En el día, mas, puntualmente, en cuanto oscurece en Bogotá, algunas de las personas que por alguna razón deben trasnochar y cruzar las calles de la ciudad, lo hacen presas de temor. El hampa se adueña de determinados lugares y prevalida de los medios modernos de comunicación y en especial del móvil, anuncia el paso de algún ciudadano candidato a ser robado o marcado por sus cómplices a ser víctima de un atraco, un secuestro y de pronto de un asesinato.
Los expertos policiales en seguridad sostienen que una urbe con tantos millones de habitantes y con tan poco personal policiaco, es mucho lo que se hace por disuadir a los delincuentes nativos y extranjeros que recorren la ciudad en busca de sus víctimas. Lo mismo que la abundancia de cámaras permite detectar a varios de los criminales, sin alcanzar a capturarlos dado que en ocasiones proceden a cometer sus delitos con suma rapidez, incluso en algunos casos registrados por las mismas autoridades en complicidad con funcionarios corruptos.
Se dan casos de policías que han sido capturados de uniforme cometiendo delitos y extorsionado y atracando a ciudadanos inermes. Por fortuna, son una ínfima minoría y la fuerza mantiene muy en alto la moral de sus agentes. Más peligroso y delicado es el caso de los funcionarios probos que terminan siendo seducidos por las tentaciones de la mafia, a cambio de jugosas ganancias.
Un experto de la Policía me indicaba que en algunas regiones se alistan en la fuerza pública gentes de dudosa ortografía con la meta de aprovechar el uniforme para hacer dinero y delinquiera. Así como en algunos casos los vigilantes privados suelen ser sorprendidos en complicidad con los asaltantes de los edificios residenciales cuando salen de vacaciones los residentes. Por tanto, es esencial estudiar muy a fondo la formación y procedencia, el medio y las relaciones de estos servidores públicos que tienen en sus manos la responsabilidad del orden y la seguridad en las calles.
Resulta paradójico, y de alguna manera incomprensible para los extranjeros, enterarse que en Colombia el hampa y los sediciosos se muevan armados con arsenales modernos, en tanto un ciudadano de bien que solicita el permiso de portar un arma y, en general, se lo niegan, so pretexto de contribuir al sosiego público y evitar riñas y homicidios. Lo mismo que les llama la atención que los partidarios del aborto sean en general los mismos que se oponen a la pena de muerte o se declaran enemigos de la legítima defensa de la sociedad y los individuos.
Si en nuestro ordenamiento jurídico se establece el derecho a la vida, el mismo lleva implícito el derecho a defenderla. No es inteligible que mientras en las calles el hampa esparce el terror y deja una mancha de sangre, de muerte y heridos a su paso, se le niegue al ciudadano el derecho a defender su vida. Se da el caso de individuos que han sido asaltados, ultrajada su pareja y ellos mismos, que resultan condenados a prisión y cuantiosas multas por defenderse. Eso es sencillamente aberrante. Lo mismo que el caso de un funcionario idiota, dizque experto en seguridad ciudadana, que se quejaba de un banquero que se movilizaba en un vehículo blindado seguido de sus escoltas. A sabiendas que de no tener la debida protección, lo secuestran o asesinan. La señora Alcalde Mayor de Bogotá, Claudia López, a la que nadie le regaló el cargo, que conoce de extremo a extremo la ciudad, ha dicho que la reacción del médico acorralado por los criminales que lo querían secuestrar ha sido de legítima defensa de su vida. Lo mismo advierte el presidente Iván Duque.
Los diversos informes que nos llegan muestran a un médico que fue asaltado, golpeado en el puente peatonal de Santa Bárbara, donde tantos vecinos y vecinas han sido golpeados y atracados, siendo tirados desde la altura al asfalto. El galeno sufrió la lluvia de golpes casi sin tiempo de reaccionar, le dieron con la cacha de un revólver en la cabeza y lo cruzaron de heridas con una o varias navajas, al parecer sin la intención de matarlo, sino de secuestrarlo. Quizá eso lo salvó. Esa situación le da tiempo de reaccionar e instintivamente, pensando que lo mataban, sacó un arma y disparó contra los tres bultos que lo rodeaban, dejándolos tendidos allí mismo y despachados al otro mundo.
Ese respetable y valioso ciudadano debiera ser reconocido como un héroe. Un héroe que de no llevar un arma estaría muerto. ¿Cómo es posible que les sigan negando a las gentes de bien que porten un arma? Ramiro de Maeztu, ese gran escritor y espíritu superior español, decía que la decadencia de España se agravó cuando los señoritos resolvieron llevar sus espadas de adorno y no sabían ya de esgrima. ¿Cómo iban a defender el Imperio en esas condiciones de desmedro voluntario? La seguridad ciudadana pasa por la legítima defensa y el derecho de portar un arma.