La OIT advierte que unos 1.600 millones de personas, casi la mitad de la fuerza laboral formal del planeta, podrían perder sus trabajos por la crisis sanitaria y económica provocada por la difusión del coronavirus. Los informales son otros tantos miles de millones que de no recibir el auxilio oficial, perecerán. La mitad de los trabajadores del mundo bailan en la cuerda floja, con la real amenaza de perder su empleo.
La OIT aumenta sus proyecciones sobre la eventual pérdida de puestos de trabajo hasta el equivalente de 305 millones de empleos para el segundo trimestre de 2020: unos 232 millones de empresas de comercio mayorista y minorista, 111 millones del sector turístico, 51 millones de la rama hotelera y 42 millones de otros sectores, como el inmobiliario, están en peligro de cierre.
Tales cifras hablan con elocuencia brutal sobre los efectos de la pandemia en el mundo, de la que no se exceptúa Colombia donde el descalabro económico que podría ser desastroso, puesto que el petróleo está por el suelo, los giros del exterior periclitan, las modestas exportaciones a China y Estados Unidos bajan, los mercados vecinos de Venezuela y Ecuador agonizan. Con la industria, la manufactura y el comercio paralizado, la moneda devaluada, el desempleo cunde y cae el consumo. El mercado interno por cuenta de los tratados de libre comercio nuestro no es soberano, sino a medias. Los efectos depresivos de la economía se extienden como plaga apocalíptica y el malestar social se recalienta más que la caldera del diablo.
No quiero decir que claudiquemos y caigamos en un mortal pesimismo, sino que debemos reaccionar y actuar conjuntamente en pro de superar las dificultades y sacar avante la salud de los colombianos y el sistema económico. En tan apremiante y confusa situación debemos evitar que se despilfarren los recursos que el Gobierno destina para capear la crisis que, según algunos expertos, sobrepasará los $50 billones de pesos. Parte de nuestra crisis depende de la reacción del mercado internacional, agobiado por las quiebras en cadena, el paro y la caída del comercio global.
Todas las encuestas coinciden en señalar que la mayoría de los colombianos están hartos de la impunidad y la corrupción en el manejo de los dineros públicos. La sociedad está pendiente de lo que hagan el Fiscal General, el Contralor y el Procurador, para investigar y destapar la olla podrida de la corrupción, conscientes que es un mal peor que el mismo Covid-19.
Siendo tan grave la situación socio-económica y política, consideramos qué si se toman las medidas desarrollistas que en su momento proponía Álvaro Gómez, más otras de la misma índole para impulsar la recuperación nacional, con muchos sacrificios y esfuerzos podremos sortear la crisis. Álvaro fue un estadista y gigante de la política, al cual los enanos de la misma y de la corrupción, se esforzaron por impedir que llegase al poder. Para preservar la vida de los colombianos, como para combatir el Covid-19, debemos desinfectar los establos políticos y de los intermediarios de la salud, alimentar a nuestro pueblo, dar trabajo y estimular la economía y por sobre todas las prioridades fortalecer y hacer eficiente la justicia. Álvaro Gómez nos legó su fe en los colombianos, sus ideas, la Fiscalía y el Plan Nacional Desarrollo, su proyecto inconcluso de reformar la justicia, así como la voluntad política de rodearse de los mejores sin importar su condición social, ni edad, sino su talento y experiencia, con miras a un gran pacto nacional por Colombia.
La reactivación económica, acompañada del cuidado y distanciamiento social, son fundamentales para intentar sobrevivir un mal que nadie sabe cuánto va durar.