Estamos siguiendo los primeros pasos de la involución revolucionaria en Colombia, de la misma índole de los retrocesos políticos que han vivido otras naciones de Hispanoamérica, así como hoy con Pedro Sánchez los sufre la misma España. La involución revolucionaria comenzó en Cuba con Fidel Castro. Como es archiconocido, el comandante intentó con el Che Guevara, exportar la revolución e incendiar la región, expansión violenta que fracasa y a éste último le costó la vida.
En ese entonces, el marxismo y socialismo del siglo XIX, es reivindicado por la izquierda como un gran avance político para favorecer al pueblo. Fidel Castro, admirador de Carlos Marx, implantó su dictadura en Cuba, dado que entendía que por la vía democrática era imposible adelantar el gobierno del proletariado, ni el del socialismo o el comunismo. Mediante el paredón, donde muchos inocentes fueron eliminados por tener una empresa o defender la democracia y la libertad. Por entonces, la izquierda campeaba en la Unión Soviética y China, dentro de una división mundial bipolar, producto de la Segunda Guerra Mundial.
El mayor problema es que Marx criticó el capitalismo sin decir cómo sería su utopía. Es en Rusia, donde Lenin resuelve instalar un régimen comunista, pese a que el ideólogo alemán consideraba que ese sistema debía suceder al capitalismo en su etapa superior, cuando sus contradicciones lo condujesen al desastre. Rusia era un país agrícola en tiempos del Zar Nicolás II, así que, Stalin, para implantar el comunismo en los campos sacrifica a más de 20 millones de seres. Lenin elimina los partidos políticos, puesto que no cree en el sistema demoliberal de los mismos. Pese a que el Zar era venerado como jerarca de la Iglesia Ortodoxa, mediante atentados terroristas y la demagogia, consiguen voltear al pueblo contra él, quien será detenido y fusilado, junto con su familia.
La revolución rusa no se entiende sin seguir los esfuerzos demagógicos de Lenin para atraer a las masas de las ciudades, que lo siguen sin saber a ciencia cierta a donde los conduce. El poder de las masas es enorme, cuando se las organiza y moviliza pueden enfrenar a las fuerzas del orden; incluso en ocasiones desarmarlas, en especial cuando las mismas han perdido la mística o caído en el caldo de cultivo de la corrupción. La democracia demoliberal en diversas ocasiones declaró la ilegalidad de los partidos socialistas o comunista, sin conseguir asfixiar su influencia, puesto que cuando la demagogia se gana el corazón de los humildes, la represión no consigue eliminar sus ilusiones. Es cuando es preciso que los partidos de orden exhiban sus argumentos y propuestas sociales a favor del pueblo.
Es curioso que no fue un gran ideólogo, ni profeta, sino un exmilitar, Hugo Chávez, atraído por Fidel Castro, quien resuelve lanzarse a la aventura de captar las masas para la revolución por la vía pacífica y electoral. Él logra varias veces lo que parecía imposible, ganar elecciones con sus tesis de izquierda, en alianza con varios sectores del establecimiento, que consideraban que lo podían domesticar. Ocurrió lo contrario, el hábil demagogo los utilizó a ellos y sus agentes llevan ya más de 20 años en el poder. Otros sectores de la izquierda, como el que representa Lula, gracias al apoyo de Chávez, llegaron por la vía electoral al poder. En lo que se identifican la mayoría de esas fuerzas políticas es que, mediante la demagogia y el populismo, consiguen sumir en la pobreza a los países que gobiernan.
La revolución al apoderarse de las empresas productivas de un país, sea mediante la violencia o elevando los impuestos hasta conducirlos a la ruina, genera más miseria colectiva que en el peor de los sistemas democráticos. Por supuesto, cuando se gana el corazón de las masas, es posible sostener gobiernos populistas con esas entelequias hasta que se produce una implosión y se derrumban. El precio es terrible, la ruina de los países y la catástrofe socia. Parece una ironía y lo es; en la China actual rige un sistema capitalista, bajo una dictadura estatal partidista, alejado de los sueños de Marx.
Lo que tenemos por el momento en Colombia es la violencia generalizada, al compás del populismo en diversos campos alentado desde las altas esferas del gobierno, en un afán desesperado de acotar a la empresa privada, como elevar los impuestos a limites ruinosos, sin darse cuenta que como el mico que acierra la rama donde se encarama está forjando la propia caída.