Como diría la canción: palabras, palabras, palabras...del presidente Gustavo Petro en la instalación del Congreso. En un país en el cual se admira a los buenos oradores, la intervención del gobernante estuvo a la altura y se mostró como un político moderado. Sin duda, los veinte años como congresista de la oposición fortalecen su estilo, por lo común, rudo y desafiante, más cuando lo desea de cierto tono académico.
Otra cosa es que los que estamos en la defensa a ultranza de la democracia y la libertad, estemos en la orilla opuesta, lo que no impide que entendamos su estrategia, que es la misma que le permitió conseguir los votos para alcanzar por la vía electoral la presidencia. Es de recordar que al final de su campaña moderó su discurso y giro, ligeramente, al centro. Esa habilidad le permitió captar el voto de muchos indecisos y descontentos, quienes no vieron en el candidato de la izquierda un peligro para la democracia.
Al mismo tiempo determinó que el discurso de los aspirantes de la derecha fuera un tanto ponderado y menos radical de lo que exigía el momento político. Por lo que no tuvimos un candidato que defendiera, con el ardor que se requería, el sistema democrático, la libertad y la justicia. Eso en un momento político en el cual lo revolucionario es defender el orden, defender la autoridad, como el papel de la Fuerzas Armadas en la lucha por restaurar la civilidad en un país donde el 70% del territorio nacional está en manos de subversivos o gentes antisistema.
Esa moderación del discurso del gobernante en el Congreso tiene que ver con la ruptura de la coalición de gobierno, así como con la pretensión de llevar a la presidencia del Senado a un agente suyo, como en efecto hubiese sido la senadora Lozano, quien sorpresivamente resultó derrotada, pese a contar con el apoyo de la izquierda en sus varios matices y la alcaldesa de Bogotá. Así que Petro sabe muy bien en qué tono hablar para conseguir votos y en cual para fustigar a sus contrarios. En eso no debemos llamarnos engaño, así a veces asuma la vieja oratoria de agitador en las zonas rurales y no el tono sobrio de un gobernante o, en ocasiones, convide a sus áulicas a alzarse contra lo que él denomina las oligarquías y privilegiados. En otras se asemeja a un sofista y pareciera intentar desconcertar al auditorio. En el fondo, siempre persigue la destrucción o el descredito del contrario. Y no se sonroja elogiando su gestión. Ni tampoco es sus discursos de momento deja ver los alcances de su proyecto revolucionario. Más bien en sus decretos, en el despido de cientos de altos oficiales, en sus acuerdos bajo la mesa con los distintos reductos de la violencia so pretexto de hacer la paz total, se encuentra el verdadero alcance de su proyecto político.
Lo que el gobierno Petro clama como justicia social, como los bonos que reparte por estos días, como cierta palabrería para contentar a los extremistas, no pasa de ser carnada electoral. El aprendió a agitar las masas para las elecciones. Ese aspecto lo calla, más lo que lo obsesiona en este momento es ganar las elecciones de mitaca. No olvidemos que llegó a la Alcaldía de Bogotá en minoría, lo mismo que a la presidencia de la República.
El gobernante se aprovecha de la tendencia de sus opositores al divisionismo y el oportunismo. Así que lo de Petro no es la revolución, propiamente, sino el caos. Él quiere soliviantar a la población e incitarlos unos contra otros. En tanto, la situación de las Fuerzas Armadas se torna angustiosa y dramática, en el sentido que les toca permanecer inmóviles mientras en el duro y ensangrentado cuero de la patria se asesina a civiles e inocentes. El respaldo popular a nuestros soldados es la noticia más importante de estos tiempos aciagos.
Y volviendo al discurso de Petro, no pasó de ser el desafío de un orador experimentado por enunciar problemas, distraer copiar el discurso ambientalista conocido en materia de minerales y bosques, impuesto por los europeos, sin atender a las necesidades reales del país. Por lo que ni siquiera se le ocurre que la gran revolución sería sembrar de bosques gran parte de las zonas de la periferia, lo que trasformaría las regiones, salvaría los ríos, mejoraría el clima, atraería las lluvias.
En fin, el alcance del discurso de Petro, lo que viene a corroborar es esa verdad de a puño que planteó el estadista Álvaro Gómez Hurtado: mientras no se cambie el Régimen todo será igual o peor.