Con el cambio de gobierno el tema de la paz y el conflicto armado han pasado como a un segundo lugar. Desde que el ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, anunció que pecharía todos los productos de la canasta familiar, en todas partes no se habla de otra cosa que de impuestos y de malestar generalizado.
Las amas de casa son las más descontentas y de las que más protestan, resulta que los maridos les pasan semanal, quincenal o mensualmente, a veces a diario, la misma mesada. Y ellas ya no pueden hacer milagros con lo poco que les dan para alimentar a sus hijos y los gastos del hogar. Ellas afirman que con tan elevada alza del IVA, del 18 por ciento, desataría en los hogares la hambruna. Puesto que por experiencia propia saben que los comerciantes le trasladan al consumidor las alzas impositivas. Los expertos analistas de la economía, sostienen que como muchos de los productos que se consumen en los hogares son de importación y el dólar sube, los mismos se van a encarecer más. También los dueños de fincas nos comentan que los productos de pancoger se encarecerán en los campos, en especial por el alza de la gasolina, de los peajes y de la luz.
Las gentes de menores recursos se lamentan del hecho que les encarezcan la alimentación, cuando algunas familias escasamente se mantienen por debajo de la dieta mínima de subsistencia. Son muchos millones de colombianos los que están mal alimentados y gravar los productos de primera necesidad les parece que es como desangrarlos lentamente. Como estas alzas vienen de manera conjunta, el costo del transporte se eleva de manera considerable, el bolsillo de los pensionados se afectaría como nunca antes y las familias entran a padecer, en tiempos en los cuales la economía muestra señales de ir a la baja.
A su vez, los neoliberales a ultranza, se quejan de los subsidios que reciben en el país los más pobres, lo que considera que afecta sus finanzas. Por lo que les parece insuficiente que a menos del uno por ciento de los grandes millonarios y dueños de empresas, les rebajen los impuestos. Ellos querrían que de un tajo se acaben todos los subsidios a los de menos recursos en el país. Y en parte tienen razón. Lo que pasa es que la inequidad en estos países de nuestra región es cada vez mayor.
El gran esfuerzo que deben hacer nuestras economías estriba en mejorar el ingreso de la población para que aumente el poder adquisitivo. Para un país que con varios tratados de libre comercio no aumenta sus exportaciones, sino las importaciones, en tiempos de crisis la situación se torna dramática. Es evidente que el Estado se lucra de las exportaciones de crudo, sin las cuales la situación de las finanzas oficiales sería desastrosa.
El tema no es nuevo. Los neoliberales más extremos consideran que se debe actuar de inmediato y efectuar todas las alzas de una, que, desde luego, eso produce en sacudón social, que se puede sofocar con el uso de la fuerza. Lo que no captan es que los mismos servidores públicos a los que se les encarga la tarea represiva sufren en sus casas la cadena de alzas causadas por los impuestos a los alimentos.
Tan pronto han aprendido mucho, los sindicatos pretenden salir a las calles como los estudiantes a reclamar varios billoncitos de las regalías. Lo mismo que otros sectores de la sociedad que no entienden aquello de las vacas gordas ni flacas. El señor presidente Iván Duque, que como su padre ha sido un estudioso de Maquiavelo, recuerda que el valioso y frío pensador, le recomienda dos cosas al Príncipe: que no se meta con el bolsillo de sus súbditos, ni con sus mujeres, pues eso resulta ofensivo y no lo perdonan.
El club de exministros de economía, de los cuales la mayoría es solidaria entre sí, sostiene que las medidas de Alberto Carrasquilla, son las apropiadas y deben ser aprobadas por el Congreso. Desde el punto de vista neoliberal tienen razón. Yo sostengo que en un país de desarrollo desigual como Colombia, afectar de tal manera el bolsillo de los colombianos, puede traer grandes males, descontento social y muchas penurias. En especial, en cuanto el Estado está muy golpeado por la corrupción y el escepticismo.
En tiempos de la patria Boba, Don Antonio Nariño, que fue quien le puso ese nombre, explicaba que cuando se pretende arreglar una casa no se puede modificar y hacer todas las reparaciones al mismo tiempo, puesto que la casa podría caer encima de sus habitantes. El Estado, a su vez, debe hacer recortes de gastos, en tanto se le exigen sacrificios a la sociedad.