Pocas veces en nuestra historia los desafíos políticos han sido tan apremiantes y graves. El sistema está en crisis, junto con la economía y los factores que determinan el equilibrio social. Los empresarios, los comerciantes, con pocas excepciones, sufren cuantiosas pérdidas, unos se quiebran y otros sobreviven despidiendo parte de sus empleados. Somos casi 50 millones de seres en vilo. En casos, como el turismo y hotelero, las pérdidas son multimillonarias. Regiones enteras que vivían del turismo están agobiados por la desesperanza. Muchos padres y madres no pueden llevar el pan a sus hijos. Las universidades, los colegios ven mermar su clientela estudiantil, reflejo del malestar que afecta a las familias por la baja de sus ingresos. Miles cabezas de familia fallecen, dejando a sus seres queridos en angustiosa situación. Para colmo, son pocos los que se muestran solidarios con el prójimo en apuros. Los especuladores hacen de las suyas, al subir los precios y manipular al consumidor.
En semejante emergencia no todo se puede dejar a la libertad del mercado. En países con economías modestas y frágiles se precisa de la acción oportuna y eficaz del Estado. Incluso, no en todos los casos se trata de financiar al particular. En algunas instancias es mejor negociar y apelar a la solidaridad internacional. Tuvimos la oportunidad de defender a nuestros agricultores que en sus parcelas cultivan parte de las verduras de la canasta familiar, las que en ocasiones en tres o seis meses se cosechan. Hicimos lo contrario, se liberaron los productos agrícolas importados, con el argumento que al ser más baratos benefician al consumidor. Fuera de la pandemia pusimos a nuestros agricultores a competir a pérdida con los productos importados. Siendo que se da el fenómeno a la inversa, cuando existen estímulos y utilidades, al producir más estos se abaratan. Al vender más se consigue competir en calidad y precio en el exterior. Naturalmente, cuando se tratan estos temas del desarrollo, volvemos al círculo vicioso de siempre. Somos uno de los países del mundo con más ríos navegables y desaprovechados. En donde acabamos con los ferrocarriles, que abarataban el transporte.
Otra medida elemental e inmediata habría sido un control de precios temporal de los productos básicos de la canasta familiar. Se alega que no conviene, puesto que el mercado se regulariza con las importaciones. Por el contrario, ahora salen con el discurso de que lo que se debe es gravar los artículos de primera necesidad de la canasta familiar. En estos momentos pretender gravar los huevos de los colombianos, es buscar que el Cristo le vuelva la espalda al presidente Iván Duque.
Es de anotar que los economistas oficiales defendieron al comienzo del gobierno la rebaja de impuestos a las grandes empresas, sin que consiguieran los resultados benéficos ni recaudos esperados. Después, como no son brujos, no imaginaron que vendría la pandemia. La que tiene al país de cabeza, a media marcha y la economía en la más honda crisis. Sin saber si el próximo año nos recuperamos algo o nos hundimos más. En el entendido que el temporal negativo puede durar tres o cuatro años. En tales circunstancias, con un mercado internacional menoscabado, con el vecindario en ruina, proponer una reforma tributaria que encarezca y haga casi que inalcanzables los productos como la leche, los huevos, el pan, el chocolate y tantos otros, resulta demencial. En Estados Unidos, junto con Inglaterra cunas del capitalismo, les dan subsidios a los desempleados, no por hacer obras de caridad, sino para salvar a las empresas fomentando el consumo. Es así como soportan la crisis y se recuperan, no con gravámenes abusivos y ruinosos.
El gobierno puede reorientar el gasto y favorecer baluartes como la construcción que genera empleo. Lo que ha dispuesto el presidente Duque para impulsar la vivienda social es muy positivo. Esos contratistas y empleados van a consumir y colaborar en la recuperación económica del país. Firmar acuerdos internacionales de libre comercio sin medir las consecuencias puede ser nefasto. Las economías desiguales no se complementan por esa vía, sino que el más fuerte le impone su ley.
En situación social y económica tan calamitosa es cuando más debiéramos encontrar salidas mediante el desarrollismo que planteaba Álvaro Gómez, no podemos dejar el futuro al azar, debemos conquistarlo. Los partidos políticos sin respuesta nacional, económica y social se hundirán.