La protesta estudiantil en Colombia suele reducirse a la universidad pública, en donde agitadores echan raíces, protegidos por los profesores cómplices. La Guerra Fría se acabó entre las grandes potencias, sin que la noticia llegase a algunos centros educativos nuestros, donde un sector irreductible de maestros y estudiantes sigue produciendo agitadores callejeros. Los transeúntes que suelen cruzar en Bogotá por la calle 72, entre las carreras 11 y la 15, saben que este sector en determinados días se convierte en campo de batalla entre los estudiantes de una universidad pública y efectivos de la Policía dedicados a mantener el orden en las ciudades.
Los motivos para protestar y manifestarse suelen ser diversos, incluso por el cumpleaños del Che o el aniversario de su muerte. Protestar es su oficio. Algunos de esos centros educativos se destacan, hoy y en tiempos de la Guerra Fría, por producir en serie agitadores, los que periódicamente salen a las calles a demostrar su militancia y enfrentar a la Fuerza Pública.
En esas entidades se dan casos en los cuales se formaron algunos grupos subversivos que terminaron engrosando las milicias guerrilleras. Esto pese a que la idea de los fundadores de esas instituciones de educación superior era la de formar técnicos y especialistas que se pusieran al servicio del desarrollo regional y nacional. Al mismo tiempo los estudiantes calificados -que no comulgaban con los proyectos violentos de sus compañeros- y se graduaron como profesionales, no siempre encontraron trabajo en su región y con dificultad en el país.
El lento desarrollo nacional contrasta con el crecimiento demográfico, por lo que muchos profesionales ven frustrados sus proyectos. Los jóvenes de hoy otean con recelo el futuro, dados los cambios en la producción bajo la amenaza de la técnica y la robótica, sobre todo para aquellos que se mueven en asuntos en los cuales sus conocimientos pueden quedar súbitamente obsoletos.
Lo que no debiera atemorizarlos, dado que está demostrado que el que aprende a pensar se puede mover en distintos campos del desarrollo social. Así como algunos de los grandes magnates internacionales se retiraron prematuramente de la universidad para forjar empresas que hoy son la vanguardia del mundo tecnológico.
Por décadas la universidad pública colombiana se mantuvo rezagada de los más famosos centros educativos del mundo, lo mismo que, en general, la privada. En algunos casos bajo la divisa confesional o del partidismo decimonónico. Lo que se tradujo en más atraso secular. Si bien entre la universidad pública la Nacional produjo excelentes ingenieros, químicos, médicos y abogados.
El Cesa en Administración es de las mejores del país. En Antioquia y otras universidades regionales se mantiene la calidad pero algunas no pasan de ser un mero negocio. Los Andes, desde su fundación, trata de seguir los parámetros de las mejores universidades estadounidenses. La Javeriana y el Rosario se reinventan, como otras muchas universidades en crisis de crecimiento. La Sergio Arboleda, con Rodrigo Noguera, apela al humanismo. El Externado en tiempos de Fernando Hinestrosa, forjaba aguerridos abogados. El Icetex y Colfuturo se la han jugado por formar profesionales en el exterior.
El gobierno de Juan Manuel Santos ensayó un sistema asistencial para premiar a los mejores estudiantes: “Ser Pilo Paga”. Gina Parody, entonces ministra de Educación, promocionó la iniciativa y la misma hizo carrera, siendo aplaudida sin mayor reflexión por los educadores y en los medios de comunicación. Al parecer, la naturaleza y los costos del insular proyecto, que no tuvo debates en el Congreso ni se consultó con la Academia, con el tiempo resultaron más gravosos que sus efectos positivos. Muchos millones de pesos pasaron a las arcas privadas afectando a la universidad pública.
Analizados esos factores de riesgo y su precaria efectividad, el gobierno de Iván Duque y su ministra de Educación, María Victoria Angulo, resuelven cancelar el programa por inequitativo y a largo plazo no financiable. Algo que se interpretó en los círculos contestatarios de docentes y estudiantes como un atentado a sus prerrogativas, cuando en realidad el “Pilo paga” se estaba haciendo inviable e injusto.
Ahora las universidades públicas y privadas, como aletargadas en los últimos años, de manera súbita despiertan y salen a las calles a protestar. El Gobierno intentó contener el brote contagioso de protesta que se extiende peligrosamente y el ministro Alberto Carrasquilla desde el Congreso anuncia nuevos fondos para la educación.
Por fuertes que sean las presiones en las calles el Gobierno debe mantener la serenidad y pensar a largo plazo. Algunos ‘educadores’ que se aferran a un modelo oficial anacrónico, ahora exigen el manejo de las regalías. Sea la oportunidad de recordar que el futuro del país, la posibilidad de superar el atraso y el rango de Colombia entre las naciones, depende del potencial de sus universidades.