La crisis del Perú, en año y medio de desgobierno de Pedro Castillo, es la muestra de un demagogo que al llegar al poder asierra la rama del árbol institucional que sostiene el sistema y se cae. La cadena de errores, negociados, violaciones de la ley, escándalos y falsas promesas que lo comprometen es casi interminable. Llega al poder esgrimiendo el discurso de la lucha contra la corrupción y se vende como un maestro impoluto, cuya buena voluntad bastara para gobernar. Al ser elegido se descubre como un personaje huidizo que desaparecía para reunirse en secreto con elementos sospechosos vinculados a la contratación y desfalcos al Estado.
Los constantes escándalos de corrupción que lo envolvieron junto a sus colaboradores más cercanos, llevaron a la Fiscalía a investigarlo. Hasta su mujer y una cuerda de parientes y colaboradores, aparecieron en los escándalos de corrupción, como su secretario y varios ministros, algunos de ellos detenidos. El año y medio que duró en el poder, lo paso en gran medida negando y explicando sus negociados, aduciendo su inocencia e inmunidad de gobernante.
En su contra son presentadas diversas acusaciones en el Congreso, siendo apoyado por la mayoría de los agentes de la izquierda, pese a sus gravísimas faltas, incluso ensuciando la dignidad de su cargo. Temporalmente el apoyo partidista impidió su caída, que por las evidencias en contra resultaba inevitable.
Los analistas más objetivos demostraron que Castillo carecía de ideas de gobierno, era un simple agente de la oposición que había llegado al poder criticando todo y sin capacidad de gobernar y dirigir a derechas el país. Una cosa es criticar, ejercer la oposición y vociferar contra los antagonistas, muy distinto es gobernar, respetar las leyes y rodearse de los mejores para servir al pueblo que lo eligió. Además, desde el poder se mezcla en turbios negocios de corrupción que conducen a la detención de varios de sus hombres de confianza recién nombrados en altos cargos y varios parientes. Es incontrovertible que pasó más tiempo mintiendo y respondiendo ante las autoridades judiciales, que haciendo algo positivo por el país.
El caso es que ni sus partidarios más recalcitrantes, consiguen limpiar su imagen, ni mostrar alguna obra positiva. Incluso uno de los agentes de izquierda cercanos y que se decepcionó, sostuvo que Castillo “necesita de una camisa de fuerza para que no haga más daño al país”.
Lo cierto es que, enfrentado a la tercera moción de vacancia, cuando ya se habían conseguido 87 votos en su contra y se temía que se consiguieran más para sacarlo del poder, de improviso resuelve violar los límites de su cargo y actuar de manera despótica al dar un golpe de Estado. El quería someter al Congreso y la Fiscalía que lo acusaban, lo que significaba hacer estallar el equilibrio de poderes, para convertirse en dictador. Estaba por demoler de pasada el Tribunal Constitucional y otras instituciones, así como clausurar el Legislativo. Lo que provocó que en el Congreso cerraran filas en su contra. Así como alertó a la Fiscal para acelerar las medidas en su contra, lo mismo que a los militares y la opinión pública.
Pareciera que Pedro Castillo perdió el control nervioso al enterarse que la Fiscalía contaba con el apoyo del Congreso para acusarlo penalmente, incluso se investiga si estaba fraguando la detención de la funcionaria a cargo de esa institución. Trascendió que cuando Castillo intentaba dar el autogolpe, el comandante del Ejército, Walter Córdoba, renunció a su cargo, para no ser parte de la conjura. Resulta incontrovertible que las Fuerzas Armadas se rigieron por la Constitución, defendiendo las instituciones de la democracia como era su deber. Pese a esto, Castillo anuncia por los medios de comunicación el cierre del Congreso, para instalar un gobierno de emergencia nacional, bajo la promesa de convocar en breve a nuevas elecciones. Al tiempo, que anuncia que a partir de ese momento gobernaría mediante decretos ley. Además, de invocar la reforma de Estado, mediante decretos.
En el Congreso, reaccionaron defenestrando al gobernante-golpista, así que cuando irrumpen los militares dando su apoyo a la vicepresidenta y respaldando su posesión, son felicitados por la mayoría de legisladores como baluartes de la democracia.