Con ocasión de la conmemoración del 20 de julio de 1810 y los recientes acuerdos de paz con la Farc, se vuelve a insistir por cuenta de diversos comentaristas en señalar que Colombia es un país violento, con una larga tradición de violencia, desencuentro social y de confrontación en las zonas de la periferia. Se acepta que la población colombiana es violenta por naturaleza, casi de la misma manera que en el siglo XVIII Rousseau sostenía que los nativos del denominado Nuevo Mundo, en estado de naturaleza eran buenos, para acuñar la famosa frase que dice: el hombre es bueno por naturaleza y la sociedad lo corrompe.
En ambos casos se trata de una metáfora, en realidad con el tiempo al conocer las costumbres de los indígenas americanos se comprendió que eso de que eran buenos por naturaleza era una presunción refutada por hechos tozudos que no se pueden desconocer. Como se recuerda, Bartolomé de Las Casas estuvo como muchos otros aventureros de esa época en buscando el Dorado por la zona oriental de Venezuela, donde convencido de la naturaleza bondadosa de los indígenas se le ocurrió fundar una comunidad desarmada para que conviviera con éstos, mientras él se dirigía a Santo Domingo, en busca de abastecimientos para los colonizadores que entretanto se integrarían pacíficamente con los indígenas. Al regresar y llegar a la colonia se encontró con un panorama aterrador, los colonos habían sido asesinados por los nativos. Conmovido en extremo y al sentirse culpable de dejar en la indefensión a las víctimas de tan horrenda carnicería, arrepentido ingresa a la orden de Los Dominicos y desde el pulpito la emprende contra sus antiguos compañeros de aventuras conocidos como los conquistadores. En varios escritos teje la leyenda negra, que hizo carrera, sobre como para calmar su desasosiego espiritual castigó en los otros su terrible pecado de dejar los colonos a su suerte.
Han pasado varios siglos desde entonces y la leyenda negra contra España sigue, se repite, se la adorna, se le agregan toda suerte de casos sangrientos para mostrar que España cometió toda clase de excesos en estas tierras hasta ensangrentar su suelo, incluso no faltan los “historiadores” que niegan que entre los aztecas se practicaran horribles ritos en los cuales se sacrificaban numerosas niñas jovencitas para calmar a los dioses. Hace poco tiempo la capital de México se encontraron entre los cimientos de lo que fue antiquísimo templo de Tenochtitlan una gran cantidad de restos humanos y calaveras, como a cinco metros de profundidad que comprueban el dicho de los antiguos cronistas sobre los sacrificios humanos, principalmente de doncellas. Lo que desde luego nada tiene que ver con las divagaciones filosóficas del filósofo ginebrino, pero que comprueban que desconocía la genealogía de los aborígenes de estas tierras y lo desinformado que estaba al respecto.
La misma reflexión se aplica al concepto que hizo carrera entre nosotros y que sostiene que los colombianos son violentos por naturaleza, que los cincuenta años de conflicto armado con las Farc lo comprueban. Lo mismo que la historia de guerras civiles desde la Independencia hasta la de los Mil Días. Cuando alguno sostiene esa tesis en público, las gentes asienten y algunos agachan la cabeza con cierta vergüenza o arrepentimiento, en especial si se trata de un extranjero contratado por el gobierno para darnos lecciones de paz.
Esa tesis repetida una y mil veces por “improvisados sociólogos” no resiste el análisis. Una simple suma de los ejércitos de la Independencia, como de los de las guerras civiles, comprueba que nunca han llegado al uno por ciento los hombres en armas en esas confrontaciones, ni siquiera ahora que se ha multiplicado tanto la población. En realidad han sido minorías las que han estado en armas. El grueso de los colombianos se ha mantenido pasivo, se ha quedado pasmado frente a la violencia y no hace mucho y nada, principalmente por una razón, carecemos de una sociedad organizada, lo que le permite en especial a los violentos empoderase de la situación mediante la violencia. Por desgracia no se ha conseguido fortalecer el Estado para conjurar esas amenazas violentas o subversivas, ni siquiera con la Fiscalía General de la Republica, que se funda por iniciativa del jefe conservador Álvaro Gómez Hurtado.
Y lo peor es que ese país formal, respetuoso del derecho, de la Constitución y de las leyes, que por lo menos mantuvo -pese a la violencia focalizada en la periferia del país- en las grandes ciudades el imperio de la ley, hoy se desvanece en materia grave la legalidad y la noción de los códigos como instrumentos punitivos debido a la amnistía e indulto a quienes cometieron crímenes atroces durante décadas en nombre de la subversión.