Nuestra democracia está enferma casi desde que en Cúcuta el Libertador le da vida a Colombia, cuyo nombre fue en honor a la hazaña del Almirante Cristóbal Colón, de reconocer el mundo nuevo para él y unirlo a Occidente. Así sea por una equivocación, puesto que él buscaba es la ruta marítima hacia Asia, que monopolizaban con sus grandes negocios de especulación los navegantes y banqueros venecianos.
Como americanos, dentro de la corriente de cultura hispánica y el mundo telúrico local, somo diferentes al resto del mundo; no somos como las democracias europeas ni como la de los Estados Unidos, en tanto ni en Asia ni en África existe la verdadera democracia. Ese es un hecho tozudo, así no lo reconozcan nuestros constitucionalistas con la excepción de unos pocos, entre otros Alfonso López Michelsen. López aventuraba que cuando los funcionarios españoles o criollos decían “se obedece, pero no se cumple” lo que estaban ejerciendo era una modalidad anticipada del control constitucional moderno, por cuanto eran leyes que no se podían ejercer entre nosotros, cómo cuando desde España la Corona ordena que se aniquile en Santa Marta a la tribu de los comejenes, sin saber que era un microbio peligroso y no un grupo de guerreros.
Así que, los primeros pasos balbucientes que dimos en el sentido de lo democrático los hicimos en tiempos del Imperio Español en los cabildos, la institución más avanzada y de corte representativo, donde se definían y regulaban los problemas vitales de nuestras poblaciones. Los cabildos eran tan importantes que, por ejemplo; en el caso del Cabildo de Caracas, en ausencia o enfermedad gravísima del Capitán General, los cabildantes podían nombran un funcionario para que ejerciera esa autoridad suprema. Algo que siglos después se de en con el Reino Unido y Canadá.
Mediante él “se obedece, pero no se cumple” se evoluciona a un cuerpo formidable de leyes realistas que se aplican en Hispanoamérica, como es el caso de Leyes de Indias, que buscaban proteger a la población más desfavorecida de los abusos de los encomenderos y propietarios criollos de la tierra. Es el caso de los resguardos indígenas, que protegía España y que los radicales del siglo XIX abolieron en nombre del igualitarismo liberal, que tanto daño le hizo a la población menos favorecida. Tanto en el siglo XIX, como en el XX, nos dedicamos a copiar constituciones y leyes de terceros países, por lo general europeos, que no siempre se podían aplicar entre nosotros, por el desarrollo desigual de nuestro país, que aún hoy tiene poblaciones selváticas y urbes con desafíos similares a ciudades como Nueva York.
Contaba un diplomático francés una anécdota del general De Gaulle, cuando en París le preguntaron después de su visita a Colombia ¿cómo le había parecido el país? El general contestó, maravilloso, lo gobierna un hidalgo como de la Edad Media, tiene una clase dirigente del siglo XVIII y un pueblo con problemas del siglo XXI.
La Constitución de 1991 copia parte del recetario constitucional alemán y español. En un país azotado por la violencia resuelven forjar una República garantista, que favorece a los irregulares y condena a los servidores y defensores del Estado. En Colombia, el general Uzcátegui, un notable y valiente oficial que combate la subversión y el terrorismo, le condenan por negligencia, siendo que la matanza ocurre fuera de su jurisdicción; así que de manera aberrante e injusta lo penalizan con 20 años de presidio. En el juicio político al expresidente Álvaro Uribe, pretenden acusarlo de negligencia como gobernador de Antioquia y algunas matanzas de entonces, lo que sería una infame injusticia.