Como firman los sociólogos de la política, el poder tiene su magia, está ahí, circula, es esquivo para unos, como un carbón ardiente. Sonríe para otros. En ocasiones, no siempre, los que más lo persiguen consiguen atraparlo, mientras en el camino otros en apariencia menos ambiciosos se lo topan o las circunstancias los encumbran. Manes de la tragedia griega, que desdeña el posmodernismo y está ahí a la vuelta de la esquina.
Releyendo el interesante escrito de EL NUEVO SIGLO del 13 de julio ¿Uribe presidente del Senado? Resulta inevitable pensar en el poder, en las circunstancias en las cuales Iván Duque recibe el gobierno donde, por fortuna, tenemos un Banco de la República, independiente y responsable. A estas alturas cobran mayor interés las recientes declaraciones del actual ministro de Hacienda Mauricio Cárdenas sobre los tres huevitos de codorniz heredados que calentó durante su gobierno, que él dice trasformó en gigantes. Lo que contrasta con las declaraciones de Alberto Carrasquilla, nuevo ministro del ramo nombrado por el presidente electo Iván Duque, quién desde Medellín deja constancia: “recibo una economía con problemas”. Cuando se es hombre de gobierno, es preciso, en ocasiones, ser lacónico para no alarmar, los que están mejor informados sobre la situación real de nuestra economía saben a qué atenerse. Ese es un debate que se dará en el Congreso y la Academia, para conocer el real estado de la Nación. Algo que, seguramente, ya han estudiado a fondo los altos funcionarios del equipo de Iván Duque.
Lo que está claro es que con el modesto crecimiento actual, la deuda externa y los recursos comprometidos para el denominado posconflicto, como por los gravísimos problemas de la multiplicación de los cultivos ilícitos, ligados a la continuidad del conflicto armado, la dependencia del petróleo es creciente. Por lo mismo, Alberto Carrasquilla afirma que su prioridad es fortalecer la economía, promover el crecimiento y continuar el esfuerzo de sacar a millones de seres de la pobreza.
Ese objetivo primordial en lo económico del nuevo gobierno requiere, como lo planteó Álvaro Gómez en su catecismo político, de un Acuerdo sobre lo Fundamental, para que las fuerzas de orden que son mayoría lo apoyen en todas las instancias.
A su vez, un Acuerdo sobre lo Fundamental necesita del respaldo decisivo del Congreso de la República. Y todos sabemos de la complejidad de hacer alta política en medio de los debates de toda índole que se dan en el Capitolio. Para eso se necesita un estadista de experiencia, talento y voluntad inquebrantable, en el caso que el Congreso quiera hacer reingeniería y convertirse en Admirable. Con tal fin, se requiere de un político de la estatura de Álvaro Uribe en la presidencia del Senado. Sería la oportunidad de sacar partido de las mayorías de derecha que predominan en la nueva legislatura.
La presidencia del Senado en cabeza de Uribe le conviene a Colombia, al gobierno, a los partidos de la coalición e igualmente a la oposición. Allí tendrían la oportunidad de debatir las propuestas oficiales y proyectos en curso, como sobre las grandes reformas que se pueden hacer desde el Legislativo.
Álvaro Uribe es un político comprometido con la historia, no es un actor casual ni efímero de lo político. Es alguien que tiene un objetivo inequívoco e insobornable de instaurar el orden en el país. Con miras a cumplir ese objetivo y establecer una paz duradera, por dos periodos presidenciales Juan Manuel Santos lo mantuvo en la oposición y desdibujó su herencia en procura de negociar el futuro del país en La Habana. Uribe, con su formidable persistencia y capacidad de lucha, consiguen que su partido y la coalición, que conformó con tal fin, coronen el poder. Ahora se trata de tener grandeza y hacer desde el Legislativo las grandes reformas que reclama la Nación. Nadie mejor que él para cumplir, junto con el presidente electo Iván Duque y las fuerzas de orden, un pacto sobre lo fundamental.
Algunos dicen que con la presidencia de Uribe en el Senado se agudizará la polarización. No hay tal, aquí nos acostumbramos desde el Frente Nacional a que los políticos levanten la espada en el aire y den gritos en los debates amañados del Congreso, sin dar ni recibir heridas, negociando invariablemente sus propuestas para, finalmente, caer en la medianía. Nadie ha dado más muestra que Álvaro Uribe de civilidad y patriotismo en el Congreso. Es la oportunidad histórica de forjar el binomio del cambio entre el Ejecutivo y el Legislativo para movilizar las sinergias y sacar avante las grandes reformas que anhela y necesita la República.