Don José Ortega y Gasset, decía que ``ser de izquierda es, como lo es ser de derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil; ambas, en efecto, son formas de hemiplejia moral''. El filósofo español por lo general brillante y polémico, con una vigencia extraordinaria en cuanto a sus análisis de la sociedad y el individuo en medio de “La rebelión de las masas”, se le escapan ciertos aspectos de la vida colectiva y política, en cuanto no todas esas posiciones en ese campo obedecen a una decisión libre. En ocasiones la postura política está dictada por el medio en el que se vive, que impulsa al sujeto a ser de un bando o militar en los extremos, en cuando el centro se torna gelatinoso y pierde su razón de ser.
Esto ocurre, por ejemplo, cuando un candidato insinúa expropiar a un terrateniente, como en el caso de Petro, con el expresidente Álvaro Uribe, dado que no se trata de una bufonada. Entonces los centristas van a tomar la decisión un tanto salomónica de negociar el asunto, para, acaso, aceptar que le quiten la mitad de la finca. Lo cual en cual sería injusto y absurdo. Esos temas de los valores, el honor, la libertad o la propiedad no se negocian. Eso es cuestión de carácter.
Así tengamos en Colombia el antecedente funesto de la negociación en La Habana, donde surgió una suerte de Constitución a contrapelo de la de 1991. En La Habana, el exsecretario del partido comunista español, Enrique Santiago, logró notables éxitos “negociado” con el gobierno de Santos, más de los que se le atribuyan a las Farc militarmente en más de medio siglo de lucha, como la de dejar las armas y pasar sus jefes a convertirse en legisladores. Lo mismo que la no extradición de sus agentes en determinadas circunstancias, como lo explica el ex fiscal general Néstor Humberto Martínez Neira. En estas circunstancias en términos de filosofía del derecho y de la praxis jurídica, las autodefensas podrían llevar su caso a la Corte Suprema y solicitar que les den el mismo trato que les dieron a las Frac.
Lo anterior ocurre en Colombia en cuanto estamos en un periplo histórico en la evolución similar al de la Edad Media. En donde nos regodeamos en el feudalismo creciente de la política, mediante la repartija del poder y de las instituciones entre los jefecillos regionales locales, gracias a la pésima escogencia -salvo notables excepciones- de gobernadores, alcaldes, senadores y representantes, con fundamento en el dorado metal que se reparte, por lo general, bajo la promesa de mayores ganancias al llegar al gobierno. Por eso, tenemos varias docenas de candidatos, que aparentan librar una contienda feroz por la presidencia de la República y contra los de distinta tolda política, para al poco tiempo aparece ligados al contrario en una suerte de sindicato que intenta lograr el favor de las masas.
En tales circunstancias de desconcierto y confusión en donde la nación se estremece por el avance del caos y la toma de las ciudades por bandas y montoneras de curtidos y aprendices de guerrilleros urbanos, un partido conservador aferrado a los principios de orden y defensa del imperio de la ley, podría haber despertado el fervor místico de otros tiempos, cuando por ejemplo en Bogotá la mitad del Concejo era conservador y teníamos una fuerza parlamentaria poderosa. Hoy ni siquiera tenemos un directorio conservador en Bogotá, ni una organización juvenil. Siendo qué con el entonces presidente del Directorio Nacional Conservador, Carlos Holguín, tuvimos la iniciativa de organizar la Academia del Pensamiento en la voluntad de forjar líderes, preparar a ediles y concejales, como a los futuros alcaldes y dirigentes, cometido que avanzó hasta que se deriva en una etapa esterilizante en la que encalla la mística y voluntad reformadora del conservatismo.
Para colmo, en el conservatismo, a la inversa de casi todos los otros partidos que se lanzan a una suerte de primarias populares para elegir al candidato presidencial, con la idea de promover la mística, reducido a un club parlamentario eligen a dedo el candidato presidencial dizque único, que a los pocos días sale a pedir pista en la agrupación de exalcaldes de diversa tendencia política, algunos buenos funcionarios y otros de dudosa gestión de los dineros públicos. Se comete el craso error de violar la Constitución y los estatutos del partido al no convocar la Convención Nacional y nombrar a dedo por sus colegas del congreso a David Barguil, como candidato presidencial conservador, quien, casualmente, aparece firmando el largo y farragoso texto de 142 artículos de los estatutos partidistas avalado por el Consejo Nacional Electoral.