Colombia vivió en el siglo XIX y parte del XX, hasta la creación del Frente Nacional, bajo la bipolaridad de los dos partidos políticos tradicionales. En los textos de historia sostienen que por ese antagonismo bipartidista se precipita varias veces al abismo de la violencia. Rafael Núñez, más pepitas, señala que las causas de la violencia eran otras, en especial contribuyen al caos y la tendencia a la guerra civil de manera paradojal, por un lado la debilidad crónica del Estado y por otra, que en medio del atraso nacional la falta de empleos, por lo que concluye el notable estadista, se apelaba a las armas para salvar la familia, la propiedad, el honor y la subsistencia.
Aún perdura por instinto el considerar al Estado como un enemigo, por aquello del rezago colonial. Así como en las guerras civiles se llamaba al degüello del contrario, al obtener el poder por la fuerza de las armas, se intenta ordeñar el Tesoro Público para enriquecer a los parciales. En la violencia que hoy padecemos el lucro y los negocios ilícitos prevalecen por encima de las propuestas ideológicas y sociales.
A contrapelo de ese fenómeno involutivo en los acuerdos de La Habana y la propuesta de crear un Tribunal Estalinista, con la desfachatada pretensión de insertar tal subversión de valores en el bloque de constitucionalidad; por cuenta de la convocatoria al plebiscito, reverdece en los colombianos la democracia a la manera de otras naciones civilizadas del orbe. El comportamiento reflexivo y cívico popular al votar por el Sí o el No, resulta ejemplarizante, tan respetable como el de los ingleses o el de los estadounidenses en recientes elecciones. Lo mismo que es de aplaudir la imparcialidad y eficacia de la Registraduría Nacional del Estado Civil.
Es de destacar el papel que juegan las Fuerzas Armadas en nuestro proceso político, las que han sido aduladas y vilipendiadas alternativamente en los últimos 50 años de conflicto armado, cuando no ha hecho otra cosa que servir a la sociedad y jugarse la vida en la gesta contra los agentes del terror. El caso del coronel Plazas es un ejemplo conmovedor por los padecimientos y persecuciones que ha sufrido por servir a la Patria. Fue aplaudido por salvar a los magistrados del ataque del M-19 al Palacio de Justicia, vejado por lo mismo años después mediante el cangrejo judicial de los testigos falsos y, finalmente, felizmente redimido en su honor tras ocho años de prisión por la magistratura.
La Constitución consagra a las Fuerzas Armadas como insobornables defensoras de la legitimidad y el orden democrático, precisamente, por el hecho de no participar en política, de ser profesionales y estar al servicio de la nación. A diferencia de otros países de la región donde están politizados, nuestros soldados son el gran baluarte de la democracia. No existiría la democracia imperfecta que tenemos si durante estos cincuenta años de conflicto armado nuestras tropas no estuviesen, arma al brazo, defendiendo la vida, la libertad, la propiedad y restableciendo la legitimidad a los largo del territorio nacional.
La vida militar entre nosotros es de las más duras y arriesgadas, su deber inequívoco e irrenunciable es hacer respetar la voluntad del constituyente primario que se expresó sobre lo acordado en La Habana por el No.