En Buenos Aires, hermosa y acogedora ciudad en donde las librerías estaban abiertas toda la noche, solíamos hablar en la Biela, por barrio Norte, con los amigos, políticos, periodistas, diplomáticos, uno que otro intelectual, algún sacerdote, los militaristas, la derecha, los peronistas, con algunos habituales clientes o con refinados admiradores de Borges, incluso con los que nos atendían y alguna agraciada dama, de los comentarios del día, tanto nacional como internacional, así como de los inevitables rumores sobre posibilidades de golpe de Estado y del acontecer del fútbol.
En las noches en los clubes se hablaba de lo mismo, hasta en el Jockey, por lo que el nombre de Diego Maradona, reconocido peronista, era comidilla de todos los días por su simpatía y chascarrillos de barriada con los que solía acompañar sus declaraciones públicas, por el deporte o por las noticias que generaba su vida privada, su tormentosa relación con las mujeres y la rumba, sus espléndidas propinas y regalos. Formado en la barriada, había surgido de la nada, con una autenticidad bárbara. Como capitán, por su inteligencia, audacia, talento, físico, definía el equipo y volvía locos a los contrarios en la cancha, su creatividad y la potencia de sus cañonazos producían goles que conmovían al mundo. Es el astro por excelencia, que brilla con luz propia.
Las pinceladas de Emmanuel Macron, entre los jefes de Estado, son apropiadas para enmarcar las hazañas de Maradona, al que destaca como artista y jugador suntuoso, “el mejor de todos los tiempos”. De “un genio inclasificable”, y critica su cercanía con Fidel Castro y otros demagogos. El presidente francés, comenta: “Boca Junior y su mística hinchada lo hicieron conocido en el mundo. Barcelona consiguió una joya, creyendo que por fin había encontrado al sucesor de Johan Cruyff, para dominar nuevamente el fútbol europeo”. Y sigue, con lo que es ya un criterio universal sobre su periplo deportivo: “fue en Nápoles que Diego se convirtió en Maradona. En el sur italiano, el pibe de oro reencontró la pasión de los estadios sudamericanos, el fervor irracional de los fanáticos y llevó al Nápoles al camino del Scudetto, a las cumbres de Europa”.
Y agrega: “Le quedaba por escribir la historia de un país herido por la dictadura y la derrota militar. Esta resurrección ocurrió en 1986, con el partido más geopolítico de la historia del futbol”. Discrepamos de Macron, en realidad, Argentina salvó, por su inolvidable valor, el honor de Hispanoamérica en Las Malvinas.
Maradona, en México, marca los dos goles inolvidables del mundial de futbol. Y como yo estaba ese día en el estadio, nada menos que al lado de la tribuna presidencial, seguí como hipnotizado los movimientos de los deportistas, en lo que para los allí presentes y para el mundo era un duelo entre Hispanoamérica e Inglaterra. Quizá, en cierta forma, el equipo inglés, era formidable, en algunos aspectos el mejor, junto con los argentinos, más el corazón de los nuestros después de la guerra estaba con el país hermano. Es evidente que el gol “con la mano de Dios”, como decía Maradona, normalmente, no era válido, más ese partido por la carga de significado y emoción revanchista era excepcional.
No debe sorprender que el portero inglés lo recuerde. La consigna no escrita era eliminar a los isleños; así que validaron el golazo del astro argentino, donde al parecer el único que no se percata de que lo hizo la mano, fue el árbitro. El presidente francés plantea: ¿Es Diego Maradona el más grande futbolista de todos los tiempos? Las lágrimas de millones de huérfanos responden hoy con evidencia dolorida”. Por supuesto, agregamos, el gran Pelé, entiende, consciente de que es el otro mago de la cancha, cuyo lugar de honor es indiscutible.