Aqueja a Colombia el mismo fenómeno de desintegración de las derechas que desequilibra la política y se extiende desde hace varios años, peligrosamente, por nuestra región. Las fuerzas conservadoras se repliegan o languidecen en las grandes urbes, mientras irrumpen otros partidos.
Cuando se inició el experimento de la elección de alcaldes en el país, Andrés Pastrana, ganó limpiamente la de Bogotá. Por muchos años los conservadores facilitaban la mayoría en el Concejo. Sus más distinguidos jerarcas, solían concursar por conseguir los votos para ser elegidos concejales de la ciudad. Servir a la capital consagraba a los que se destacaban como figuras nacionales. Es el caso de políticos conservadores como Álvaro Gómez y Gilberto Álzate Avendaño. Así como en el campo contrario, Jorge Eliecer Gaitán, Alfonso López Michelsen, fueron prestigiosos representantes del pueblo bogotano para representarlos en el concejo capitalino, También, Jaime Castro, resultó elegido popularmente alcalde de Bogotá, lo mismo que Enrique Peñaloza. Los debates en el Concejo de Bogotá, solían ser registrados por la prensa nacional y muchas de las iniciativas administrativas locales se incorporaban a los proyectos de otras ciudades del país. Entre los alcaldes populares independientes se destaca Antanas Mockus. Por supuesto, en la carrera política que lleva a Gustavo Petro a la presidencia de la República, su elección como Alcalde de Bogotá, demostró su poder de convocatoria y capacidad de derrotar a sus contrarios.
Hace varias décadas que en el Concejo de Bogotá la presencia conservadora es precaria, lo que contrasta con el poder de otras maquinarias electorales nacionales y regionales que intervienen en la política electoral de la ciudad, aupadas por millones de pesos en poder del clientelismo. Varios senadores y gamonales de otras regiones tienen su concejal de Bogotá, su representante a la Cámara y copiosos votos en la ciudad, comprados o de sus coterráneos. La compra de votos castiga la democracia y al pueblo, en especial al conservador, con formación política y menos proclive a vender el voto. Me dicen que algunos ‘capos’ de la contratación financian diversas campañas al Concejo de la capital y en otras ciudades. La actual alcaldesa de Bogotá, Claudia López, ganó las elecciones comprometiéndose a librar una lucha implacable contra la corrupción, sin percatarse que entre los suyos algunos tenían las uñas largas hasta para hacer negocios con los cementerios y la carroña. Además, gobierna a capricho y le lleva la contraria a millones de bogotanos.
En otras ciudades importantes del país, como Medellín, los conservadores, que por décadas tuvieron el manejo de la ciudad, han perdido influencia. Allí, a partir del ascenso político de Álvaro Uribe, se aliaron con él o se sumaron a su cauda. La izquierda, también, llegó al gobierno local con Daniel Quintero. Lo mismo se repite en Cali y en otras ciudades. El conjunto de las grandes urbes que controla la izquierda y los municipios más modestos, tienen un gran peso político, burocrático y de contratación. La Contraloría no vigila sus cuentas, ni tiene fuero para investigar. Esos fondos los manejan, en gran medida, los caciques de turno a su acomodo.
Para colmo, en muchos municipios pequeños en donde antaño los conservadores predominaban, incluso en Boyacá, ya casi no se encuentran concejales azules. Pese a lo cual la máquina partidista, en las pasadas elecciones, obtuvo más de dos millones de votos para defender la doctrina y los principios, así sus parlamentarios se fuesen al apoyo del contendor la víspera y se declararan petristas. Con el peso de los liberales y conservadores, el gobierno juega en el Congreso con cartas marcadas y el 70 por ciento de apoyos. Si las fuerzas de derecha van divididas a las próximas elecciones y sin política social, la derrota será catastrófica.
El futuro se juega en las grandes ciudades. La gran política o acuerdo nacional, seria convocar a los mejores de la derecha, incluso empresarios, ex militares, intelectuales, agitadores y profesionales, dirigentes de base y de diversa índole, para que presenten políticas de renovación urbana y manejo de las ciudades con visión de futuro, así como la lucha contra la corrupción. No se le debe temer al voto popular. Al plantear una política urbana audaz y atractiva, los mismos sin partido que se dejaron llevar por los cantos de sirena de Petro, en las próximas elecciones pueden cambiar el voto, como cambian las muchachas de pareja en las fiestas.