José Ortega y Gasset, en su ensayo sobre Mirabeau, ese notable y controvertido político francés de los tiempos convulsos y contrarrevolucionarios de Francia, con realismo profundo sostiene: “Hace mucho tiempo he postulado una higiene de los ideales, una lógica del deseo. Tal vez lo que más diferencia la mente infantil del espíritu maduro es que aquélla no reconoce la jurisdicción de la realidad y suplanta las cosas por imágenes deseadas. Siente lo real como una materia blanda y mágica, dócil a las combinaciones de nuestra ambición. La madurez comienza cuando descubrimos que el mundo es sólido, que el margen de holgura concedido a la intervención de nuestro deseo es muy escaso y que más allá de él se levanta una materia resistente de constitución rígida e inexorable”. Y más adelante agrega Ortega: “Entonces empieza uno a desdeñar los ideales del puro deseo y a estimar los arquetipos, es decir, a considerar como ideal la realidad misma en lo que tiene de profunda y esencial. Estos nuevos ideales se extraen de la Naturaleza y no de nuestra cabeza: son mucho más ricos de contenido que los píos deseos y tienen mucha gracia. En definitiva: el ‘idealismo’ vive de falta de imaginación”.
Lo mismo que sostiene Ortega sobre Mirabeau, guardadas las proporciones, se aplica a un político colombiano de tiempo completo como Roberto Gerlein Echeverría, con medio siglo de dedicación a la misma. Como se sabe, la conducción política del formidable orador francés quizá habría podido evitar que la Asamblea se desbordara, como agrega Ortega, “su política no tiene secretos ni oscuridad alguna, como los hechos de todo un siglo se encargaron de comprobar, fue la obra más clara que se intentó en la Revolución Francesa”. No le correspondieron a Roberto Gerlein, tiempos tan terribles como los de esa aciaga revolución, pero si la creación del Frente Nacional, como los inicios de la política de concordia y entendimiento entre los dos partidos históricos, que, casi desde la fundación de la República, han gobernado alternativa o conjuntamente el país, en convivencia o en feroz lucha por el poder. Mirabeau quiso cambiar la política francesa de salón, para contener la revolución y sus pares de la nobleza no le entendieron. En algunas oportunidades históricas, la clase dirigente es tan miope que prefiere dejarse conducir por los demagogos al matadero que reaccionar y evitar el desastre. Al poco tiempo de morir Mirabeau, los nobles y burgueses comprenden que ese brillante Conde, famoso por su talento, por intelectual y mujeriego, que parecía sostener el sistema en vilo sobre sus anchas espaldas y que había podido evitar el desastre sangriento que se olfateaba en el aire.
Claro, los tiempos son distintos y lejos de mi está comparar a Mirabeau con Roberto Gerlein, que se mueven en épocas y ámbitos políticos tan diversos y en épocas tan diferentes. Más los dos tienen esa noble condición de políticos de tiempo completo. Gerlein, desde el Congreso, en la Comisión de asuntos constitucionales, entre otras, como en el trabajo constante con sus colegas y los gobiernos, ha sido un factor de realismo positivo, de equilibrio político. Le ha correspondido atemperar las pasiones de los que llegan al Congreso con la idea de derrumbarlo todo y de ser necesario incendiar el país. Con paciencia les explica que al Congreso se arriba para legislar, para ser prudentes y para fabricar las leyes. Como el senador barranquillero, durante la etapa de estudiante de Derecho en la Javeriana trabajó en el Parlamento, pocos tan experimentados como él, ni tan fecundos en aprobar leyes que resuelvan los problemas nacionales, hasta donde las leyes pueden hacerlo.
Las mismas condiciones de ser legislador por el Atlántico, uno de los departamentos con mayores problemas sociales del país, determinaron que cumpliese una labor regional y nacional inmensa, bajo el reclamo constante de sus parciales. Encontrarse con el senador en el Hotel Tequendama o en cualquier otro lugar de Bogotá, salía ser un acontecimiento. Pocos políticos con tal dominio de la palabra, de la ironía y de la anécdota oportuna. Pocos con tal capacidad de defender los principios conservadores a todo trance. Pocas veces ha sido tan merecido un homenaje como el que el Partido Conservador le ofrece al notable legislador en el Hotel Tequendama en ocasión de su retiro de la actividad proselitista. Sus servicios a Colombia son incalculables. Se trata de una vida dedicada al servicio público, algo que muy pocos pueden hacer. Pese a que cuando se revocó el Congreso en el 1991, estuvo un tiempo fuera Legislativo, después regresa en hombros de sus seguidores para retirarse involuntariamente en diciembre del año pasado afectado por complicaciones respiratorias.