En la Feria del Libro se consagran diversos autores y se entra en contacto con los clásicos y los heterodoxos, al igual que se descubren algunos que por cuenta de deficiencias del mercado libresco rutinario no se consiguen entre nosotros. Predominan los libros de autoayuda, los de protesta, los que se dedican a pronosticar la frustración colectiva y la revolución imparable, los de las nuevas tecnologías y el cambio que sacude la sociedad, para señalar que el mundo no para y la trasformación tecnológica modifica inexorablemente los parámetros de nuestras vidas. No faltan los viejos y los nuevos filósofos. La historia con un pabellón de Colombia que pretende ser muy sugestivo y se queda en la opacidad y la charada vacua. Así como se dan debates sobre escritos de investigación periodística como el de María Jimena Duzán, un denso trabajo sobre el proceso de paz de La Habana, que estuvo muy concurrido, en especial de jóvenes y amenizado por los comentarios floridos y oportunos de Juan Lozano.
La Feria del Libro es un lugar de encuentros y de rencuentros con autores de todos los tiempos y lectores colombianos y de otros países. Allí nos vimos con uno de los más interesantes y reconocidos escritores de España, al que ya conocíamos: Ignacio Peyró. Presentaba su obra Comimos y bebimos editada por Asteroide de Barcelona. Se trata de un escritor convencional, lejos de los vendedores de historias escalofriantes y diatribas, como las de Vallejo, que cautivan a muchos.
Peyró es un profesional de la literatura que, deliberadamente, no busca notoriedad. Es un periodista de fina agudeza y humor, enfundado en sus gafas no tan gruesas, y comentarista consagrado, que dirige el Instituto Cervantes en Londres. Quizá, un tanto tímido. Es de los que le rinde un culto infatigable a la historia de España, sobre los que podemos hablar por horas, amparados por una copa de vino, que combina con su interés por la buena mesa, por lo que departimos en el comedor del Gun Club y el restaurante inglés de El Nogal, entre otros lugares, lamentando no poder concurrir al restaurante de moda Rebelión, como teníamos acordado por la agenda tan apretada.
El libro que Peyró presentó en la Feria tiene la deliberada pretensión de ser un texto fácil de leer que no pretende descrestar a nadie, de esos que suelen encantar los iniciados en la buena mesa, la conversación y la literatura. Toca los temas más variados, por ejemplo, el de “los gordos de antes”. Allí dice “Quizá hoy cueste pensarlo, pero hubo un tiempo en que el sentido de la vida no era estar delgado y palabras como culpa o pecado no remitían de modo directo al chocolate. Paradojas o castigos del progreso, hace dos generaciones en España lo que importaba era comer y ahora lo que importa es evitar los desarreglos -tan graves- de la obesidad a la anorexia. Ningún niño de hoy podría entender al buen Carpanta. Ningún hombre de hoy podría pensar que una comida sin postre -según dijo Servarín- es como una mujer bella sin un ojo”.
Y de ojos bellos y elegancia bogotana, se llevó la mejor impresión de los de las graciosas damas con las que departimos un instante en el Gun, dedicadas a exaltar el gobierno de Iván Duque y condenar al infierno a sus opositores.
No faltan los comentarios sobre un buen puro: “Tantas pasiones pasan y el puro permanece para suspender la ley del tiempo y acotar unos minutos de eternidad sobre la tierra”. Al leer este pasaje de Peyró me viene el recuerdo de unas líneas de Balzac, sobre los puros granadinos que según la leyenda romántica unas bellas jovencitas amalgamaban en sus muslos sudorosos por el calor y el ron, para que algún dandy en París, suspirara por fumarse es hermosura tropical. Y sigue “Partagas y nada más”. “Todo buen puro viene de la Arcadia feliz, con el añadido de la cubanía como atractivo radial esa historia purgente de nombres de un lado y otro lado del océano, manufacturas de ultramar, un cromo con idilio de palmeras y señoritas del siglo XX que se asoman al balcón o calman su suspirar pulsando con romanticismo algún piano”.
Nos viene la nostalgia de Madrid, cuando recordamos deambular por sus calles que cruzó el inmortal Quevedo, al calor de unas copas acompasadas por deliciosas tapas y amena conversación que puede terminar en duelo verbal cuando se toca el tema político. “Pasaran más de mil años y muchos más, y una buena copa seguirá figurando entre las cosas perfectamente serias de la vida. Siempre conviene tener unas cuantas horas de barra para saber cuándo dar esquinzo al plasta o leer inspiradamente el pestañeo de la rubia. Como un aporte a la existencia amarga, ahí está el bar con toda su farmacopea para rebelarnos que una hora de copas está mejor invertida que los ahorros de George Soros”. En fin, la donosa literatura de Peyró no es para hipócritas.