La fantasmagoría como política
Dignidad de Feijóo, cobardía de Sánchez
Como era de esperarse, el conservador Alberto Núñez Feijóo no obtuvo las mayorías parlamentarias para lograr la investidura presidencial en España. Pese a que su colectividad ganó las elecciones hace unos meses, con la cifra más alta de diputados en el hemiciclo, el Partido Socialista, coaligado con los pequeños grupos separatistas catalanes y vascos, además de alguna otra colectividad intermedia heredera del populismo de Podemos, se atravesó en ese propósito de alternación democrática con el Partido Popular.
Ni más faltaba pues que, pese a la derrota socialista en las urnas, se fuera a dejar un mínimo resquicio abierto para que el conservatismo consiguiera las mayorías requeridas para formar gobierno en el Congreso y con ello garantizar la unidad territorial española. Ahora, imantado con el poder, el jefe del socialismo y actual presidente derrotado en las elecciones, Pedro Sánchez, se aliará en la entidad hasta con el diablo en la obcecación de negociar su permanencia como primer mandatario, aún si esto pueda suponer la disolución de España tal y como hoy la conocemos en el mapa. Total, se trata en su caso de mantener el poder por el poder, consigna tan típica y lesiva de las verdaderas democracias, pero de su parte tan apreciada y practicada.
De modo que la noticia, en realidad, no es lo que se sabía por anticipado que pasaría con el bloqueo a Feijóo, sino el precio que Sánchez estará dispuesto a pagar con el triste objeto de aposentarse en solio español, a como dé lugar y por encima de lo que sea. Ya se sabe, entonces, que con los separatistas configurará las mayorías parlamentarias y, lejos de algún temple político y alguna nota de estadista, irá de mercado para otorgarles lo que a voluntad tengan por pedir. Tanto así que, en lugar de hablar como jefe del partido socialista, asumió la vergonzante actitud de guardar silencio en el Congreso y poner a un energúmeno de Valladolid de estafeta de sus manifestaciones intestinas y por su parte tomar las de Villadiego. Un episodio lamentable del aun joven sistema democrático español, donde solía ser común poner la cara y debatir abiertamente sobre los temas trascendentales. Y precisamente Sánchez guardó silencio para, en medio de los baldones y alaridos, camuflar la coyunda secesionista que se trae entre manos y pone al cachirulo vallisoletano para distraer incautos.
En cambio, el separatismo catalán ha puesto su baza, bien claro. Han dicho sus representantes que en lo absoluto pueden obligarlos a ser españoles, que buscan una república independiente con mediación internacional y crear un nuevo país en la Eurozona, en lo que los partidos vascos, tanto los de fuente etarra como tradicionalistas, también medran en el mismo objetivo pese a sus discrepancias de antaño. Bajo esa perspectiva las amnistías que se piensa Sánchez, para no sancionar el referendo catalán ilegal de hace unos años, no son evidentemente ningún método judicial de perdón y olvido, sino tan solo el distractor de lo que realmente cuenta: la proclamación oficial del República de Cataluña. Y de ahí en adelante por supuesto la República de Vasconia (¿con Navarra incluida?) y así sucesivamente, Galicia, Andalucía, Canarias y en fin el derrumbe paulatino de España hasta la vieja Castilla. ¿Y por qué no? ¿Acaso no está viviendo la Península una fantasmagoría indeclinable?
Bastó, a los efectos, con solo patearse esa sesión de fallida investidura para comprobarlo. La política menuda actual, repleta de los fantasmas enterrados de la historia se hizo presente para usar sus pedazos dispersos, carentes de sentido evolutivo, con miras a la disolución de España en procura de volver a las Españas. Desde luego, una regresión casi bíblica. Y un teatro para simplemente dar curso a los intereses creados de un partidismo localista que, pese a su aguda minoría, conoce la debilidad de Sánchez. Y la va a exprimir hasta donde el mortero indique.
Pues bien, el problema catalán ahora ha quedado en manos del socialismo. O mejor del “sanchismo”, porque ya está claro que socialistas preminentes no andan en esa mercadería. Por lo pronto, Feijóo sorteó con dignidad, humor e inteligencia un evento que estaba perdido de antemano. Cuando Sánchez por fin hable y muestre sus cartas, será la hora de nona de la suerte española. Ya vendrá el momento de saber si se entregará, al igual que Colombia con Panamá; si por cualquier muy lejana razón prefiera recapacitar en un acuerdo nacional sensato con el Partido Popular; o al final no quede más alternativa que recurrir a unas nuevas elecciones para que sea el pueblo el que definitivamente dicte el destino de España y el país pueda salir de ese baúl de anzuelos.