En ocasión de otro aniversario de la mal llamada “masacre de las Bananeras”, el 6 de diciembre de 1928, se publican diversos escritos en los cuales se tergiversan los hechos y se denigra del Ejército colombiano, del gobierno de la época, la sociedad y del conservatismo. En gran parte, el origen de esa mitología que presenta al gobierno de Miguel Abadía Méndez, un respetable jurista y gramático, demócrata ejemplar, como un criminal despiadado y genocida, se da por cuenta de los famosos debates que sobre esos hechos hizo uno de los oradores más fogosos del siglo XX, Jorge Eliécer Gaitán. Lo mismo que por la posterior crónica de Gabriel García Márquez, sobre el mismo tema en Cien Años de Soledad.
El famoso orador y nada menos que el Nobel colombiano de Literatura, agigantan los hechos para darle una dimensión a la confrontación de orden público, que pareciera referirse a una nación en guerra distinta a Colombia. García Márquez, en Cien Años de Soledad, exalta a los vencidos en las guerras colombianas partidistas y repite el cuento de la masacre de las Bananeras. Lo del Nobel es ficción, no se rige, necesariamente, por la veracidad de los hechos.
En ambos casos, no se da el rigor histórico. En Gaitán, por cuanto, como orador radical de la oposición visceral contra el gobierno, en su apasionada disertación, bajo el efecto de la inspiración y la emoción, todo los que se dijera en contra de los conservadores le parecía licito. Arremete contra Abadía, y se vale de las mismas palabras de éste, para adobar su discurso contra el Ejército y condenar la clase dirigente, el gobierno y exaltar a los agitadores. Allí, se percibe el momento político que vive el país, el tono de Gaitán, en su diatriba, muestra en casi todos los párrafos de su “catilinaria”: el ataque despiadado al gobierno que representa y defiende el orden.
Dice Gaitán: “Ya habéis oído leer (honorables senadores y representantes) la alocución del señor Presidente de la República. Habéis oído cómo allí se dice, hablando de los obreros, que ellos perpetraron ‘verdaderos delitos de traición y felonía, porque a trueque de herir al adversario político, no vacilan en atravesar con su puñal envenenado el corazón amante de la Patria’. Decidle, señores, al taciturno Presidente de la República que aplique estas palabras no a los obreros, que fueron las víctimas, sino que las aplique a los militares, a los cuáles él les ha hecho el más inconcebible elogio. Que el señor Presidente de la República se levante sobre la tumba de los sacrificados para escupir su hiel y su veneno, cuando por simples sentimientos de humanidad tales vocablos le estaban vedados ante la majestad de la muerte y del dolor, es cosa que causa ironía y que muestra las lacras de la mentida justicia humana. Y que no hable el Presidente de la República de hechos políticos, aquí donde sólo hubo por parte de los militares pecados contra los artículos del Código penal. Y en esa alocución misma habéis leído el elogio férvido, el elogio ilimitado que el señor presidente hace a quienes sólo merecen el dicterio de los hombres que tienen en estima los sentimientos esenciales de la bondad”.
Precisamente, bajo el gobierno del “tirano” Miguel Abadía Méndez, se hizo el debate de Gaitán y se efectuaron unas elecciones limpias que le dieron en minoría el triunfo al candidato liberal Enrique Olaya Herrera, por la división conservadora entre Guillermo Valencia y Vásquez Cobo. Abadía, murió olvidado por los conservadores que en su mayoría no le perdonaban que hubiese entregado el poder a Olaya y execrado por la diatriba gaitanista.
El historiador Robert Herrera Soto, en su riguroso trabajo: la zona bananera del Magdalena, sostiene que “no pasaron de 13 los muertos y 19 heridos”. Cifra que coincide con la que adujo Gabriel García Márquez, al referirse a los hechos en una famosa entrevista que concedió para la televisión británica: “El número de muertos debió ser bastante reducido. Lo que pasa es que 3 o 5 muertos en las circunstancias de ese país, en ese momento debió ser realmente una gran catástrofe y para mí fue un problema porque cuando me encontré que no era realmente una matanza espectacular en un libro donde todo era tan descomunal como en Cien años de soledad, donde quería llenar un ferrocarril completo de muertos, no podía ajustarme a la realidad histórica. Decir que todo aquello sucedió para 3 ó 7 muertos, o 17 muertos… no alcanzaba a llenar ni un vagón. Entonces decidí que fueran 3.000 muertos, porque era más o menos lo que entraba dentro de las proporciones del libro que estaba escribiendo”.
Para alimentar la leyenda infame, otros sostienen que a altas horas de la noche varios cadáveres, centenares o miles fueron transportados en tren y lanzados al mar. Sin importar, que no hubo ni un solo doliente de esos desaparecidos, nadie vio pasar el tren fantasma, ni existen denuncias sobre tales muertos, ni familiares que los busquen.