Cuando la Carta Política de 1991 cumplió 10 años escribí en El Nuevo Siglo, una serie de artículos sobre la misma reconociendo sus aciertos e innovaciones, así como varios de los problemas que nos había deparado. La idea era plasmar esos artículos en un libro que llevaría por título “A propósito de una década nefasta” en referencia a la debilidad del Estado, el desborde burocrático y la inoperancia de la justicia, como de otros factores negativos, en medio de algunos aciertos y ventajas. Allí sostenía que debíamos retomar la tradición jurídica heredada del Libertador Simón Bolívar, como de los conservadores partidarios de la unidad nacional y un gobierno fortalecido, tal fueron los casos de Rafael Núñez, Miguel Antonio Caro y Carlos Holguín. Mencionaba a Núñez, por cuanto siendo de origen liberal, jefe del liberalismo independiente, había hecho el tránsito de la demagogia y el radicalismo, al de obsesionarse con la idea de crear el Estado moderno en nuestro país. Le había correspondido a Núñez, vivir y participar en el gobierno demagógico y turbio del general Tomás Cipriano de Mosquera, quien abjura de lo conservador para hacerse federalista a ultranza y empuja a Mariano Ospina Rodríguez a la creación de la Confederación Granadina, que estalla por la guerra que decreta desde Popayán el mismo Mosquera contra su antiguo aliado, adversario en la campaña electoral por la presidencia y que intenta desde el poder recuperar el influjo del Estado en la sociedad colombiana y los Estados de la Confederación, política que derriba a tiros Mosquera y se adueña del poder.
Ello conduce a la convocatoria de Rionegro, donde Mosquera y los radicales deciden imitar, al calco, el sistema constitucional de los Estados Unidos, que nos debería convertir en una potencia como el país del Norte. No tuvieron en cuenta los legisladores radicales el territorio, la geografía, ni la contradictoria condición humana de nuestros habitantes, como tampoco la tendencia a la desintegración de las regiones, los problemas de tener tres cordilleras, diversos estados culturales regionales, trabas al desarrollo y problemas múltiples que requerían de soluciones propias. Así que como dijo Núñez, ingresamos a una etapa de la historia que el bautiza como la anarquía organizada.
Núñez se va del país durante el gobierno radical y vive de la diplomacia así como de escribir agudos ensayos políticos desde el exterior, que se devoran en Hispanoamérica. Se dedica en Europa a estudiar por su cuenta los problemas políticos y económicos y amar a unas cuantas mujeres que se cruzan en su camino. Sus pensamientos se concentran en reflexionar sobre el futuro de nuestro país. Al regreso a Colombia, busca a su viejo amor de Cartagena, que hacía honor a su nombre esperando al hombre de sus desvelos: Soledad Román. Los unen el amor y las ideas, ella es católica y conservadora, él está más a la derecha en cuanto sigue el dogma bolivariano de forjar un estado fortalecido que imponga el orden y la libertad. Así que Núñez, por su influjo europeo y su visión de un nuevo país, termina más a la derecha de los conservadores, como jefe indiscutible del Parido Nacional.
Núñez es el creador del Estado moderno en el país. El inspirador y fundador del Banco Nacional, el civil que consigue imponer el orden por encima de la espada de los generales conspiradores de la época. Una figura sin par en nuestra historia que en manos de distintos biógrafos la falsifican y, con pocas excepciones, pretenden negarle la grandeza. Núñez convoca a los delegatarios que deben forjar la Constitución de 1886, en memorable escrito sienta las bases de ese Estado fortalecido que viene hilando para el país. Don Miguel Antonio Caro y los más brillantes delegatarios de los diversos partidos plasman sus ideas en ese cuerpo constitucional que cumple su misión a cabalidad. Allí se fortalece la justicia y se consagran dos cortes, la Corte Suprema y el Consejo de Estado. En ese escrito de la “década nefasta”, yo expresaba la inquietud política de volver a ese sistema de cortes para conseguir el imperio de la justicia y la ley en Colombia.
Hace un tiempo el expresidente Álvaro Uribe, después de su experiencia como gobernante y jefe de un partido político como el que orienta desde el Congreso de la República, viene sosteniendo que es preciso reformar la justicia y tener una sola Corte. Sería una maravilla que la derecha acoja en el Congreso esa idea y la vuelva realidad en una reforma a fondo de la justicia. Tal vez, contemplando la supervivencia del Consejo de Estado, institución que estableció el Libertador Simón Bolívar.