El 12 de octubre de 1492, el almirante Cristóbal Colón cruza el Atlántico y arriba al denominado Nuevo Mundo. En ese entonces se considera que la tierra era plana, pese a que siglos antes el griego Anaximandro especula sobre su redondez. Se afirma que la tierra es plana por la trágica desaparición de algunos barcos en determinados trayectos marítimos, donde las aguas se vacían. Hermosas sirenas de irresistible seducción alucinan a los navegantes y los atraen a zonas insondables. En Occidente prevalece un terror de siglos a lo desconocido.
Los audaces navegantes venecianos conocían la ruta de la seda, gracias a Marco Polo. París, Madrid, Londres y otras capitales europeas, estaban al borde de la ruina por la insaciable codicia de los comerciantes y banqueros venecianos, fundada en el monopolio del comercio internacional. Colón es poseído por la obsesión de encontrar la ruta de la seda. Repasando mapas, historias, chismes y conversando con los marineros, llega a creer que encontró la ruta que lo hará rico, junto con la potencia que lo apoye. Mediante inquebrantable insistencia y sacrificios acude a los reyes y nobles poderosos a contarles su secreto y proponerles la aventura y el jugoso negocio. Pese a su notable capacidad de persuasión, ni en París, ni en Londres y otras capitales le prestan atención.
Será la España heroica la que sale triunfante de la guerra de siglos con los moros, donde gracias a los monjes de La Rábida, amigos del confesor de Isabel La Católica, reina de Castilla, le dan la oportunidad de explicar su grandioso proyecto destinado a alterar la historia mundial. La reina Isabel, es una de las mujeres más valiosas e interesantes de la historia universal, la misma que en algún portal difunden la fútil conseja de que se ufanaba de no haberse bañado sino dos veces en su vida. Ella colabora con Colón y respalda su exótica empresa de buscar Las Indias y romper el monopolio de los venecianos. Colón organiza la expedición, con algunos valientes que intentan lo imposible, en modestas carabelas.
Cristóbal Colón, al parecer, nunca atisbó a donde había arribado, anota en el diario de bitácora que está en la tierra de las doce tribus de Israel y se muestra obsesionado por el oro. Algunos de sus hombres creen estar en el paraíso, al ver mujeres semidesnudas de erguidos senos. La reina Isabel prohíbe la esclavitud de los aborígenes. Coincide la hazaña española con la unidad del país y la expansión del catolicismo, es la época inicial del barroco. Maquiavelo se inspira en Fernando de Aragón, esposo de Isabel, para escribir El Príncipe, y, claro, en otro español, Cesar Borgia. Roma está en manos de los Borgia. España, es la potencia mundial que, con Carlos V, despliega sus guerreros que desatan el famoso saco de Roma, es el mismo emperador quien convoca a la elite pensante a Valladolid y decidir qué debe hacerse con los nativos de América, que se encuentran en un grado de evolución distante al de Europa.
Hasta entonces la victoria militar, que, como decía Heráclito “es la madre de todas las cosas” dictaba el derecho de someter al contrario o eliminarlo. El padre Vitoria, es el gran artífice del derecho de gentes, que le dice a Carlos V, y al mundo Occidental, que los aborígenes americanos deben ser protegidos por el Rey y por la Iglesia, precisamente, por su misma debilidad. Lo que da origen a la monumental obra de El Derecho de Indias, por medio del cual la Corona de España crea un código a favor de los nativos de América. Iniciativa conmovedora, que jamás se había intentado y que el liberalismo moderno no entiende por sostener la teoría de la igualdad del género humano por decreto, cuando por la diversidad de los seres algunos deben estar protegidos por el Estado.
La España de entonces es la del Siglo de oro, con escritores geniales como Miguel de Cervantes, políticos como el papa Borja, guerreros como el duque de Alba, pintores como Velásquez, aristócratas que se juegan la vida, predicadores alucinados como Las Casas y diplomáticos y aventureros audaces. Campesinos o abogados, como Jiménez de Quesada, convertidos en guerreros y fundadores de ciudades.
El Libertador Simón Bolívar, que hacía y entendía la historia universal, le da el nombre de Colombia a nuestro país junto con Venezuela. Ecuador y Panamá, en honor de Cristóbal Colón, dado que el famoso descubridor corona la gloriosa hazaña de unificar el mundo.