Desde el Cono Sur y extendiéndose por casi todos los países, pasando por Brasil, de extremo a extremo, desde Chile hasta Venezuela y el Caribe, crece la peligrosa marea roja. Por supuesto, no se debe confundir el caso de Chile con el de Colombia, allí las Fuerzas Armadas consiguen abortar el intento revolucionario de Salvador Allende, cuando, con el apoyo de Fidel Castro, las milicias urbanas de la revolución esperaban recibir las armas para imponerse por la fuerza. Así que la intervención militar derroca a Allende, al mismo tiempo que aísla a los sectores más radicales de los grupos urbanos cuyos comandos esperaban tomarse los centros de poder e imponer un impulso revolucionario de vértigo en el país. Esa audaz estrategia militar evitó que Chile cayera en una guerra civil a la española, en extremo sangrienta. En España, los republicanos en el gobierno deciden colapsar la democracia e imponer por la fuerza la revolución, lo que desata la incursión libertadora de corte castrense y falangista.
Los militares chilenos para sacar de la miseria al país siguen el modelo de la escuela de Chicago, al que le hicieron unos ajustes proteccionistas cuando la economía estuvo a punto de colapsar. Así como, tras tomar el poder y consolidar el control absoluto del mismo, el general Augusto Pinochet, como cualquier demócrata reconocido, al perder el plebiscito, renuncia a la presidencia.
En los disturbios de octubre, el gobierno de Sebastián Piñera se abstuvo de someter por la fuerza a los alborotadores que queman en Valparaíso las estaciones del Metro y amenazan Santiago. En tanto, en las negociaciones con los jefes de los alborotadores, en las que la voz cantante la llevaba el joven Gabriel Boric, se compromete a ir a una asamblea para modificar la Constitución, y la derecha lo ataca por blandengue, moderado y débil. Lo cierto es que no se daban las mismas circunstancias de los tiempos de Allende, en lo nacional e internacional, así que un baño de sangre habría provocado un asalto difícil de controlar contra el comercio, la industria y las viviendas de la clase media y los más ricos. Claro, quizá, si los militares actúan con armas pesadas a costa de muchos muertos, aplastan el levantamiento, más Sebastián Piñera, es un demócrata y no quería pasar a la historia como sanguinario depredador.
En Chile, en medio de la prosperidad y el fortalecimiento de la clase media, se agrava una grieta social enorme que afecta la economía y la política, pese al crecimiento que facilita el libre mercado, así como el mejor ingreso per cápita regional y el bienestar obtenido en el ejercicio de la democracia, con el más bajo índice de corrupción en Hispanoamérica. Y esa grieta social tiene enormes consecuencias políticas. Los sectores marginales que según la tesis de los neoliberales extremos debieron solucionar sus aulagas por efecto del crecimiento económico, estaban agobiados por el hambre, la frustración y el descontento. Así que cuando José Antonio Kast le gana la primera vuelta a Gabriel Boric, llega a su tope de convocatoria y le corresponde para la segunda vuelta arañar la tierra para buscar apoyo popular por todo Chile. Kast, que, es preciso reconocerlo, había jugado un gran papel y revertido la derrota electoral de la derecha en la constituyente, con algunas vacilaciones e inmenso valor civil, lo intenta. Más la grieta de las barriadas marginales se inclina por Boric y le entrega un millón de votos que, junto con la abstención, empujan al precipicio a Chile.
En estos casos de extrema confrontación de dos modelos políticos-económicos en pugna visceral, si la derecha no cuenta con la variante de política social y considera que los problemas sociales se resuelven solos, fracasa. El notable estadista Álvaro Gómez, defensor a ultranza del desarrollismo y el aumento de la riqueza nacional para beneficio general, plantea que el Estado debe intervenir a fondo en la economía -mediante el plan de desarrollo- para facilitar el crecimiento y poder favorecer a los sectores sociales más vulnerables.
Ojo: Cuando esa grieta es muy grande, el desequilibro social se expande y se convierte en una bomba de tiempo. Es cuando los agitadores del caos desafían y atentan contra las autoridades y la sociedad, con las turbas convertidas en milicia punitiva al servicio de los predicadores de la revolución.
Regla de oro del arte conservador del buen gobierno es la constante lucha por favorecer el equilibrio social de la que habla Pareto, y el bien común.