En el pasado los anglosajones figuran entre los que más despotricaban y censuraban el salvajismo y la barbarie de las corridas. Hemingway es uno de los talentos excepcionales más notables entre los escritores estadounidenses que admiraron y participaron de la cálida y noble emoción de vivir y disfrutar la fiesta brava... Él las entendía en cuanto estaba compenetrado con las costumbres y tradiciones de España, sin cuyo conocimiento no se entiende del todo el mundo taurino que tiene sus secretos y un lenguaje cifrado.
La mitología griega sostiene que el séptimo trabajo que se le encomendó a Hércules consistió en la temeraria empresa de enfrentar y capturar al toro de Creta, animal que había cobrado la vida de muchos hombres y guerreros. Esa es la genealogía de los toros, confrontar al animal mítico, pararse de frente a la bestia y someterla o morir en el intento. Luego el toro aparece en varias regiones y en España se fusiona el espectáculo con lo vernáculo. Desde los tiempos del Almirante Cristóbal Colón, los toros llegan a nuestra región. Aquí no se tenía ese ganado y dicen que a raíz de la expulsión de los Jesuitas por Carlos III, en las haciendas del llano de la Compañía de Jesús que abandonan de carrera, algunos animales se vuelven salvajes y de una rara potencia y agresividad. Serán los que se van a utilizar para la fiesta brava en la Nueva Granda. Fiesta que era popular en los barrios de Bogotá, donde las becerradas fueron populares en los días festivos.
Se insiste en la crueldad de las corridas, las pasiones que suscita, la presión del público sobre el torero para que se exponga, para que entre como en trance y se arrime de manera suicida a los cuernos de la bestia que lo buscan para castigarle y despacharlo al otro mundo, para así mostrar su bravura al público, del cual la mayoría son apacibles ciudadanos que ni drogados arriesgarían su vida por saltar al ruedo. Ese matador embriagado por la misión de mostrar su estilo, su valor y destreza para dominar al toro, consigue sofocar sus miedos, conoce al toro y calcula instintivamente sus reacciones más inesperadas. Lo que no entienden quienes en la actualidad repiten las monsergas que se acuñan en Cataluña entre los modernos detractores de la tauromaquia, con la finalidad oscura de mostrar que son alérgicos a todo lo que venga de Castilla y les recuerde su grandeza de otros tiempos.
Como en Cataluña existen nidos poderosos de separatistas y elementos de izquierda que dicen odiar lo hispánico y quieren la separación del resto de España, en la actualidad alimentan el venenoso discurso contra lo taurino, que imitan aquí los exguerrilleros y agitadores rojos.
Para esos detractores de oficio, todo lo hispano es malo. Eso de cultivar el valor y la disciplina para jugarse la vida en una tarde de toros es sencillamente absurdo. Condenan la muerte del toro, sin importar que a diario sean sacrificados miles de animales para satisfacer su apetito, hartarse y engordar sus barrigas. Son los mismos que gritan en las calles a favor del aborto, de asesinar un ser inerme que se gesta en el vientre de su madre y que ella debería proteger con su misma vida. Eso explica que en un brutal asalto agredan con botellas, ladrillos y palos al público inerme que asiste a las corridas, como ocurrió en pasado domingo en la Plaza de Toros de la Santamaría. Y lo peor sería que ahora el Gobierno que perdona a los criminales en La Habana se pliegue a abolir las corridas por temor a las turbas, como negociaron el Estado de Derecho, la justicia y la democracia en La Habana.
La fiesta brava le rinde culto al arte de la tauromaquia y la virilidad, como en la antigüedad se admiraba a los héroes que arriesgaban su vida para defender la libertad de los pueblos. Esa tradición hispánica, como la religión y el idioma, deben ser respetada. En las corridas se cumple un rito primitivo y se cultiva el valor. En un mundo en donde la guerra ha perdido un tanto el atractivo del heroísmo y el sacrifico, sobrepasada por la tecnología y los disparos de misiles desde miles de kilómetros de distancia, el torero sigue manteniendo ese halo mítico y fabuloso.... Claro, en tanto los toros sean de casta, no se les afeiten los cuernos y embistan con todo. La fiesta brava conserva su tradición cuando el hombre se enfrenta al animal en toda su potencia. Lo contrario degrada y debilita la cita entre el hombre y los descendientes del minotauro...