Por estos días los colombianos estamos viviendo la política como comedia, con actores de segunda, enredados en diversos escándalos. Unos son más comediantes que políticos, otros al contario. Unos pretenden presentarse como estadistas, otros imitan a políticos de moda en otros países. Este fenómeno no es nuevo en nuestro país, más últimamente con la llegada de Gustavo Petro y su tribu al poder se agudiza. Unos y otros rivalizan en presentarse como actores principales de la comedia colombiana. Es así como el gobernante viaja a que lo condecoren por ser presidente del país, vestido como para ir a una piñata, mientras su consorte baila como en un carnaval.
Tampoco, vamos a salir con el cuento que el gobierno de Petro inventó la corrupción. Ya el Régimen que denunciara el estadista Álvaro Gómez, existía desde los tiempos de la gestión del vice Santander. No porque éste, deliberadamente, lo hubiese inventado, ni cosa parecida. Sino que, por la ausencia del Libertador, radicado en Lima, le corresponde la administración de la República. Entonces vienen las negociaciones de los empréstitos en el exterior y las respectivas comisiones, escándalos y negativas de los implicados.
Ya Aristóteles plantea en la antigua Grecia, que en las sociedades donde los gobernantes degradan su función o toleran la corrupción y la justicia se negocia, la primera se multiplica. Maquiavelo plantea lo mismo con criterio casi que matemático y en sus análisis que dan origen a la denominada ciencia política. Aquí, en la evolución política hemos tenido los mismos vaivenes, comunes a diversos sistemas de gobierno. Por tanto, que no salgan ahora con el cuento que Petro inventó la corrupción. Así como O’Leary nos muestra la corrupción en los inicios de la República, incluso bajo el humor sarcástico del Libertador, jugando tresillo en Hato Grande, que en un momento dado exclama mientras el vice pasa al retrete, ¨Por fin me tocó algo del empréstito¨ puesto que va ganando la partida.
En 1938, Fernando González, afirma: “Dénme 700.000 y les compro todo el actual Congreso colombiano, todo el gobierno colombiano. Dénme dos millones y les compró todos los gobiernos de la Grancolombia¨. Eso escribe en su famoso libro ¨Los negroides¨ no exento de exageración. Reproducido en modesta edición de Bolsilibros Bedout, página 59. Antes, las comisiones viajaban a caballo en alforjas, después se repartían en sobres de manila; hoy se reciben en maletas o se consignan en bancos del exterior. Me dice un observador sagaz, si una curul al Senado le cuesta 11 mil millones al patrocinador de la señora Merlano, entonces una campaña presidencial puede costar miles y miles de millones, dado que de hecho se compran movimientos y partidos. Eso lo saben las grandes empresas que se lanzan a licitar en el país obras billonarias. Lo que ha llevado a numerosos burócratas codiciosos a prisión. En casos especiales como el del Alan García, el famoso político prefirió darse un disparo en la cabeza, para no tener que pasar sus últimos días en una prisión.
Las comisiones carecen de color político, en los regímenes de izquierda, los hijos de los gobernantes de otros países, como sus padres, figuran en las revistas más reconocidas del mundo económico, entre los más ricos. Es posible que a Nicolás Petro le pareciese que él no podía ser menos que las poderosas familias dictatoriales de Cuba, Nicaragua o Venezuela, que figuran en las revistas especializadas como Forbes, entre los grandes millonarios. No sé si eso les sirva a sus abogados defensores de atenuante.
La prensa nacional y del exterior tienen tema para numerosas ediciones con el caso de Nicolás Petro y sus dos mujeres, que no sería de gran trascendencia de no ser que se trata del hijo del presidente colombiano y que los dineros sirvieron para algunos lujos y excentricidades, más, como lo informan los medios, también, ingresaron a la campaña. Esta nota no es para atacar e insultar al gobernante, ni a sus hijos, ni su esposa o familia. Eso lo dejo a otros, que escriben sobre la corrupción y omiten los casos en su propio bando.
Dejemos que las autoridades, la justicia, la Fiscalía y los jueces hagan lo suyo, así como lo harán los abogados defensores. Lo que nos interesa es el tema de fondo: cómo podemos contribuir los colombianos del común para limpiar la política en el país.
Tema que obsesiona a Álvaro Gómez, al final de su lucha política. Y que lo conduce a buscar la destrucción del Régimen. Sin destruir el Régimen es imposible acabar con la estructura de la corrupción, ni consagrar el gobierno de los mejores. Sin ese requisito fundamental, las elecciones no pasarán de ser otra farsa en la que seguirán comprando los votos.