El expresidente Álvaro Uribe Vélez, en publicitada reunión con el sacerdote jesuita Francisco De Roux, propuso encontrar la forma de avanzar a una amnistía general para lograr la paz total y poder salir de la trampa de la polarización política que afecta a Colombia. El expresidente lanzó esa sugerencia, una especie de “borrón y cuenta nueva” en reunión no oficial con el sacerdote quien preside la Comisión de la Verdad.
En diversas oportunidades desde esta esquina de opinión de El Nuevo Siglo, hemos dicho que a la paz con las fuerzas de los paras les faltó llevar el delicado asunto de manera convergente hasta la tolda subversiva de las Farc. Lo que, entiendo, se intentó de manera infructuosa. No olvidemos que sin una amnistía los del M-19 habrían luchado hasta el final. En tanto se acomodaron a la vida pacífica. Cómo hemos señalado que si el presidente Andrés Pastrana hubiese logrado que los sectores de las Farc se sumaran en su totalidad a su propuesta de paz, el país se habría beneficiado de ese experimento y evitado tantos derramamientos de sangre, tantos muertos y heridos, tantas viudas y tantas madres que han perdido sus hijos en la guerra fratricida. Según Víctor G Ricardo, el acuerdo se derrumba por la presión de los sectores guerreristas del llamado secretariado, que en ese momento prevalecieron sobre los “moderados”. Así como por el pestilente influjo de la ausencia del Estado en la periferia y los multimillonarios negocios ilícitos.
Como varias veces se lo manifesté al expresidente Belisario Betancur, retirado de la política, mientras casualmente hablábamos de temas culturales, la violencia en cierta forma es una enfermedad de los revolucionarios imitadores de Fidel Castro, en condiciones diferentes a las de Cuba, dónde un factor determinante de su triunfo contra el dictador Batista fue la corrupción en las filas militares. La corrupción es el mal del siglo, si no que lo digan los militares rebasados en Afganistán, entrenados por Estados Unidos y en los que invirtieron un billón de dólares.
El expresidente Uribe aseguró que la amnistía es una idea que tiene desde hace tiempo. La coincidencia de opinión con el expresidente determina que apoye esa iniciativa. Uribe es un político de ideas fijas y que cumple su palabra. La paz es un compromiso del hombre civilizado, sin importar que figure como norma en la constitución repetidas veces, en tanto no cesan las muertes y aumentan las víctimas. En diversas oportunidades he criticado los acuerdos de La Habana, donde el asesor del Farc, Enrique Santiago, consiguió tantas ventajas para los comunistas. Incluso he calificado ese evento como una capitulación del Estado colombiano, sin dejar de reconocer que han bajado los muertos y heridos.
Antes de los acuerdos de Ginebra, tras la Segunda Guerra Mundial, los civiles armados que luchaban contra los militares y eran sorprendidos en esas faenas se les fusilaba ipso facto. Así se debió proceder en Colombia, donde estábamos en otro estadio de evolución y debemos aplicar normas de acuerdo con nuestras circunstancias. El derecho europeo alcanzado en diverso grado de evolución política prevaleció entre nosotros, que no supimos explicar la degradante situación de inseguridad, violencia y debilidad del Estado que nos agobian.
Esa eventual amnistía debería cobijar a todos los sectores, los de las Farc y los paras, como a los militares y actores civiles ligados a la violencia. Y se debería negociar a cambio de devolver el fuero militar a los soldados de Colombia. Para que sea efectiva la fórmula de paz, como lo hemos dicho y escrito infinidad de veces y no se quede en el papel, es preciso desarrollar la periferia del país en donde la violencia es endémica; sigue vigente la propuesta de sembrar allí ocho millones de hectáreas de bosque, lo que generaría a su vez, inmensas posibilidades de trabajo al tiempo que mejoraría el clima y el hábitat.
La situación de Colombia, lo hemos dicho varias veces, es de anormalidad y descomposición, vivimos bajo el latente impacto de la guerra civil opaca, que en cualquier momento puede cobrar la vida del gobernante o de alguno de sus ministros y altos mandos militares. Aquí abundan las fieras armadas con la rabia visceral de los talibanes.