El recién nombrado presidente del Directorio Nacional Conservador, Omar Yepes, dirigente de reconocida trayectoria política nacional, en declaraciones para EL NUEVO SIGLO (11 de marzo), donde aborda la situación política para referirse a la herencia que recibe, dice que “El partido conservador está invisibilizado”. Un curioso término que viene a significar que se encuentra en estado cataléptico, casi muerto y como muerto, yace ahí, a la vera del sendero político. Agrega, con algo de diplomacia, que “le falta un poco de presencia en la vida nacional y buena parte de eso se debe a que el partido no opina como colectividad, no propone como colectividad, no está bien presente en la búsqueda de soluciones para los problemas nacionales como colectividad”.
Me pareció clara y valiente la franca reflexión de quién asume la responsabilidad histórica de intentar sacar de la catalepsia al conservatismo, puesto que uno de los problemas de esa postración es que por estar su conciencia como ausente, la persona o la institución, no tiene noción del mal que padece. Más cuando tantos oportunistas utilizan el rótulo de conservadores para pechar en el Estado y conseguir votos para ser elegidos, sin tener el menor compromiso doctrinario con esos principios.
La catalepsia, según los expertos, se refiere casos excepcionales, en los cuales las personas parecen haber muerto, pero, finalmente, por algún raro fenómeno terminan reaccionando y dan señales de vida. Se dice que ese estado similar a la muerte en el que cae el afectado suele ser causado por la catalepsia, trastorno que afecta la respiración, el corazón y las funciones vitales que se reducen a una casi imperceptible actividad. Ese diagnóstico es aplicable a algunas etapas oscuras del Partido Conservador, cuando ha quedado reducido a la niebla de los símbolos partidistas: sus sedes, un modesto enclave burocrático y las ventajas que le da el reconocimiento como equipo parlamentario en las entidades oficiales. Así como un individuo en estado cataléptico le siguen pagando su pensión y lo atienden en un hospital a la espera que despierte. Se dan casos de personas e instituciones que han sido tomadas por muertas cuando hibernaban en estado de catalepsia. Algunos funcionarios de la burocracia que llegan como conservadores, curiosamente, después de posesionados entran como en estado de catalepsia e insensibilidad para defender tesis del partido.
También se dan algunos encuentros de conservadores a la sombra del estado cataléptico del partido, donde quienes participan se sumen en añoranzas del pasado y son como sombras de otros tiempos mejores, cuando la colectividad tenía vocación de poder. No faltan los que se emocionan en los raros eventos conservadores o de reminiscencia, que se efectúan cada cierto tiempo; alguno, incluso, grita: viva el orden o viva la Constitución. Parecen no caer en cuenta que la Constitución nacional elaborada en 1886, que nos legaron Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro, ya no existe. Ese orden que se proclama no es el orden conservador. Estamos sumidos en la anarquía que heredamos del cambio institucional de 1991.
Es de anotar que cuando medio sale de la catalepsia el conservatismo, la política se sacude. ES así como el aporte conservador a la campaña de Iván Duque fue cuantioso, en gran parte por la voluntad política de Andrés Pastrana y de una convergencia con Álvaro Uribe y el Centro Democrático, que deriva en la vicepresidencia de Martha Lucía Ramírez, quién había estado recogiendo firmas para su postulación.
La sociedad colombiana que en el pasado estuvo protegida por los derechos consagrados en la Constitución de 1886, hoy se encuentra un tanto desamparada. La noción del bien común profesada por los conservadores desde tiempos del Libertador Simón Bolívar, se perdió en medio de la catalepsia en la que desde hace tanto tiempo hemos transitado como sujetos pasivos de la historia. El orden conservador hace agua en la sociedad colombiana, en cuanto sufrió el más rudo golpe por cuenta de los acuerdos de La Habana del gobierno de Juan Manuel Santos con las Farc, donde se legisló ad hoc y se afectaron más de 200 artículos de la Carta del 1991.
Ese estado como cataléptico que padece el conservatismo y gran parte de la sociedad colombiana impide que los políticos tradicionales defiendan el bien común, los intereses del pueblo y de la clase media. Denunciamos entonces los peligros del “fast track”, en los cuales, con aval de la Corte Constitucional, se le dio un rudo golpe a la legitimidad institucional. Hoy estamos padeciendo la consecuencia. Pedimos que el pueblo saliera a las calles a defender el No en el plebiscito por la paz, otros prefirieron el besamanos de la Casa de Nariño. Quienes opinamos en la prensa, no podemos darnos el lujo de entrar en catalepsia.