Las ideas e inventos de Leonardo Da Vinci sorprenden a través del tiempo por la genialidad del autor, la visión del cambio y la capacidad de innovar en los más variados campos. Sus inquietudes parecen no tener límite, todo le parece posible y siente como un reto el estrujar su imaginación y capacidad de crear. Es un observador nato y constante del medio y la naturaleza y es así como de observar las aves le surge la idea de remontar el espacio mediante sus inventos. Y eso en un tiempo en el cual los hombres parecen obsesionados con mirar el suelo que pisan para no tropezar.
¿En qué momento el homo sapiens levanta la cabeza y comienza a otear el espacio? Pasan siglos en los que el ser humano, atado al medio primitivo, no se atreve a mirar al espacio por temor de sufrir una lluvia de rayos por cuenta de los dioses inmortales. Leonardo no les tiene miedo a los rayos, ni a las tormentas y observa que tienen que ver con el medio, con la humedad, el calor, las condensaciones de las nubes como fenómenos naturales. Tiene una cosmovisión del mundo. En sus pinturas el cielo es bellísimo y destaca la imponencia del mismo sobre los simples mortales, reflejando la belleza sugestiva que atrapa al observador, quien al mirar por su cuenta tan sorprendente majestad no la ve, no la capta. Es el artista genial el que plasma el momento al magnificarlo con sus colores y magia conceptual y pictórica. Se le considera como el padre de la aviación.
Lo mismo que se ocupa de diseñar naves que remonten el espacio, la hélice de un helicóptero, algo impensable en el siglo XV, que al genial artista le parecía posible. No se trataba solamente de soñar, sino de hacer realidad los sueños del inventor. La hélice que diseña y con la que experimenta es el antecedente de los vuelos en naves aerodinámicas del siglo XX, que podían moverse cargadas de poderosa artillería en distintas direcciones. Se considera también que Leonardo es el padre de la guerra mecanizada con los vehículos blindados que estremecieron al mundo durante la Segunda Guerra Mundial, cuando avanzan los tanques blindados derrochando fuego contra los contrarios y aniquilando con sus cañones, que se diseñan teniendo un ángulo de 359 grados.
Uno de los más grandes enigmas que se plantean los intelectuales y artistas de todos los tiempos se refiere al encuentro entre Leonardo y Maquiavelo, dos de los humanistas más preclaros de esos tiempos en los cuales se experimentaba en el arte y la política, por cuenta de ese par de inteligencias superiores. Ambos trabajaron por el engrandecimiento del gobierno florentino, de los más avanzados de su tiempo. En 1502, los gobiernos florentinos se reúnen en el palacio ducal de Urbino, con el gran papa Alejandro VI, uno de los estadistas más reconocidos de su tiempo, con la misión es alterar el curso del río Arno para favorecer estratégicamente a Florencia, tarea de ingeniería ciclópea que no alcanzan a culminar, pero que provocó la curiosidad de sucesivas generaciones en torno a lo que pudieron hablar, discernir y soñar esos dos genios. Novelistas e historiadores se ocupan de especular sobre la amistad y las intrigas que rodean a tan formidables personajes, más no tenemos testimonios escritos de la época sobre el trasfondo de sus actividades y proyectos políticos.
Leonardo se ocupa de la ciudad ideal, como debe ser la urbe del futuro, bajo un sistema de planificación donde se aproveche el medio a favor de la sociedad. Él quería una ciudad que estuviese unida y comunicada en su totalidad, con cálculo sobre su crecimiento, que no debía desbordar ciertos límites convenientes y manejables de lo social. Lo espantaba la idea de que se repitiera una peste como la que arrasó con Milán. A esa idea le agrega el robot, algo que apenas vislumbramos hoy.