Cada cierto tiempo resurge la polémica sobre las consecuencias del arribo de Cristóbal Colon a América, en 1492. ¿Algunos se preguntan por qué llegaron los hispanos y no los nórdicos, ni los franceses u otros pueblos? ¿Fuera de las heroicas hazañas que realizaron estos hombres que se internaron en tierras desconocidas y hostiles, qué los motivaba? La respuesta habitual es el oro, la aventura, la huida de una España en continua guerra y opresión, hambruna y pobreza.
Se olvida que el almirante Colón no sabía de la existencia del Nuevo Mundo, dado que buscaba el camino al Asia, para romper el predominio que tenían los venecianos el lucrativo mercado de especies entre esa región y Europa, que resultaba ruinoso para varias de las grandes ciudades europeas. Se olvida, también, que aquí vinieron sacerdotes y misioneros que practicaban el voto de pobreza. Se desconoce que por las cartas de algunos de los que participaron en esa noble hazaña, creyeron que estaban en el paraíso, en particular aquellos que provenían de las zonas más pobres de la Península, como Extremadura, donde había nacido el hazañoso Hernán Cortés. No pocos de esos héroes encontraron la muerte o padecieron la ruina. En lo que sí están de acuerdo la mayoría, es que en estas tierras se respiraba un nuevo aire de libertad y plenitud, por lo que la mayoría decide quedarse, hacer su vida en esta región maravillosa, poblarla y extender su civilización.
Al interrogante sobre el viaje de Colón se explica por cuanto la reina Isabel quiso ayudar en una empresa que salvaría de las aulagas a España, gracias a una nueva ruta comercial con Asia, agobiada por siglos de guerra de liberación con los moros. Los castellanos habían logrado una elevada condición de civilización, organización social y creatividad, en medio del conflicto armado, en el cual participa Don Miguel de Cervantes Saavedra, del que cuentan que en prisión comenzó a escribir El Quijote, que es impreso apenas a unos años del descubrimiento, asunto que atrae su atención y pide a las autoridades que le den un cargo en Cartagena de Indias, que le niegan, quizá por ser deudor moroso del fisco.
La guerra templa el carácter del pueblo español para las grandes empresas, como la de penetrar y prevalecer en tan extensos territorios, puesto que de los pueblos europeos era el más apto para vencer tan grandes y desconocidos desafíos; lo favorecía la avanzada organización política, con sus cabildos, libertades y descentralización, lo que les permite extender su predominio político-militar y cultural con la religión y el castellano por estas regiones, como planificar la creación de ciudades. La historia no la hace cualquiera, sino el que puede.
El variado medio que encontraron los exploradores estaba bajo el influjo de pueblos en diversos grados de atraso y desarrollo, algunos todavía en el primer día de la creación, como diría el Conde de Keyserling; unos eran antropófagos, otros practicaban sacrificios humanos y la violencia y la barbarie prevalecía en las selvas. Así que el evangelio y el orden que establece la hispanidad, con el más avanzado régimen municipal de la época, las VII Partidas, más las leyes de Indias y el rey como árbitro, facilitan la comunicación de un extremo a otro de nuestras regiones y un sorprendente crecimiento social, cultural y material, como hasta entonces no había conocido la humanidad.
Castilla se proyecta en América y ésta en Castilla y Europa por su incontrastable fuerza espiritual y de voluntad. Ambos mundos se retroalimentan, se amalgaman, hasta producir una transformación mundial. Nace el hombre americano del futuro. Es la unidad del orbe que modifica el errado concepto del globo terráqueo del homo sapiens europeo, que abre nuevo horizontes y esperanzas para todos los seres del planeta. Es incuantificable el aporte de unos y otros, de europeos y americanos, como el sentido de sacrificio hispánico, lo que esclarece la historia.
Los que se ocupan de lo que se denomina conquista, o mejor expansión española, no caen en cuenta que en la segunda fase prevalece el empuje criollo. Los hijos continúan la obra de sus padres y así sucesivamente, hasta nuestros días. En Colombia, nada más, la expansión y amalgama de los pueblos no ha concluido. Somos nosotros los que debemos rendir cuentas.
Pretender a estas alturas que el rey Felipe VI pida perdón por las acciones buenas o malas de los actores de la historia de otros tiempos es ridículo y absurdo, es el afán populista que se apodera de ciertos presidentes durante el ejercicio del poder, bajo la obsesión de llamar la atención o embaucar tontos. Es el caso del talentoso político mexicano Manuel López Obrador, que por lanzar anzuelos populistas se olvida de su responsabilidad como gobernante en cuanto el abandono y la frustración de varias de las tribus indígenas de su país.