particularmente a la gestión del Gobierno, a la idea de que más vale la retórica que las acciones efectivas y a la descoordinación e impuntualidad rutinarias.
Nadie dudaría, a los efectos, de que no es posible gobernar a Colombia a partir de la estructura esencial en que se soporta esta administración: los trinos. Estos podrán servir para la galería, el movimiento estéril de la llamada información “líquida”, la distracción de las redes sociales y ser nutrientes de la trifulca cotidiana, pero de ahí a que sean el mecanismo adecuado para enfrentar las ingentes necesidades colombianas hay largo trecho. De suyo, eso de poner un trino presidencial puede dar la apariencia de mucho movimiento, pero a la larga no indica en lo absoluto que se esté siguiendo un plan metódico de gobierno o que, incluso, exista la presencia necesaria donde es deber mantenerla. Por el contrario, no pocas veces los trinos han servido para hacer grandes anuncios que, sin embargo, nunca cobran vida en documentos, resoluciones o cualquier instrumento de política pública. En suma, podrán servir estos de factor gubernamental secundario, no obstante, jamás suplantarán lo que es primordial en la conducción estatal: gobernar.
Ya muchas veces el presidente Gustavo Petro ha puesto sobre el tapete la idea del Acuerdo Nacional. Diríase que en esta oportunidad por enésima vez. Tantas veces que, incluso, hoy suena casi que a comodín político. Nunca, ciertamente, se han presentado los fundamentos de un convenio real. De hecho, cuando inicialmente el Gobierno dio unos pasos tímidos de concertación en la reforma a la salud el intento se vino al traste porque una cosa era lo que hablaban los directorios políticos con el primer mandatario, en pos de un acuerdo, y otra los textos que más tarde se llevaban al Congreso. Y eso que en esa época las mayorías parlamentarias se habían declarado oficialistas. Inclusive hace un año, cuando el presidente Petro fue a la asamblea de la ANDI (a diferencia de ahora) habló de acuerdos al estilo de los propuestos por la académica italiana Mariana Mazzucato. Aun con las reservas que se pudieran tener en esa perspectiva, donde solo el Estado es la vanguardia de un proceso de este tipo, pareció en su momento que efectivamente el primer mandatario tenía el propósito de concertar unos puntos concretos. Hasta el sol de hoy.
Ahora se da el caso de que el presidente ha invitado, para la próxima semana, al Consejo Gremial a discutir las reformas presentadas o que se van a radicar en el Congreso. Por lo pronto, hay que decir que resulta pasmoso constatar cómo hoy, cuando se cumple un mes de sesiones parlamentarias, muchos de esos proyectos están en obra gris y los pocos que habían logrado el tránsito del primer debate ni siquiera han vuelto a discutirse. En una situación similar, una cita con el presidente del Congreso, Iván Name, para hablar de la agenda legislativa, se demoró eternidades y se dejó la sensación de que parecía cosa de poca monta o que podía más el encono del Ejecutivo por no haber logrado imponer en esa posición a su candidata repentina. Pero, por más derrota que, en efecto, representó esa victoria de varios partidos frente al querer gubernamental, los asuntos de Estado y el trámite de la democracia exigen mayor diligencia ante circunstancias que hacen parte del devenir normal de la política.
Sin embargo, tampoco hay que cerrarse a la banda si la invitación al Consejo Gremial, para el Acuerdo Nacional, puede representar un viraje real en los alcances de la política y no signifique, para nada, dejar de lado el firme respaldo de las instituciones en las múltiples investigaciones que comprometen a la Casa de Nariño. De otro lado, al menos es un reconocimiento sorpresivo, por parte del Gobierno, de que la empresa privada es un factor sustancial en la marcha del país y de que su concurso es vital para salir de la encrucijada en que se encuentra Colombia. No sobra advertir, por otra parte, que no habrá de servir esta primera cita de excusa para que más tarde, con otros actores, asome las orejas un cambio de gabinete en el que ciertos partidos políticos se vayan de bruces para lograr puestos y prebendas a nombre del Acuerdo Nacional. Mucho espera el país de esa reunión con los gremios. Sería catastrófico que fueran utilizados de mampara para reeditar la coalición clientelista de hace unos meses o simplemente encontrar alguna forma de oxígeno político.