Puede ser que se tengan diferencian filosóficas y políticas en cuanto a la forma de interpretar la democracia, dado que desde los tiempos de Platón se advertía sobre el peligro de atribuir un poder igualitario a los ciudadanos para decidir sobre lo bueno y lo malo de la República. Platón consideraba que apenas una minoría selecta tenía la capacidad de entender la política y participar en la misma. Así mismo, muy pocos estaban capacitados para gobernar.
Antes, en vida de Alejandro Magno, cuando Aristóteles escribe su Política, la misma era una enseñanza secreta para los monarcas, príncipes e iniciados. Alejandro le reprocha a su maestro que la deje conocer del vulgo. Hoy se ha establecido, según el modelo de Rousseau, que las balotas o papeletas electorales tienen la razón y punto. Son las que dicen quienes son los presidentes, senadores, representantes, diputados, gobernadores y alcalde o concejales. Platón no aceptaba que todos los ciudadanos estuviesen por igual capacitados para participar en política. Para dirigir una sociedad se debía consultar a los sabios, a los que en Colombia la política suele ignorar. Se prefiere dejar que el barco del Estado siga a la deriva que llamar a un elemento superior y entendido para conducirlo a buen puerto.
En la democracia feudataria de los barones electorales que tienen sus maquinarias a todo vapor y aceitadas con sumas multimillonarias que salen del erario público, el más sabio no tiene ninguna posibilidad de competir ni de ser candidato ni de ser elegido. Puesto que, a diferencia de Grecia antigua, la política se vuelve un negocio, es un pleonasmo que para la prosperidad de los negocios no conviene la intromisión de los sabios o estadistas, que miran la política más allá de sus narices. Pese a ese fenómeno que carcome nuestra democracia desde cuando los barones electorales le dieron la vuelta a la elección popular de alcaldes que Álvaro Gómez propicia para salvar la democracia municipal, construyendo feudos inexpugnables y multimillonarios, literalmente desquiciaron y desvirtuaron el notable experimento, al ponerlo al servicio de sus intereses personales.
Esos fenómenos de psicología colectiva y comportamiento electoral de las masas los estudian los especialistas y sociólogos, sin que sus conclusiones afecten el comportamiento colectivo, salvo en muy raras ocasiones desde los tiempos de Platón. Tal es el caso del plebiscito por el Sí y el No, donde por una misteriosa rareza la ciudadanía colombiana reflexiona su participación y vota contra lo acordado en La Habana o a favor. Tan respetable es la votación por el Sí como por el No. Reconocer y defender la voluntad popular por el No es la misión democrática del Nobel de paz, Juan Manuel Santos.