El mapa geopolítico regional muestra, casi como en una ecuación, que en los países donde desaparece el influjo positivo de los partidos conservadores o la elite ilustrada entre los militares, como pasa en el Cono Sur, la izquierda extrema irrumpe para asaltar el poder.
Tras el avance socialista y chavista en la política de Hispanoamérica y en España, Portugal e Italia, tenemos que Brasil, donde declinan las fuerzas conservadoras de antaño, el país más importante de nuestra región, tiene hoy en Jair Bolsonaro, un presidente de derecha y defensor del papel histórico del Ejército en momentos cruciales de su historia. Brasil, que tuvo vocación imperial, no se resigna a seguir una política retrograda de autodestrucción y populismo disolvente, plagado de corrupción. Luchan contra el covid-19, intentan desarrollar su propia vacuna y no dejar fenecer la economía. Uruguay, con el mandatario Luis Lacalle, es modelo de gobernabilidad inteligente de corte conservador. La cosa es más compleja en Argentina, en donde al desaparecer el conservatismo del general Roca, surge el justicialismo con sus vertientes de derecha e izquierda, en constante pugna. Cristina se perpetúa en el poder, como senadora y esposa del dos veces gobernante, con dos mandatos propios y actualmente, como vicepresidente, después de derrotar a Mauricio Macri, quién recibe 55.000 mil millones de dólares del FMI sin conseguir reverdecer la economía ni ganar la reelección. Mientras el Ejército, después de sus triunfos y errores, pierde influencia.
Por su parte Chile cuenta con un estadista formidable, imaginativo y empresario del desarrollo, al que la izquierda extrema busca confundir, sin lograrlo. Hoy la izquierda quiere cambiar la Constitución y salir de Sebastián Piñera, cuando el problema no está en la Carta Política, sino en el atraso decimonónico socialista. ¿Se dejará engañar el pueblo de Chile, con la cultura política que se le reconoce?
En Bolivia consiguen expulsar al envilecido cacique que le limpiaba las botas a Chávez pero la derecha dividida pierde las elecciones presidenciales. Los recientes resultados en las urnas a nivel regional demuestran que son mayoría, les falta la voluntad política para salir a exigir la libertad del expresidente, presa de manera injusta por retaliación política. En Ecuador, Lenin Moreno, tuvo el valor de abandonar el tobogán correísta, para intentar enderezar la economía y sosegar a los indígenas. El triunfo de Lasso el banquero de corte conservador, enfrentado al monaguillo de Correa, con el que pensaba gobernar en cuerpo ajeno, es un revés que desbarata parte de los planes del foro de San Paulo.
El gran desafío se da en estos momentos en el Perú, donde el socialista Pedro Castillo, simpatizante de los delirantes maoístas de Sendero Luminoso, se enfrentará en la segunda vuelta con Keiko Fujimori, quien, si une la derecha y el centrismo, barre. En Venezuela, Maduro, cuenta con el apoyo de Cuba, Rusia, Irán, China y otros países y de momento no es un país rico, sino que respira con ayuda de ventilador artificial.
En Colombia, Álvaro Uribe, llega al poder como el gobernante que acabaría con las Farc, cumple dos mandatos y elije sucesor para que las aniquile; Juan Manuel Santos, rompe con su mentor, al considerar que llegó el momento de avanzar por la vía de la negociación en La Habana, lo que le facilita el Nobel de la paz. Negociación que, por la habilidad e inteligencia política de Santiago, asesor de las Farc, degenera en capitulación del Estado colombiano. Lo que parecía imposible lo logra Uribe, derrotar el plebiscito por la paz, así como sacar del cubilete mágico a Iván Duque y hacerlo presidente, contra todas las cábalas, que un año antes le daban el último lugar.
El presidente Duque ha sido leal con los principios de Uribe, nombra a Alberto Carrasquilla, brillante tecnócrata de credo neoliberal, quien, para conjurar la crisis económica y la pandemia, en vez de un Plan Marshall, tiende a estrangular a la clase media y el pueblo para seguir por el despeñadero de Macri, sin los dólares del FMI, con la idea que el mercado resuelve por arte de magia la injusticia social y los problemas socioeconómicos, dando aire a la candidatura de Petro.