Por lo general, en las naciones en las cuales lo conservador se debilita avanzan con mayor facilidad las fuerzas disolventes del caos. Argentina es el mejor ejemplo al respecto. Un país en el cual en el siglo pasado lo conservador se expande en Buenos Aires, una de las ciudades más bellas y adoquinadas con mayor ambiente cultural y oportunidades para los emigrantes europeos, desde donde se exportan alimentos a Europa y las arcas públicas se encuentran rebosantes de divisas, lo mismo que sus científicos son exaltados con el premio Nobel, una mujer recibe el de Literatura y el insigne escritor Jorge Luis Borges dirige la Biblioteca de la capital. En los albores del siglo XX se construye el Metro y parecía imparable el crecimiento y desarrollo, y grupos de oficiales predican la expansión del país a costa de los vecinos.
Todo se da para que Argentina se convierta en potencia; con frecuencia arriban los barcos repletos de inmigrantes, hasta consiguen que se popularice internacionalmente el tango y la filosofía del despecho. El símbolo de lo conservador, en ese entonces, era el general Roca, que invierte en Buenos Aires y extiende la obra civilizadora a la pampa irredenta.
Mas con los inmigrantes llega el descontento, el conflicto social, las propuestas socialistas, anarquistas y las tesis disolventes revolucionarias del marxismo, que propagan algunos de los recién llegados un tanto hostiles al orden conservador imperante; en la contraparte surge la simpatía por el Nacional Socialismo de Hitler o el Fascismo de Mussolini, cuando en la escuela militar se marcha todavía al paso de ganso. En tanto, Buenos Aires crece y se embellece, rivaliza y supera en poco tiempo a varias de las ciudades europeas más famosas. Intelectuales, académicos y escritores famosos se instalan en la capital argentina, uno de los mejores vivideros del planeta, donde persiste un cierto matriarcado a la italiana. En lo político, lo conservador cede en protagonismo electoral, se fractura, parece no entender el cambio y los compadritos afines pierden influjo en las barriadas.
En Argentina, los militares asumen el poder cuando lo conservador periclita y pierde influencia. En el otro extremo de la sociedad aparecen los sindicatos con el afán de capitalizar las reivindicaciones sociales y lo conservador no consigue conciliar la tradición con el cambio. Los militares, con el general Farrel en el poder, convocan al coronel Juan Domingo Perón para que socialice con los sindicalistas y los encamine por la vía nacionalista afín al elemento castrense. Perón penetra, reorganiza y orienta el sindicalismo en torno suyo, lo que despierta el antagonismo con los sectores tradicionales de la sociedad y de las mismas Fuerzas Armadas.
Es famosa la breve prisión de Perón, que capitaliza su relación con los sindicatos y choca con los militares más conservadores, como la intervención de Evita y del pueblo en favor del nuevo mesías, que es liberado de inmediato y al poco tiempo se enfrenta electoralmente a los partidos tradicionales unidos y a sus antiguos compañeros de armas, como al embajador de los Estados Unidos y gana la presidencia. Es cuando emerge con fuerza brutal e imparable, el populismo nacional justicialista, que trae el desorden y la demagogia, pero de momento consigue que los obreros y emigrantes o sus descendientes no giren a la izquierda.
Perón llega al poder con las arcas rebosantes de divisas y se lanza a un proyecto social de alto vuelo, donde a los obreros se les construyen departamentos con ascensor, mediante el cooperativismo se abaratan los productos que consumen, la industria avanza con patentes europeas, se busca la autarquía petrolera, se favorece la movilidad social. La propaganda oficial impulsa la idea de una Argentina potencia. El crecimiento industrial se debilita por cuenta del paro recurrente y los autos y los aviones que se fabrican no son tan competitivos. Los militares conspiran y la Armada se la juega por el golpe contra Perón, que sale de Buenos Aires en una pequeña cañonera de bandera paraguaya que le facilita su compadre Alfredo Stroessner.
Lo que sigue es historia archiconocida, se suceden los militares golpistas, hasta la llegada de Campara, que cumple un interregno con los montoneros, mientras Perón afina su electorado. Los radicales alcanzan brevemente el poder. Vuelven los militares. Se libra la guerra por las Malvinas y se hunde el proyecto castrense. Se cae Isabel. El justicialismo de derecha es superado por la corriente chavista. Con Macri se torna a seguir a rajatabla el modelo del FMI y campea el neoliberalismo, que promete la recuperación económica. El barco hace agua y ni con US$50 mil millones se estabilizan. El populismo desacreditado asoma las orejas por todas partes.
Colombia debería aprender de ese laboratorio político, pues aquí periclita peligrosamente lo conservador.