Vivimos momentos cruciales de la política colombiana. La derecha política, entendida como tal, las fuerzas democráticas de orden, que en distintos partidos y movimientos políticos o individualmente defienden el Estado de derecho, la familia cristiana, la estabilidad, el cambio, la propiedad, la autoridad legítima, la paz, el imperio de la ley, la libertad, el sistema democrático y el modelo de vida tradicional, enfrenta los desafíos de los que, en representación del oficialismo, pactaron en La Habana otro tipo de Estado, muy diferente al que se ha conocido desde la fundación de la República, con pocas excepciones.
Por lo anterior, la derecha no está para devaneos, delirios de poder, ni pérdida de tiempo, ni de deshojar la margarita para determinar si sus agentes se unen y actúan o dejan que la iniciativa política siga en manos de las fuerzas de izquierda. Gran parte del tiempo de los dos periodos del gobierno de Juan Manuel Santos, los sectores políticos de derecha han estado a la saga de su iniciativa de negociar la paz con las Farc. Ni conservadores, ni representantes del Centro Democrático, ni de otras fuerzas de orden se les invitó a participar de ese proceso y después de firmado el Acuerdo tampoco hubo un esfuerzo oficial para hacer un pacto nacional por la paz.
Se creía en las altas esferas oficiales que los agentes de la negociación habanera tendrían como premio a sus esfuerzos el apoyo popular lo que daría para la eventual presidencia de Humberto de La Calle, quien cuando estuvo de negociador negaba sus aspiraciones presidenciales. Ahí está de candidato del partido liberal y anda volando bajo. Dicen que su moral está por el suelo, al son de la canción mexicana. La razón a la falta de apoyo es sencilla: el pueblo colombiano entendió que lo que se cumplió en La Habana fue una capitulación vergonzosa, así dirigentes internacionales de izquierda como el expresidente Mujica lo califiquen como un acto de grandeza sin el cual no se hubiera logrado la desmovilización de la guerrilla y por lo cual el presidente Santos logró el Premio Nobel de Paz. Para los que saben cómo le birlaron el Nobel de Literatura a Jorge Luís Borges, azuzados por la izquierda y un poeta noruego resentido, a cargo de la secretaria del famoso evento, entienden como pesa allí la pequeña política zurda.
Los devaneos de la derecha se mostraron perniciosos desde el momento que sus dirigentes no se pusieron de acuerdo y reaccionaron en cámara lenta cuando ganaron el plebiscito por el No, prestándose al juego del Gobierno al invitarlos a la Casa de Nariño a “negociar”. Cuando es elemental que no había nada que negociar, sino salir a las calles a defender el triunfo del No y el imperio de la ley, refrendado por el constituyente primario en los comicios convocados por Santos. El curtido jugador de póker, para ganar tiempo y de momento la partida, afable y sereno, les dijo que los escucharía y los tendría en cuenta, hasta cuando De La Calle apareció diciendo que ya había firmado el maquillado Acuerdo con las Farc. Otra burla al pueblo colombiano y a los bizarros dirigentes del No que habían luchado con tanta mística y coraje contra la capitulación en La Habana.
No es dable a los dirigentes insistir en eufemismos y agridulces para descalificarse mutuamente. Aquí lo que cuenta es conformar la unidad para generar propuestas en pro del país. Así Iván Duque plantea debatir programas, en lo que coincide Martha Lucía Ramírez. El jefe del Centro Democrático viene insistiendo en forjar un programa para el próximo cuatrienio. Estrategias decisivas que serían las claves de la política futura. Y en esa línea, tengo a la mano la propuesta “económica y tributaria” del candidato por firmas, Germán Vargas Lleras, que es un pozo de argumentos frescos sobre el buen gobierno. Ese documento aporta cuatro estrategias claves y viene como anillo al dedo para que lo analicen, discutan y critiquen los aspirantes de derecha a la Presidencia de la República.