La Universidad Javeriana de Bogotá, con el Banco Santander y la embajada de España, inauguraron, el pasado 23 de abril, la segunda fase de la Cátedra España que desde el 2016 se dicta allí y en la que se ha avanzado en el estudio de la historia de la madre Patria y la nuestra, en un periodo que abarca de 1532 a 1830. El esfuerzo intelectual y didáctico ha sido productivo y enriquecedor, con el apoyo de selectos eruditos y expertos.
La anterior fecha recuerda la muerte de Cervantes, máximo exponente de las letras castellanas de aquellos tiempos hazañosos, en competencia aventajada con personajes ilustres de la edad de oro del idioma como Quevedo, Lope de Vega o Góngora. Con Cervantes inicia su nueva fase la Cátedra España en la Universidad Javeriana. En especial, por ser él, quien, por su originalidad, riqueza idiomática, narrativa incomparable y sustantiva filosofía popular hispánica nos es tan caro. Es de recordar que Cervantes padeció la prisión, en las mazmorras de los sarracenos, por lo que en medio de crudelísimos padecimientos conoció la rica literatura mozárabe. Además, por ocho siglos de dominio en extensas zonas de su territorio se conocía parte de dicha literatura en España. La prosa de Cervantes la leen con avidez españoles peninsulares y criollos en nuestra región. Se le debe a la reina Isabel, la Católica, la sabia decisión de disponer que en el Imperio Español en América se hablase castellano. La historia cultural de España se engrandece a partir del Quijote, y lo sería aún más si la misma medida idiomática se hubiese aplicado en la Península.
El Quijote es un hidalgo inventado de fina y demencial ironía que quiso hacerse caballero por su cuenta, como pasó en la realidad con varios de los aventureros que hicieron la América. Cervantes mismo, por salir de aulagas, en famosa misiva solicita a la autoridad real que le den un cargo en Cartagena de Indias, que le negaron, quizá por los líos y deudas en los que estuvo envuelto en su azarosa existencia. Y no faltan los que sostienen que conoció las aventuras de Don Gonzalo Jiménez de Quesada en la Nueva Granada, por lo que el Quijote se inspira en parte en sus hazañas y frustraciones.
Lo cierto es que la propagación del castellano facilita la comunicación regional de extremo a extremo. Por lo que Neruda sostiene que los exploradores españoles pudieron llevarse algunas riquezas, más nos dejaron el tesoro invaluable del idioma. El castellano, la espada, el Cristo, el derecho, junto con las instituciones avanzadas de su civilización como los cabildos, y las regulaciones urbanas, facilitan que en pocos años se incorpore nuestra región a Occidente. La fuerza sin la religión y el derecho, en ese orden, no habría podido vencer al aborigen, que sustituyó sus dioses paganos por Jesucristo.
Nos lega Don Miguel de Unamuno un maravilloso escrito de Bolívar sobre Don Quijote, al que considera uno de los más grandes y representativos genios hispánicos. Sobre Bolívar dice: “fue un maestro en el arte de la guerra y no un catedrático en la ciencia -si es que es tal- de la milicia, fue un guerrero más que un militar, como decía Ganivet, que suele ser el español; fue teatral y enfático, tal como es naturalmente y sin afectación, su raza, nuestra raza, pero no fue un pedante”. “Bolívar era de la estirpe de Don Quijote, el de los bigotes grandes, negros y raídos…Bolívar, era un hombre que hacía la guerra para fundar la única paz verdadera y valedera, la paz de la libertad”. Y agrega: “Hizo la guerra, puede decirse que solo, sin Estado Mayor a lo Don Quijote. La humanidad que le seguía -humanidad y no como ejército- era su Sancho”.
Bolívar dilapida su fortuna por la gesta de la libertad de América. Al finalizar su parábola vital en Santa Marta, le confiesa al puñado de fieles que lo veneran en su lecho de muerte: “Los tres más grandes majaderos de la historia hemos sido Jesucristo, Don Quijote…y yo”. Bolívar, era militar imperativo, ni frívolo, ni cortesano intrigante, ni muy simpático, las galanterías las reserva para bellas damas cuyo cálido afecto renueva la fuerza interior para la lucha; no adula a las multitudes. Tras el fracaso de la Primera República de Venezuela, inculpado del descalabro político-militar del fuerte de Puerto Cabello y responsable de la entrega del generalísimo Francisco de Miranda a los realistas; pese a su ambición napoleónica, arriba a Cartagena, donde agobiado por la necesidad, acepta un mando subalterno en un caserío ardiente a las orillas del Magdalena, para al poco tiempo rebelarse y asumir por su cuenta el destino quijotesco de General y Libertador.