Como recuerdan los que han leído a Federico Nietzsche, tras varios siglos de la desaparición trágica de Sócrates, inducido de manera infame a beber la cicuta, según nos lo trasmite Platón y otros exégetas, el tribunal lo condena por oponerse a la tiranía de Critias, así que terminó con su vida, siendo inmortalizado por sus seguidores.
El filósofo alemán redescubre a Sócrates como el primer ejemplar de lo que denomina el hombre teórico, culpable de introducir el demonio de la reflexión en el mundo, quien, a su vez, trae la incapacidad de ser justo con el sentimiento trágico de la vida de los antiguos griegos. Sócrates, sobrevalora el saber y plantea que la vía para mejorar al hombre es la enseñanza de la virtud, lo que va dar origen a gran parte de los valores de Occidente. Siendo por tanto quien alienta a la piedad y el moralismo, por lo que lo que lo señalan como padre de la Iglesia. Con él brota la canción del hombre bueno y otras arias filantrópicas de “castrados”. Y agrega: “pero también es el primer nihilista en el que la voluntad vital es destruida por las quimeras de la autoobservación. En su figura los instintos negadores ganan la palma y crean una fórmula psicológica en la que las grandes pasiones son destruidas por una razón eternamente despierta”. Nietzsche opina que con Sócrates la humanidad occidental es conducida a la razón, una mórbida razón que no puede tocar nada vivo sin destruirlo. Es el fundamento para considerar a Sócrates como el primero de los últimos hombres.
Peter Sloterdijk se rebela contra la anterior interpretación que condena a Sócrates y alimenta el irracionalismo, que tantos estragos hizo a principios del siglo XX. Dicho autor aduce que esta confusión se debe a un malentendido, al Nietzsche no entender el nihilismo socrático. Al sostener que Sócrates no comprendió la tragedia, lo que da origen a la decadencia del pensamiento originariamente trágico. Y agrega: “Que pasaría, preguntamos nosotros, si Nietzsche se hubiese engañado en el punto más sensible de su crítica. ¿Acaso él mismo no compendió por qué Sócrates no necesitó dar un paso tan grande a la tragedia como forma estética ritual? ¿Acaso Sócrates no consideraba ya necesario contemplar el ocaso del héroe en el insondable dilema expuesto sobre el escenario porque adivinó el desgarramiento trágico en toda expresión de la existencia humana?”
El anterior dilema no lo vamos a resolver hoy, cada quien debe reflexionar sobre la tragedia, recordar que vivir implica morir según las condiciones y naturaleza de cada cual. Tal vez sí Sócrates no toma la cicuta y acepta su sacrificio como un deber ser, de pronto no habrían llamado tanto la atención a la posteridad de siglos los diálogos de Platón. Lo mismo que descubrir esa búsqueda de la virtud que obsesiona a Sócrates, por la que consideraba se podía sacrificar la vida. La verdad, así como Nietzsche dice que Dios ha muerto, con su negación reafirma su existir. El intenta matar al Sócrates espiritual por segunda vez, sin lograrlo y lo inmortaliza. Más bien lo reafirma en lo que se refiere al cristianismo y las corrientes religiosas, en cuanto devienen del sacrificio de Jesucristo, en alguna forma herederas de la virtud socrática.
En Sócrates, la grandeza reside en la inquebrantable resolución desde su debilidad de enfrentar el poder hasta sucumbir por su causa. Intentar derribar la enseñanza socrática rebatiendo impunemente sus postulados, no deja de ser un espectáculo de mansalva intelectual. Lo que Nietzsche considera dionisiaco va implícito en la humanidad; en cierta forma, cuando pasamos por etapas sombrías donde el covid-19 que amenaza nuestro diario existir, ahí late la posibilidad de que seamos héroes o víctimas, en algunos casos aún sin proponérnoslo y hasta sin sospecharlo, al vivir este gran drama que agobia a la humanidad. Por lo tanto no es el momento de renunciar a nuestros valores, sino de reafirmarnos en los mismos, que por siglos se han forjado en el cristianismo y la experiencia. En sentido existencial, los valores conservadores cobran más vigencia que nunca.