Por el tesoro Quimbaya, que el presidente Carlos Holguín, obsequia en 1893 a la reina de España María Cristina, en nombre de la nación, en agradecimiento de sus buenos oficios en ocasión del pacifista arbitraje fronterizo entre Colombia y Venezuela, llueven tras más de un siglo, denuestos contra el insigne estadista. La Corte Constitucional, que debe ocuparse de la exequibilidad o inexequibilidad de las leyes, en respuesta a una tutela interpuesta por el presidente de la Academia de Historia del Quindío, Jaime Lopera, ordena al Gobierno nacional reclamar a España la devolución del mencionado tesoro. No entra en detalles la canciller María Angela Holguín sobre la magnitud del regalo que hizo el presidente Carlos Holguín para que fuese expuesto y conservado en España, en la finalidad de protegerlo de los depredadores criollos, y que Europa conociese las maravillas de nuestros orfebres. Explica que sería un asunto de concertar, dado que no existe norma para esa suerte de devoluciones.
No faltan los que con supina ignorancia dicen que Holguín deja perder gran parte del territorio nativo, cuando, por el contrario, recupera el más extenso según la doctrina del uti posedetis jure de 1810, gracias a los mapas que previamente había conseguido el general Acosta en los archivos de España, y con la colaboración del internacionalista Aníbal Galindo. La mayoría de los que opinan tienen vagas noticias de la singular carrera política de Holguín como que ni apenas cumplida la mayoría de edad preside la Cámara de Representantes.
Los que insultan la memoria de ese gran político, que dedica su vida a la defensa de las ideas conservadoras y a restablecer la civilidad, ignoran que junto con el estadista colombiano Rafael Núñez, conforman la formidable fusión de liberales independientes y conservadores, cuya doctrina se plasma en el partido nacional. Para conseguir el entendimiento entre estas dos fuerzas políticas de orden surgen coincidencias y afinidades durante los intempestivos años de la lucha contra la anarquía, el caos y la guerra en la que los radicales rionegrinos habían sumido el país.
La amistad de Núñez y Holguín, evoluciona en Bogotá a donde el primero arriba cómo representante a la Cámara por Panamá. Núñez cobra cierta notoriedad cuando neófito en las lides parlamentarias y desconocido por el gran público del interior, pide la palabra para refutar las tesis a favor del libre cambio del secretario de Hacienda del gobierno del general Tomás Cipriano de Mosquera, don Florentino González, recién llegado de Londres, donde presencia los resonantes debates parlamentarios de esa democracia sobre el libre cambio, retorna para hacer política e impulsar la eliminación de aranceles, so pretexto de favorecer el comercio.
Rafael Núñez, con don profético, señala el peligro de importar de todo y sin aranceles, con el riego de arruinar a los artesanos locales y desfavorecer el desarrollo y la producción nativa. Según Marco Palacio, nuestro país figura como el que más se abre en la región. Así caemos en un intercambio de comercio exterior desigual y ruinoso con esa potencia, puesto que Londres impone el precio de su producción industrial y compra materias primas a los más grandes productores que deben vender en competencia a la baja.
Con el discurrir de los años la profecía de Núñez se cumple durante la serie de gobiernos del Olimpo radical, junto con la ruina nacional. Carlos Holguín, jefe político conservador, toma cuidadosa nota de esos hechos y se despierta en su ánimo una sincera admiración por el gran estadista cartagenero. Núñez, recuerda que Holguín lo refugia en la residencia presidencial, donde gobierna su tío Manuel María Mallarino, cuando los malquerientes lugareños amenazan asesinarlo.
Esa noble amistad de Núñez y Holguín se fortalece en medio de las vicisitudes y la tempestuosa confrontación de los dos partidos en los que militan, hasta que surgen las coincidencias entre los conservadores y los liberales independientes, enfrentados ambos al olimpo radical. La Regeneración debió frenar la descomposición y la anarquía que fomenta la debilidad y penuria del estado federal, donde “sin gobierno, como decía Núñez, no se puede gobernar”.
El país se desintegra, envueltos en el torbellino político signado por la guerra, enfrentados a la virtual dictadura de la oligarquía radical. Se hacen y deshacen distintas alianzas políticas, que, con el tiempo, gracias al empeño inconmovible y sutil de Carlos Holguín, facilitan el apoyo conservador y liberal independiente para que Núñez gobierne, se conforme el partido Nacional y el sistema de la Regeneración, que crea el Estado moderno en Colombia y consolida el orden. En merecido honor a Núñez se levanta su estatua en el Capitolio. En justicia histórica hace falta a la diestra exponer la de Carlos Holguín, cofundador de la Regeneración.