Por cuenta de la orden pública del presidente Gustavo Petro a los militares en el acto popular de posesión en la Plaza de Bolívar, se trastornó el protocolo y los invitados y el público esperaron media hora a que la espada de Bolívar y símbolo de mando apareciese. Petro se hizo acompañar de la espada como símbolo de mando en su gestión, la concurrencia le rindió honores y apenas el rey Felipe VI, se quedó sentado mientras este espectáculo público ocurría.
En España los medios de comunicación le han dado publicidad al asunto y se discute todavía si el rey debió seguir la corriente y rendirle honores. Así, por cuestiones de protocolo no estuviese obligado. En Caracas, la familia de Eugenio Mendoza, que tenía en su poder una bella espada del Libertador, la obsequió al gobierno de Carlos Andrés Pérez, quien la hizo conducir en un desfile al que asistieron destacadas figuras internacionales, entre otras, el rey de España, Juan Carlos I, al que la población trató con respeto y cálida solidaridad.
Considero que el rey Felipe VI hizo lo que dentro del protocolo le pareció que correspondía. Es un rey muy cuidadoso y apegado a la norma. Sobra la discusión sobre otra actitud a tomar, cuentan los hechos. Lo que no se debe es caer en la trampa de decir que a Bolívar no se le deben rendir honores en España y más bien, como lo solicita un escritor colombiano realista, entre otros, derribar los monumentos elegidos en su honor en la Península.
Una de las peores cosas que ocurrió a la caída del Imperio Español en Hispanoamérica fue la ruptura total. Si se hubieran entendido diplomáticamente españoles y americanos, unidos por el espíritu de la hispanidad, se habrían conservado gran parte de las ventajas políticos y sociales para ambos, como lo hicieron las 13 colonias del norte al separarse de Inglaterra. Tanto España como nuestra región se perjudicaron mutuamente al no construir sus diplomáticos y hombres de negocios un futuro mejor. Entre otras cosas, Bolívar, tuvo un incidente en Madrid con los aguaciles y sacó su espada para defenderse, dado que en ese momento era teniente de las milicias reales de la Capitanía de Venezuela se creía que llevaba una carta de la reina María Luisa para su amigo Mallo y los sabuesos del Godoy la querían.
Al respecto, debe recordarse que Bolívar, como Miranda, Sucre, Nariño o San Martin, nacieron españoles y por cuenta de la guerra se volvieron argentinos, colombianos o venezolanos. Más por nacimiento, sangre y tradición eran españoles. Al invadir Napoleón a España, el orden se trastoca y ya no era posible mantener la autarquía en el Imperio. Así que al no atender las demandas políticas americanas y por cuenta del vacío de poder surge la guerra civil entre monárquicos e independentistas. Para un notable historiador, diplomático y político, como Fraga Iribarne, no cabe la menor duda que Miranda, Bolívar, Sucre y San Martín, como muchos otros próceres nuestros, eran representantes de la hispanidad, seno en el que habían nacido. Así que Bolívar, dentro y fuera de la hispanidad, tiene tanta resonancia como El Quijote o el Cid Campeador. Es por eso qué en tal condición se debe superar el parroquialismo español o americano al analizarlo. Vano sería que los españoles de hoy salieran a despotricar contra Julio Cesar que dominó la Península, sin atender el significado de su figura histórica, siendo que hoy más que nunca debemos reivindicar los valores de la hispanidad.
En el centenario de la Batalla de Ayacucho, en Lima, el gran poeta Leopoldo Lugones, escotado por Guillermo Valencia y Santos Chocano, lanza el grito de la hora de la espada ¨Yo quiero arriesgar también algo que cuesta mucho decir en estos tiempos de paradoja libertaria y de fracasada, bien que audaz ideología. Ha sonado otra vez, para bien del mundo, la hora de la espada. Así como esta hizo lo único enteramente logrado que tenemos hasta ahora, y es la independencia, hará el orden necesario, implantará la jerarquía indispensable que la democracia ha malogrado hasta hoy, fatalmente derivada, porque esa es su consecuencia natural, hacia la demagogia o el socialismo¨.
Y agrega, ¨El sistema constitucional del siglo XIX está caduco. El ejército es la última aristocracia, vale decir la última posibilidad de organización jerárquica que nos resta entre la disolución demagógica¨.
“Habría traicionado, sino lo dijera así, el mandato de las espadas de Ayacucho”.