Lo que está en juego en España sigue siendo el tema de la unidad. Se juega la posibilidad de la integración del país. En ese terreno la división política, en tres, de la derecha es mortal para conseguir la anhelada unidad. El renacer de un cierto nacionalismo en cuanto a los valores de lo tradicional y el ser de España, se ve frustrado por el resultado electoral adverso para la derecha en cuanto no supo aprovechar la crisis que vive el país. Los españoles querían salir de la incertidumbre socialista y por artes de birlibirloque han terminado por favorecer el éxito de la incertidumbre. Fuera de que han legitimado un régimen contrario a las aspiraciones del tradicionalismo español.
Los cálculos de los economistas y expertos sobre lo que le costará a España el triunfo socialista son de un mortal pesimismo. Se supone que gran parte de lo que se ha logrado en materia de desarrollo y bienestar social está en peligro y rodará por tierra. Los compromisos demagógicos de Sánchez determinan que tendrá que sufragar grandes costos por parte de los sectores nacionalistas con los que deberá contar para gobernar en un sistema parlamentario. Los organismos internacionales señalan que pese al populismo, los recursos del tesoro español no son suficientes para financiar la demagogia oficial.
El avance electoral socialista es todo un anacronismo por cuanto representa en varios aspectos modelos fracasados antes en la misma España y hoy en el mundo. Ese anacronismo español no es nuevo. La III Tercera República terminó aliada y dependiendo de los soviéticos. Las propias contradicciones del sistema llevaron a una sangrienta guerra civil. Los políticos como Fraga Iribarne, Felipe González y en especial Adolfo Suárez, supieron orientar una transición inteligente y sin caer en la violencia. El socialismo revanchista de hoy no respeta ni a los muertos en los cementerios y monumentos. Apuestan a falsificar la historia. Es curioso que los regímenes más retardatarios y dictatoriales, lo primero que intentan es falsificar la historia, borrar el pasado, negar las hazañas de otros tiempos y engrandecer artificialmente a sus agentes por mediocres que puedan ser.
Así como numerosos inversionistas han sacado su dinero de Cataluña, espantados por la inseguridad jurídica y política, lo mismo se anuncia en el resto de España con el triunfo del socialismo revanchista. Se anuncia que van a multiplicar los impuestos y castigar a la clase media. Lo mismo que piensan trasladar enormes recursos a las regiones pensando en establecer una hegemonía política en el país.
A todas estas, es del caso reconocer que el denominado centro y la derecha no consiguieron capitalizar el descontento, en tanto un Sánchez, parapetado en la inercia y el populismo, avanzó políticamente, gracias a un electorado que no tiene memoria.
Es una lástima que el ejemplo en materia de convivencia política que dio en su momento Felipe González hoy no se tome en cuenta y se pretenda gobernar contra la gran masa de los españoles que no votaron por Sánchez.
Es deplorable que un país con tantos siglos de historia como España apueste al populismo cuando lo que más reclaman los españoles son mejoras en la calidad de vida y la atención a la salud o la educación. ¿Qué pasará con los jóvenes que no van a encontrar empleo, ni oportunidades de prosperar por cuenta de la multiplicación del gasto público, como de desestimular a la empresa privada?
Es de tener en cuenta el malestar que aflora en España por cuenta del maltrato que sufren los militares. Lo mismo que la frustración que se apodera de los jueces y funcionarios que deben juzgar a los separatistas que atentan incluso desde las prisiones contra la unidad nacional. En gran medida votar por Sánchez significó apostar por la desintegración del país. No solamente por cuenta del separatismo, sino del despilfarro y la corrupción. Por cuanto los regímenes socialistas han demostrado, en muchos países, que hace rato abandonaron sus doctrinas utópicas, en tanto siguen siendo proclives a considerar el tesoro público como un botín de guerra.
Por ahora, Sánchez, se ha mostrado relativamente apaciguado, más ya se anuncian medidas duras contra la banca y la industria privada. Es de anotar que ganar elecciones no hace necesariamente estadistas. Le hace falta al nuevo gobierno en Madrid cierto sentido de la generosidad desde el poder, que suele contribuir a la reconciliación de los antagonistas de la víspera. Gobernar con ideas anacrónicas y tener como gran objetivo desenterrar a los muertos de otras corrientes políticas es absurdo. Franco es el pasado, producto de un conflicto sangriento en el cual España sirvió de campo experimental de los contendores de izquierda y derecha, que derivó no solamente en guerra civil en España, sino en guerra civil mundial o II Guerra Mundial.