Alan García aparece en la política peruana como un político y orador providencial. Su figura elevada, erguida e imponente, se impone en las manifestaciones políticas por la capacidad de cautivar los auditorios más variados, mediante el uso de la dialéctica y el poder del verbo. El manejo de la voz demuestra que conoce a fondo los recursos para despertar la emoción y los instintos de las muchedumbres. Por la educación en Francia, pareciera que adquirió el hábito de mover las manos y gesticular al ritmo de las palabras, con la intención de mantener como hipnotizado a sus parciales. Cómo José María Velasco Ibarra, en Ecuador, podía decir “denme un balcón y llego a la presidencia”. Esa misma fórmula se aplica a Juan Domingo Perón. Más seria una torpeza pensar que su éxito político se debía en exclusiva a la oratoria. Era un estudioso de la realidad peruana latinoamericana, con amplios conocimientos sobre política internacional y economía.
Tuve la oportunidad de hablar con Alan García, unas cuantas veces cuando vivió exilado en Colombia. Una vez, durante una mesa redonda en la que participamos, se levantó de primero y dejó olvidado un libro. Se trataba de la famosa obra “Capitalismo Contra Capitalismo” de Michel Albert. En casi todas las páginas tenía subrayados y comentarios. Yo se la devolví, sin pensar que en ella se inspiraba para modificar su pensamiento socialista de la economía. Varias veces le oí decir que había sido una desgracia para el Perú que Raúl Haya de la Torre fuese vetado por los militares para llegar al poder. Yo le decía que él se había buscado su desgracia al atacar un cuartel.
Tomando un café en el Hotel Tequendama, con Augusto Ramírez Ocampo, le pedí que nos recordara los alcances del ensayo de Haya de la Torre, sobre la teoría de Einstein aplicada a la relatividad histórica en la región, en la que sostenía que entre nosotros se cumple la misma relatividad en cuanto podemos estar en el siglo XX o XXI, mientras en otras regiones del mismo país se padece la edad de piedra, el medioevo y otros estadios del pasado, puesto que nuestros países son asimétrico en cuanto al tiempo histórico y la geografía.
Las recetas económicas que aplicó Alan, a rajatabla en su primer gobierno, fueron desastrosas para el Perú, al fomentar un socialismo que castraba la iniciativa privada y dilapidaba los recursos públicos en el afán populista de moda, con resonantes frases vacías sobre el antimperialismo, como sobre su objetivo de sacar al país del atraso y la injusticia. En realidad, ocurrió exactamente lo contrario, casi acaba con la banca privada, lo que afectó negativamente al resto de la economía y sumió al país en la hiperinflación. Así que termina su gobierno en el desprestigio personal y la frustración colectiva.
Le sucede Alberto Fujimori, quién estaba por depurar la política y combatir la corrupción, por lo cual estuvo de acuerdo en la operación para capturar a Alan, al dejar del poder. Éste consiguió evadir el cerco policial y salir del país, para refugiarse aquí. La historia de Fujimori, otro hombre providencial al estilo oriental, está más fresca puesto que aún sigue en prisión por cuenta de los crímenes que se cometieron durante su gobierno, varios bajo la dirección de Montesinos, su feroz hombre de confianza.
Es tal la capacidad de sorprender de la política peruana, que hoy recibimos la noticia del suicidio de Alan Jarica, acusado de recibir un soborno de Odebrecht, mediante el pago de una conferencia por US$1.000.000, una suma baja si se atiende a que esa compañía repartió millones de dólares por la región para sobornar gobiernos y campaña. Supuestamente, se trataría de una comisión relacionada con la construcción de un tramo del Metro de Lima.
Es posible que los que consideran que era simplemente un demagogo no le den mucha importancia al influjo que tuvo en su mentalidad Michel Albert; lo cierto es que cuando pudo superar los líos judiciales que lo tuvieron exilado en Colombia y volvió a su país, se presentó como un político renovado y partidario de una forma moderada del desarrollismo. El hecho de ver cómo se apartaba de su antiguo discurso socialista y con la misma vehemencia del pasado defendía las políticas de libre empresa y desarrollo con apoyo del Estado, mostraban un político inteligente y capaz de manejar la autocrítica.
Algunos dicen que es un acto de cobardía suicidarse, otros que va contra la doctrina cristiana, no faltan los que califican el asunto de teatral o de una crisis nerviosa, como de un instinto que yace en las profundidades del subconsciente. Cualquiera sea la razón que llevó a Alan García a esa trágica decisión, deja una honda pena en cuantos le conocimos, así fuese de manera ocasional.