Juan Manuel Santos, cargado de antecedentes burocráticos, llega al poder en hombros de su antecesor Álvaro Uribe Vélez, con su formidable maquinaria montada para un tercer mandato presidencial propio, que aborta la magistratura. Se creía que Santos sería el continuador a rajatabla de la política de acabar militarmente a los subversivos que aún azotaban la periferia colombiana, si bien reducidos a sus madrigueras por cuenta de los continuos bombardeos y ataques de las tropas nacionales. El mismo día que asumió el gobierno se hizo evidente que no llegaba a regar las matas de la Casa de Nariño, sino que tenía agenda propia.
El desconcierto fue mayúsculo en las filas del uribismo, que trabajó en vano para derrotar la subversión; de golpe y porrazo, descubren que pasan de manera forzada a la oposición y solo se salvan aquellos que juran lealtad al nuevo amo, que se perfila como el campeón de la negociación con los enemigos de la víspera en busca del anhelado premio Nobel de Paz. En medio de la crisis, apenas la voluntad inquebrantable de Uribe consigue que algunos de sus hombres sobrevivan el duro golpe que les propinan al lanzarlos al asfalto. Varios de los alfiles del uribismo en el Congreso se convierten en los más entusiastas colaboradores de Santos, mientras éste desarrolla su diplomacia secreta con el apoyo de Fidel Castro y Hugo Chávez, lo que conduce a las complejas negociaciones de paz, que maneja Enrique Santos Calderón. Luego se procede a exorcizar a la cúpula de la Farc, en Noruega, para seguir con las negociaciones en La Habana, donde todo es posible y negociable.
Para dedicarse a “negociar” con las Farc y amansar la opinión pública internacional, Santos deja el gobierno en manos de sus agentes de confianza. El superministro es Mauricio Cárdenas, que al disponer de las dádivas oficiales manda en el Congreso, con poco margen de maniobra, dado que no alcanzan los recursos para financiar los compromisos de paz. Es evidente que como sus antecesores en el cargo el ministro ha dependido durante su gestión de los vaivenes del precio del barril de petróleo, que se ha visto afectado por la política energética de los Estados Unidos. Así como de los dictados del FMI y el Banco Mundial. La deuda externa crece en forma descomunal, en parte por cuenta de los compromisos de paz, sin que tengamos las reservas petroleras de Venezuela. La mayor controversia aún sin dilucidar -las responsabilidades- se da por cuenta de la venta de Isagen y los US$ 4.000 millones del affaire de Reficar, con raíces en el anterior gobierno. El crecimiento ha sido modesto, ligado a la mala situación económica del entorno geográfico. Así como sigue el escándalo por las millonarias coimas en dólares de Odebrecht, mientras las exministras desde el exterior se declaran inocentes.
En obras el gobierno avanza en procura de mejorar las comunicaciones, en tanto Germán Vargas Lleras se destaca en el campo de la vivienda de interés social. Los esfuerzos en telecomunicaciones han sido positivos. La política exterior se plegó al dictado de las negociaciones de La Habana y no superamos el síndrome derrotista de La Haya, en la demanda de Nicaragua, más la hostilidad creciente con Venezuela, que amenaza internacionalizar el conflicto armado.
Las grandes reformas de la justicia y del sistema de elección popular de los senadores y alcaldes, que encarecen la elección y fomentan la corrupción, no se hicieron. La Corte Suprema anuncia una masiva investigación contra 240 congresistas y al tiempo se da más pólvora para sus actos circenses en las plazas a Gustavo Petro, cuya audiencia crece día a día.
Santos siente que cumplió con los de las Farc y se multiplicaron las siembras de coca; enfundado en el Nobel, está en la cuenta regresiva, pero el mandato no ha terminado y viene lo peor. La herencia fatal: el descalabro del Estado.
Mientras la derecha da palos de ciego, se mueve al son de la inspiración sin conseguir la unidad. Se descarta, sin argumentos serios, que Petro pueda ganar en la primera vuelta. Cuando desde ya debería existir un acuerdo político entre todos los candidatos de derecha para avanzar unidos, que no se da por cuanto Álvaro Uribe, que es un caudillo, le da por ser campeón de la democracia interna, que favorece a Martha Lucía Ramírez. No es imposible que, si se desvanece Fajardo, la izquierda y los indecisos y sin partido intenten ganar en la primera vuelta, en particular si las masas irredentas deciden votar.
Nota: 50 millones de colombianos se preguntan: ¿Quién mató a la jovencita María Andrea Cabrera”?