En Caracas, en Bogotá, en Quito los viejos grupos de poder realistas que sobreviven la gesta de la Independencia trabajan de consuno con los nuevos focos de poder que irrumpen controlados por las roscas de intereses económicos localistas, los caciques políticos y los caudillos barbaros, coaligados para disputarle el poder al Libertador Simón Bolívar.
Lo que anima más a los peruanos a tomarse por la fuerza el sur del país, no solo de la parte ecuatoriana de Colombia, sino de la de la Nueva Granada en el Cauca, donde cuentan con el apoyo, entre otros, de los antaño realistas José María Obando y José Hilario López, quienes consideran el Cauca como el territorio bisagra que se podría incorporar al Perú o Ecuador, en tiempos en los cuales la nacionalidad estaba en formación y se imitaba el modelo de naciones europeo. No se percatan que constituíamos una unidad continental en lo espiritual, cultural y en cuanto al destino político. Nos movemos políticamente a la inversa de los estadounidenses, cuyos dirigentes supieron tras la Independencia conservar el orden y la unidad del territorio de las 13 colonias, para fortalecerse, expandirse y compran territorios como Luisiana o apoderan por la fuerza de las armas de ricas y extensas porciones del territorio mexicano.
A nosotros nos pierde el parroquialismo de dirigentes como Páez y Santander, los del Perú y de Argentina, incluso de Chile, que no tienen la voluntad política de unirse en el Congreso Anfictiónico de Panamá (1826) donde apenas se avanza a un acuerdo de unión entre Colombia la grande y México, que no cristaliza, cuando Santander, en ausencia de Bolívar, borra de manera chapucera los alcances del mismo al conferirle a los Estados Unidos las mismas ventajas que las pactadas por Bogotá y México, en la práctica se anula el magno proyecto integracionista del Libertador y el estadista mejicano don Lucas Alamán.
La unión de Colombia y México, nos colocaba con ventaja a la par de los Estados Unidos. En tanto el Imperio de Brasil mantiene con férrea voluntad geopolítica la unidad y sigue los dictados expansionistas del marqués de Pombal, a cargo de los bandeirantes.
Sucre cuenta con una visión geopolítica de engrandecer a Colombia y está al tanto de los grandes proyectos diplomáticos y militares del Libertador. Ambos exploran la posibilidad de liberar Puerto Rico, incluso el Brasil, ligado a la Santa Alianza o por lo menos de impedir su expansión. Al mariscal lo distinguen las maneras suaves y el carácter fuerte, como un instinto de lucha insobornable, los obstáculos reanimaban su ánimo aún en las condiciones más adversas. Siempre estuvo dispuesto a sacrificar la vida por el altar de la Patria colombiana.
Ese sentimiento común por las grandes empresas concebidas sobre la marcha de la guerra por la Independencia lo mantenía unido al Libertador, por el que profesaba verdadera devoción. Sucre había templado el acero de la voluntad en la sangrienta guerra civil y social de Venezuela, sus conocimientos militares como ingeniero se enriquecieron cuando califica en el Estado Mayor de Miranda con los generales franceses que lo acompañaron en Venezuela; textos de estrategas galos con anotaciones de su puño y letra se conservan en la Universidad de San Agustín en los Estados Unidos. En Ayacucho comanda soldados de todas partes de Hispanoamérica y extranjeros, que entienden su inspiración estratégica y las órdenes de combate sobre la marcha, hasta consagrar la libertad de América.
Sucre, antes de librar la batalla del Portete de Tarqui, repasa, fugaz, sus gloriosas victorias militares. Siente que la responsabilidad histórica es inmensa y que de no ganar la batalla al ejército invasor su prestigio se desploma, la vida del Liberador peligra, Colombia la grande se desintegraría dominada por el nido de víboras de los conspiradores que buscan el poder en Bogotá y Caracas. El mariscal evoca un tanto sombrío a Napoleón cuando se hunde por los terribles efectos de la derrota de Waterloo. Lo reconforta que domine la estrategia y comanda verdaderos héroes.