Pocos recuerdan cómo el pensamiento liberal de la Ilustración había penetrado en las altas esferas de los cuadros de poder dentro del Imperio Español, bajo la órbita del pensamiento ilustrado parisino donde se diseña el plan de estudios de Imperio, lo que induce a Carlos III a tomar medidas que afectan de manera fatal la mentalidad y estabilidad de sus dominios, al punto de llegar a la expulsión de los Jesuitas, cuya principal consecuencia será la ruina de sus misiones en América y un influjo pernicioso en la crisis del Imperio, que debilita sus cimientos y facilita su colapso años después.
Pese a las investigaciones de esclarecidos autores que informan de la importancia de la gestión misional de la Compañía de Jesús en Hispanoamérica, no solamente catequizadora sino en el plano humanitario, social y económico, la nueva historia hispanoamericana suele pasar por alto el influjo que tuvieron los sacerdotes jesuitas entre nosotros durante su memorable gestión civilizadora y a favor de la Independencia americana. ¿Cómo es posible que se ignore aún por investigadores y eruditos reconocidos, el experimento de los jesuitas en Paraguay, una de las experiencias maravillosas de la humanidad en el encuentro civilizador entre los europeos cristianos y los indígenas? Los jesuitas arriban a lo que hoy es el Paraguay, en 1587, con la tarea de evangelizar a los indígenas, que tenían una singular organización social y se comunicaban en la lengua guaraní. Lo primero que hicieron los misioneros fue estudiar las costumbres y los valores de los nativos, conocerlos e intentar entenderlos, escribiendo la gramática guaraní. Ese proceder cauteloso y cristiano permite que se forme una “inteligencia” activa entre las partes.
El hondo sentido humanitario de los jesuitas para con los indígenas los lleva a forjar una suerte de utopía social en esa región, que ha llamado vivamente la atención de notables investigadores, filósofos e historiadores, en cuanto en poco tiempo elevan a los nativos al entendimiento de una evolución occidental de siglos. Los autores demoliberales y discípulos de Rousseau, pretenden desconocer ese avance cultural y el modelo de entendimiento en tiempos de barbarie mundial, en cuanto desmiente a Rousseau y hecha por tierra la teoría del buen salvaje que nace libre y la sociedad lo encadena y corrompe, que hizo carrera en Europa y entre nosotros.
Es de anotar que a diferencia de los colonos de otros países europeos que de manera sistemática eliminan a las tribus autóctonas, los jesuitas se ocuparon en Paraguay en animar, formar y defender pueblos que se conviertan en autosuficientes, donde la convivencia cristiana fruto del acuerdo social fuera la norma de la cotidianidad. Los Austrias permiten que los Jesuitas ensayen en esa zona tan alejada de la civilización ese modelo de convivencia tan avanzado que aún hoy conmueve a cuantos lo estudian y reconocen sus ventajas.
Rousseau, escribió en Europa aleccionado por escritores y elementos que apenas conocieron los dominios del Imperio Español por la vulgata de viajeros que improvisaban su interpretación tergiversada la realidad, que ignoraban las famosas Leyes de Indias en defensa de los indígenas o estudiaban los asuntos influidos por las disputas religiosas europeas. En el Paraguay los misioneros se ocupan en convertir a los nativos itinerantes en elementos un tanto sedentarios para favorecer la educación y el desarrollo de núcleos de población autosuficientes. Lo mismo que preservan el idioma guaraní y lo dotan de los avances gramaticales escritos.
Ese esfuerzo colosal de los jesuitas por entender al otro y garantizar la convivencia de seres que se encontraban en estadios distintos de evolución, es uno de los hechos más conmovedores y fascinantes de la historia. Es del caso recordarlo en ocasión de la visita papal. Francisco se formó en la Compañía de Jesús y por su condición de vecino de Paraguay y estudioso de la historia y de los fenómenos sociales, tiene una valiosa interpretación de la experiencia evangelizadora y civilizadora en Paraguay, como en América.
En la Nueva Granada los jesuitas cumplieron una acción civilizadora y progresista que los llevó a organizar comunidades autóctonas en torno a numerosas poblaciones, que se mantenían estables y productivas bajo cierta autarquía y producían lo necesario para sobrevivir. Allí por primera vez impera el cristianismo y se cultiva en los llanos el café y otros productos, lo mismo que se practica la ganadería extensiva. La abrupta expulsión de los jesuitas de la Nueva Granada, dejó a la deriva a los indígenas que ven arruinar sus aldeas, cuyos enclaves urbanos con el tiempo los devora la manigua. Se pierde en la desmemoria colectiva esa enorme contribución social de la Compañía de Jesús en la Nueva Granada, así como se horadan las bases del Imperio Español en América.