Desde La Habana nos ha llegado el son que en ocasiones anima la rumba colombiana, lo mismo que cuando se pactó el Frente Nacional, que significó la entrada en vigor de la política de entendimiento entre liberales y conservadores, como el final de la violencia sangrienta entre los dos partidos históricos. Al poco tiempo llega al poder por la fuerza el comandante Fidel Castro, quien es recibido en La Habana, como un héroe, en tanto el dictador Fulgencio Batista, huía de Cuba. Batista, no cayó por efecto de una campaña militar de grandes batallas, sino debilitado por cuenta de la corrupción que carcome las instituciones, que determina que a la guardia pretoriana del dictador se les caigan las armas de las manos y se allane sin lucha al predominio revolucionario.
Fidel, con su verbo electrizante, desata la carga formidable de propaganda revolucionaria con la que cautiva a las masas, con discursos interminables que duran horas y horas. Y en eso se quedó la a revolución, en el verbo. Fidel no deja una doctrina, ninguna idea nueva sobre el socialismo, se limita a sobrevivir como rentistas de la Unión Soviética, para enviar como carne de cañón a sus milicianos al África, al servició de Moscú. En nuestra región arma y entrena combatientes, con la misión de desestabilizar la democracia. En Cuba entrena milicianos colombianos, cuyo objetivo es incendiar el país, en el cual él había estado como estudiante y agitador, el 9 de abril cuando fuerzas disolventes eliminan a Jorge Eliécer Gaitán. Al final, convence al Che Guevara para que intente incendiar los Andes y se inmole en Bolivia.
Cincuenta años de violencia en Colombia tienen el sello de Fidel Castro. Por lo mismo, algunos lo exaltan por haber participado en el proceso de paz de Colombia que se negocia en La Habana. En ese momento el veterano comandante estaba enfermo, pero cuentan los entendidos que orientaba a los negociadores de la izquierda en La Habana. Lo cierto es que en esa negociación que se efectúa en Cuba, por pretender firmar la paz a toda costa, se derivó en una deplorable capitulación. Como lo advertimos sobre la marcha de los hechos, de facto se entró a legislar, se modificó de manera arbitraria la Constitución, se orquestan nuevas relaciones de poder y se crean instituciones que van en contravía del modelo de Estado tradicional. Lo expresamos con claridad en su momento, se crea la Jurisdicción Especial para la Paz, que no es otra cosa que una súper Corte con ribetes revolucionarios, que no deja de tener algunas semejanzas a la del Comité de Salud Pública de Maximiliano de Robespierre, que siembra el terror en la Francia revolucionaria y elimina a tantos inocentes.
Llama vivamente la atención cómo los negociadores colombianos desconocen la tradición jurídica nacional, donde por cuenta de la Carta de 1991 tenemos varias cortes, como una verdadera explosión de magistrados, que están en crisis a pesar de unos pocos juristas respetables que hacen su trabajo dentro de los cánones más estrictos del respeto a la Ley. Al fomentar el exceso de Cortes se debilita en grado superlativo la misma justicia, por cuanto por la vía de la tutela se tumban fallos de la magistratura y se orada el Estado de Derecho. En 2012 se firma en La Habana el acuerdo entre el gobierno colombiano y las Farc, en el cual se crea la JEP o Tribunal Especial de Paz, donde la izquierda tiene garantizado su influjo. Ese Tribunal y otras iniciativas jurídicas despertaron a la oposición, más cuando el gobierno de Juan Manuel Santos convocó a un plebiscito por la paz, es decir sobre lo acordado en La Habana, el que perdió y los ganadores se contentaron con el gran triunfo moral por el No. Creyeron en las promesas oficiales de respetar la voluntad del constituyente primario, pese a que entonces les sugerimos que salieran a las calles a defender el triunfo. Por desgracia nuestra iniciativa quedó en el vacío, en consecuencia, la JEP, convertida en un verdadero super Tribunal, sacude al país político y al país nacional, con la decisión de avocar el caso de Jesús Santrich, como de impedir su eventual extradición. No nos sorprende, desde la firma del acuerdo habanero el país vive un proceso de degradación institucional y de corte prerrevolucionario, que podría agravarse de manera dramática si Gustavo Petro, pasa a la segunda vuelta.