En buena hora en la Corte Internacional de Justicia resplandece el respeto debido al derecho internacional, numerosas veces en el curso de los años del litigio con Nicaragua. Nos referimos al sensible asunto en este diario, sugiriendo, cuando Nicaragua denunció el tratado Ezquerra Bárcenas, que Colombia debía ir a La Haya y plantear que ese tratado era írrito, por lo que las cosas entre las dos naciones debían volver a la situación de antes que entrara en vigencia el mismo. Lo que significaba que, al perder toda vigencia el tratado, las costas de Nicaragua en el Atlántico debían volver a ser colombianas, por la sencilla razón que siempre lo habían sido. Incluso en tiempos del Imperio español, Nicaragua no tenía salida al Atlántico.
En medio de ese debate se atravesaba el hecho de la vigencia del Pacto de Bogotá, que por llevar ese nombre nuestros diplomáticos se sentían amarrados al mismo, cuando, precisamente, lo más prudente era salirse del mismo, con la finalidad de que la Corte Internacional no entrara a arbitrar ese caso.
En medio de todo ese entuerto jugaban diversos intereses y en el caso de la agresión jurídica de Nicaragua, es de recordar que el país caribeño mantuvo una firme unidad de todos los sectores políticos unidos en el reclamo contra Colombia, en casi todas las ocasiones. Mientras que aquí los gobiernos tendían a discrepar con la oposición sobre el tema. Fuera de que no tomaban en serio la demanda de Nicaragua, dado que se creía que bastaba con obrar a derecho, para que ese país renunciara a la demanda. Además, Nicaragua tuvo aliados internacionales que la apoyaron con recursos para pleitear contra nosotros. Fuera de eso, los nicas le habían ganado un pleito internacional a los Estados Unidos, así que con el mismo y brillante abogado francés soñaban con apoderarse de San Andrés y demás islas e islotes, como del mar territorial.
La estrategia de Nicaragua, en gran medida, se fundaba en la pretensión de acusar a Colombia de ser un país expansionista y muy grande y poblado. Se les olvidaba que, en el siglo XIX, en tiempos del radicalismo en el poder y vigente la Constitución de Rionegro, se llegó en el país a un romanticismo político delirante, mediante el cual se creía que Carta Política tenía tantas bondades, que si otro país la adoptaba -en este caso Nicaragua- podíamos ser tan generosos con ellos, que, por esa solidaridad política con el radicalismo, en el Congreso de Colombia, se acordó entregarle -regaladas- esas costas de nuestro país. No es de sorprender que Víctor Hugo, dijese que esa Constitución de Rionegro, parecía hecha para Ángeles. Para entregar esos territorios se apeló a la doctrina de Res Nullius. Están los debates en el Congreso de la época, donde se aprueba que los territorios deshabitados en el país se podían regalar.
Todo ese delirio que en esos tiempos se apodera de los radicales y liberales, en parte tenía que ver con la creencia utópica de que los problemas sociales y políticos se resolvían solos, en tanto el Estado y los individuos intervinieran lo menos posible en su resolución. Creían, también, en la teoría de Rousseau, que el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe. Teoría del buen salvaje que hoy se esgrime entre algunos grupos radicales. Por supuesto, en su delirante romanticismo ensayaron el federalismo entre nosotros con pésimos resultados en lo político, lo económico y lo social. Lo mismo que nuestro país en esos tiempos fue el que más avanzó en nuestra región en el librecambio, con funestos resultados financieros que arruinaron a los artesanos, quienes, precisamente, seguían las banderas del radicalismo.
Lo cierto es que a pesar de ese ilusionismo político que nos llevó a varias guerras civiles, algunas inexplicables, los colombianos de entonces se distinguían por la defensa a ultranza del derecho y los tratados internacionales. Y hasta la gente del pueblo sabía que quería decir eso de: pacta sunt servanda. En tanto Nicaragua, nunca mostró agradecimiento por el trato amigable de Colombia, sino que al acudir a la Corte Internacional de la Haya, nos presentaba como una especie de potencia que ultrajaba a los pescadores nicas, algo falso. Por el contrario, la marina colombiana siempre ayudó a nuestros nativos en sus emergencias y extendía la ayuda a los nicas de la región. Ahora que se hizo justicia, esperemos que el pueblo nicaragüense se libere de la tiranía ominosa que los gobierna y renazca en un nuevo amanecer la hermandad entre nuestras naciones.