En ocasión de los 22 años del magnicidio de Álvaro Gómez Hurtado, resulta pertinente referirse a las ideas que el dirigente político expuso en los últimos días de su vida y que siguen expósitas, como abandonadas; dado que los conservadores, que podían retomar la antorcha que el encendió valerosamente contra el régimen se enchufaron en el mismo.
Lo primero que es de aclarar al respecto es que él doctor Gómez se refería a la política desde un punto de vista independiente, en cuanto superaba lo partidista para ubicarse en lo nacional, en el interés colectivo y el bien común. Quizá, por lo mismo, pudo visualizar la corrupción que agobiaba la administración pública y salpicaba lo privado en toda su funesta dimensión. Afirmaba, en consecuencia, que el entonces Presidente de la República, era un prisionero del Régimen. Ese hecho de por si determinaba que las riendas del poder estuviesen en manos de los agentes de la corrupción, que para la época, lo mismo que ahora, estaba capitaneada por los que contaban con la mayoría de votos cautivos, de los grandes caciques electorales, que tenían la capacidad de poner presidente según como inclinaran la votación.
Contra ese gigante obstáculo del sistema, consideraba que era fundamental mover a las grandes masas silenciosas, esas masas esquivas que suelen ser de talante conservador y que afectadas por el escepticismo y la repugnancia frente a lo electoral y lo manido, ni siquiera votan.
Para atraer esa muchedumbre sin jefes ni propósito político, que no ejerce sus derechos ciudadanos, intentaba plantear un acuerdo o pacto sobre lo fundamental, un verdadero matrimonio con las masas de quebrar la columna vertebral del régimen, a sabiendas de que la corrupción por ser amorfa, no tenía rostro, ni jefe, ni daba la cara. Si bien en las regiones, incluso en las ciudades, por el tren de vida de algunos políticos era notorio presumir el enriquecimiento ilícito, como toda suerte de delitos.
Para entonces era evidente que la elección popular de alcaldes había dado, inicialmente, sus frutos de remozar la democracia y conseguir que los sectores cívicos y apáticos, que desencantados no participaban en la política, se postularan. Por esa vía, irrumpen nuevas figuras políticas a lo largo y ancho del país. Lo que causa una verdadera revolución, elementos como Pardo Llada, como Mockus, lo mismo que muchos otros entraron a manejar los negocios municipales, quebrando la coyunda de los viejos caciques que manejaban a voluntad los intereses de las ciudades. Más, al poco tiempo, en las siguientes y sucesivas elecciones, el caciquismo se reorganiza, se une y da la batalla contra los movimientos cívicos o se disfraza, para retomar el control municipal, es decir de los intereses y dineros de gran parte del país.
Álvaro Gómez, no por esa evolución negativa renuncia a sus reformas, percibe que es necesario al lado de la elección popular de alcaldes provocar una gran reforma administrativa en las ciudades, para que los conejales y caciques no puedan deslizar la garra sobre el tesoro público. En la lucha contra el Régimen ese era uno de los temas decisivos con los que pretendía captar a la opinión pública: la derrota de los feudos podridos. Como lo eliminan, no se avanza en ese sentido restaurador de la democracia, lo que permite que los sectores más corruptos se apoderen, no solamente de parte de los dineros de los fondos municipales, sino de los departamentos y la nación.
Tal vez, sin que el doctor Gómez se lo propusiera, se repite el fenómeno que determinó los últimos días de la tormentosa carrera política de su padre: lo político se divide en oro y escoria, término que el inmolado jefe político no emplea, pero que define la división política del momento. En esta ocasión, el oro puro lo representa el pueblo no contaminado por la corrupción, la escoria, queda a cargo del Régimen. Lo que con cierto eufemismo, entendemos hoy como agentes de la mermelada.
Eliminado el jefe conservador, desaparece la posibilidad de hacer política limpia, por lo menos entre sus seguidores de siempre. Lo que determina, que la corrupción se multiplique hasta la enésima potencia.
Álvaro Uribe, con esa misma finalidad de derrotar el Régimen, propuso inicialmente, revocar el Congreso, idea que se abandona. Al no operar en la práctica la separación de poderes, se impulsa el triunfo de la corrupción. Hoy el Ejecutivo, el Congreso y la justicia siguen de la mano por cuenta de La Habana. Al aprobar la JEP se agrava en grado sumo el quiebre de la justicia. La podredumbre penetra todos los estamentos y amenaza con hundir el Estado y facilitar el asalto al poder de los subversivos disfrazados de pacifistas.